A partir de hoy la ciudad de México tiene dos aeropuertos a su servicio: uno insuficiente, saturado, arcaico; vejestorio con todos los achaques de la edad, cuyo funcionamiento debió haberse cancelado hace más de una década.
Durante treinta años se hicieron estudios, y cuando la solución técnico aeronáutica se logró por fin –tarde–, y las obras llevaban 30 por ciento, para resolver el problema por lo menos durante un cuarto de siglo, al menos, vino doña Demagogia con la escoba y se llevó todo al costal de las mentiras.
El otro, (nombrado “Felipe Ángeles”, quien en los delirios de la Cuarta Transformación debe haber sido piloto aviador) pequeño, insuficiente, con problemas de simultaneidad para aterrizajes con la carcacha actual, utilizada todo el día a pesar de sus descertificaciones, tiene una doble función, civil y militar y una disfuncionalidad absoluta en materia de conectividad.
No tiene ni caminos suficientes, para automóviles, tampoco estacionamientos; mucho menos rutas de autobuses, trolebuses o Metro. Y servirlo con una vía férrea es algo lejano.
Total, como diría la voz del pueblo, de los dos no se hace uno.
Pero este aeropuerto, cuyas instalaciones serán oficialmente inauguradas hoy, estén como estén y haiga sido como haiga sido, sirve para el aterrizaje de la demagogia de la Cuarta Transformación y algún día –no muy lejano, esperamos –, para despegues y llegadas de aviones, pues para eso debe servir un aeropuerto. Este no.
Este sirve para recitar el fervorín de los logros de un modelo político cuyos resultados se logran (cuando se logran), de manera parcial, incompleta, parchada pero siempre adornada por kilos y kilos de saliva mentirosa y en algunos casos, los menos, sofista: hemos entregado esta obra al pueblo de México en el tiempo prometido.
¿Y eso?
Se cumple la promesa, pero no la obra completa. El hotel no opera todavía (ni el presidente pudo usarlo), y lo servicios complementarios son limitados, tanto los caminos de acceso como los de salida. Nada habría pasado si la inauguración se hace en otro momento, con la plena capacidad de lo inaugurado esta mañana.
Pero este no es un aeropuerto. Es un discurso.
En todo caso es la ampliación de un aeródromo cuyos costos muy elevados nunca serán conocidos por el pueblo (o lo serán dentro de tanto tiempo como para ya no importar), porque al declarar esta y otras obras como asuntos de la seguridad nacional, no se sabrá ni el costo real, ni la forma verdadera como se gastó el dinero. No importa cuanto haya sido, siempre vendrá la justificación favorita de la izquierda tetramorfósica: nos ahorramos millones si lo comparamos con la corrupción de los neoliberales, etc., etc.
La idea genial, detrás del derrumbe de Texcoco, fue sustituir un gran aeropuerto con 125 puertas, por tres pequeños. Quitarle operaciones el actual “Benito Juárez” y repartirlas entre el “Felipe Ángeles” y el de Toluca. Puro cuento, eso no funciona. Las distancias son abrumadoras y los aeropuertos, viejos o nuevos, insuficiente.
Y si vamos a definir la conectividad de un aeropuerto por la posibilidad de usar helicópteros para llegar, estamos, como dijo doña Chuy, ligeramente jodidísimos. Volar para ir a volar. Eso está bien en casos excepcionales, pero no como fórmula cotidiana.
Quien así habla no sabe lo que dice.
La teoría del Sistema Aeroportuario del Valle de México es tan redomadamente falsa, como lo prueba la simple ubicación de las tres terminales –de las tres no se hace una–, en Balbuena, Tecámac y Lerma.
Muy barato le ha salido a la 4-T este conjunto de mañas y trampas. Muy caro le va a salir al país, porque dentro de unos años, gobierne quien gobierne, se va a demostrar la inoperancia del “Felipe Ángeles”.
Entonces otra vez el gastadero para arreglar lo mal hecho desde el principio.