¿Hasta dónde podemos ceder parte de nuestra libertad para lograr conservar nuestro entorno ambiental? Cuando la incertidumbre como diría Zygmunt B. es el hábitat natural de la vida humana.
Sin duda alguna, la conservación sea de la biodiversidad, el agua o el medio ambiente en general, va aparejada de un sentido de la seguridad, pues todos y todas sentimos esa gran necesidad de seguridad en el sentido de confiar en la certeza que se garantizará para no destruir nuestro entorno ambiental, sin embargo, ese reclamo, para asumir la seguridad, en gran parte le corresponde al gobierno, y éste ente institucional para llevarlo a cabo reclama la sujeción de los individuos a las medidas regulatorias, como ha sucedido con la pandemia, que las medidas sanitarias dictadas, restringieron parte de nuestras libertades como la movilidad-confinamiento, el uso obligatorio del tapa bocas, o las pruebas para poder viajar y otras más. Así, también sucede con respecto a la protección del medio ambiente, pues no podemos hacer lo que nos plazca, aunque ello conlleve a ciertas restricciones de nuestra libertad. En este sentido, es frecuente escuchar que no es justo que las propiedades, sean ejidales o privadas, se les imponga un decreto de área natural protegida, o que determinados negocios y giros se vean afectados económicamente por el cumplimiento de la Norma Oficial Mexicana de ruido o bien, que las descargas de aguas residuales a cuerpos de agua deban observar parámetros y criterios técnicos. E incluso están los casos en que familias en busca de satisfacer la necesidad de vivienda, invadan terrenos sujetos a protección ambiental y luego el gobierno se vea en la contraposición entre garantizar la protección ambiental o resguardar los derechos humanos de dichas familias.
En la actualidad, se ha hecho mas patente el contexto de incertidumbre, a expensas de la disminución de la seguridad, y es que resulta que la contraposición entre libertad y seguridad, puede inclinarse hacia un lado u otro, pero es del todo complicado hacer convenir a ambos ejes en igual proporción, y lo que ha sucedido es que por periodos se carga hacia un lado y después cambia la balanza y se favorece el otro aspecto, estando en medio, mientras el proceso se balancea, justo la incertidumbre.
Lo que deseo es precisar, que hoy en día, los cambios rápidos, son una expresión emergente, en la cual la estabilidad ya no es la premisa que reina, sino tan sólo un escueto instante, que cambia de página aceleradamente, en función de la socialización. Pues mientras más se socializa, más rápido se impregna el cambio, sin que ello obedezca necesariamente a una causalidad, como lo podemos ver en el vuelo de la parvada que siguen una trayectoria y súbitamente cambian de dirección una y otra vez, sin sujetarse a un patrón determinado y sin que haya tampoco una centralidad o liderazgo, es tan sólo la acción colectiva o sociobiológica lo que anima, alimenta o atiza tales movimientos, y lo mismo, se observa en las redes sociales, cuando alguna nota, se torna viral y no se sabe con certeza a que se debió, independientemente de las opiniones “expertas”, pero lo cierto es que la siguen demasiadas personas, aún si es una falsa noticia.
Entonces hoy tenemos un gran dilema, entre conservación del medio ambiente y la libertad, en donde la incertidumbre impregna su dinámica y resultados. Razón para emprender un cambio de paradigma o marco conceptual, que nos ilumine ya no la misión a cumplir, sino el sendero por transitar con tantos saltos.
Y una primera premisa de ello, se sitúa en que la centralidad de la seguridad no sólo es responsabilidad del gobierno, sino también de los individuos en un doble sentido: por una parte, en interiorizar que la seguridad delimita nuestra acción de libertad, pero, por otro lado, tenemos la acción participativa para prevenir y reducir los riesgos de inseguridad.
Paliar la incertidumbre nos conlleva a gestionarla de manera acelerada en el corto plazo, por lo cual, debemos entender la rapidez de respuesta y de cambios emergentes a adoptar, sobre todo en razón de la socialización.
Lo anterior no nos debe confundir en el sentido de abandonar la ardua tarea de planificar y elaborar políticas de mayor aliento o alcance a fin de trazar una direccionalidad alternativa, con respecto a la tendencia de declive que se observa, pero quedarse inmóvil o en estado de pausa, no corresponde a la acción de gestión de la incertidumbre, pues hay que innovar y dibujar trayectorias emergentes. Y en añadidura, hay que decir, que la formulación de las medidas a adoptar ante los cambios, debe sin falta alguna hoy en día, en partir o basarse en la las preferencias de la comunidad, así tenemos, que ciertas políticas o medidas de seguridad ambiental, pueden variar de estado a estado, de municipio a municipio e incluso de zona a zona, con lo que se estaría legitimando ciertas prácticas, restricciones y/o preferencias culturales.
Ya no se trata de ceñirse a un marco global descontextualizado, sino de mirar a la comunidad local y sus preferencias, y esto no implica archivar los principios, criterios y legislación internacional, tan sólo entender que justo se trata de un marco de referencia, pero el auténtico contenido se llenará con dichas preferencias de la comunidad para responder a esa determinada incertidumbre que expresa tal comunidad.
Visto en su conjunto, la conservación del medio ambiente exhibe interacciones dependientes con la seguridad y la incertidumbre, en donde hoy es necesario reconstruir la centralidad de la seguridad basada en el gobierno y ciudadanos, al mismo tiempo, de replantear la contraposición entre lo permanente y cambiante, tomando como referencia a las preferencias de la comunidad.