Capitulo V
Recuperar lo robado.
¡La noticia de la muerte de Doña Andrea dejó a Don Fernando y a sus hijas en un pasmo de terror e indignación! El ejército del Norte -o lo que quedó de él en el sitio – les tendió una trampa como si fueran unos simples aprendices ¡Todos cayeron en ella! Más de veintidos fueron los leales hombres fallecidos, los demás escaparon como pudieron ¡Luego de la explosión fueron cazados como conejos! Perseguidos ¡Nada se sabe de ellos!
El cuerpo de Doña Andrea yace a los pies de la tercera columna del conjunto religioso de San Agustín ¡Nadie ha por ella!
¡Fue la noticia que detonó todo!
María Lorenda montó su albo bridón y tomó con unos diez hombres hacia el lugar en donde les avisaron está el cuerpo de su madre ¡Mientras Don Fernando hacía los preparativos para recibir dignamente a su amada! Al acercarse María Lorenda el sol pegaba de frente – el sitio había dejado abandonada la ciudad de violáceos atardeceres, la espera de que iba a suceder con el príncipe europeo, aún no se da la respuesta de su destino, misivas de todas partes del mundo conocido llegan por clemencia – la soledad de las calles, en abandono de las polvorosas banquetas de las colosales casonas dan una especie de pintura europea de profundas tristezas ¡La amazona de los Duque de las Casas está apunto de encontrar la escena que menos se imaginó al subirse a su monta! Los jinetes que le acompañan saben de la ferocidad de la chica, pero aún les preocupa una cosa ¿Quiénes les recibirán? ¿Habrá enfrentamiento?
-¡Señorita! Arriba observe – le indicó su jinete de avanzada quien con hábil reflejo ¡Sacó su rifle y disparó hacia los vigías haciendo que dos de ellos cayeran desde lo alto del frontispicio de la cara frontal de San Agustín!
-¡Reúnanse todos y entremos al convento! No dejen a nadie con vida ¡Escucharon! No quiero a un solo soldado del ejército del Norte con vida ¡Hacedlo por mi madre!
¡Todos obedecieron! Entraron despavoridos en sus montas por los escalones de comienzo del gran patio de hermosas tallas de tonos rosáceos, la escena dejaba por mucho lejana a lo que esperaban ¡Sus hermanos de armas destrozados y cercenados sus cuerpos! Y al fondo, con una mueca de último esfuerzo ¡El cuerpo de Doña Andrea desfigurado por la explosión!
¡María Lorenda bajó de su monta de manera imprevista! Sin tropiezoz, se quitó su antifaz de azabaches teñidos ¡Se arrodilló y con fuerza levantó el cuerpo de su madre para mirar de frente su rostro! Tomando su cabeza con cariñoso cuidado.
-¡Mamita! Mamita – le insinuaba como si recién la encontrara en sus aposentos – ¡Anda Mamita despierta! Soy yo ¡Tú María Lorenda! Tu niña… – no terminaba las frases y el sollozo le traicionaba -¡Mira solo es un pequeño rasguño en tu delicado rostro! Anda ¡Solo una simple de peinarte tus rizos negros! ¡Anda! -sollozaba y se balanceaba como si le arrullara, mientras le rozaba sus mejillas con sus dedos de amazona -¡Anda que papá te espera para hacerte reir! Por favor despierta ¡Te lo ruego! ¡Despierta!
¡Disparos comenzaron a rodearle desde los niveles superiores! Los encargados de la trampa deseaban terminar con toda la familia ¡Sabían que llegarían por el cuerpo de Doña Andrea! Hicieron recapacitar a María Lorenda cuando la jalaron para esconderla de los tiros – ¡Levantaos señorita! Andad, que los disparos arrecian -le cubrieron haciendo que cada uno de los tiradores del piso superior sucumbieran ante el éxito del tino de los leales hombres de María Lorenda.
Entre todos le cubrieron de los disparos mientras que uno de ellos tomaba en sus brazos el cuerpo de Doña Andrea, al salir con los caballos descubrieron monedas de oro en el suelo -¡Imposible que aún exista metal! – indicó el avanzada.
-¡Llevadle el cuerpo con mi padre! Tú Moises y el Albino ¡Entregadle! Los demás síganme ¡Me inspiro el que existan monedas a la simple vista! Debe estar cerca el cargamento ¡Seguidme! – recuperando el ímpetu María Lorenda les dio las indicaciones.
No hicieron a mucho y lograron correr por las amplias escalinatas y hacerse del entre piso y la parte superior del convento de los agustinos ¡Soldados republicanos corrían al ver la entrada de los invasores! Mientras repelen la retirada con tiros al azar. A cada paso que lograban hacerse del conjunto de los religiosos ¡María Lorenda seguía encontrando monedas!
-¡Puede ser otra trampa! – pensaba – ¡Debemos arriesgarnos! Es también que al explotar todo algunas monedas pudieron haber caído o en el movimiento tan rápido no se dieran cuenta de que se pudieron activar los mecanismos y las monedas comenzaron a caer con el brusco de la huida -estaba en sus pensamientos cuando al accesar al patio trasero logró observar una figura que le pareció cercana – ¡Por Dios es el emperador! Pero ¿Qué no había sido capturado?
Una figura esbelta de finas vestimentas con un rostro imposible de confundirse ¡De estilados modales! Caminaba dando indicaciones de qué hacer con los hombres armados.
María Lorenda con una seña les avisó a sus hombres que debían de salir de ahí ¡A como diera lugar! El peligro estaba en que si el presidente Benito Juárez y el propio Emperador hubieran llegado a un acuerdo ¡La familia completa de los Duque de las Casas estaba en peligro! Con la manos les indicaba de la retirada.
¡Decidieron hacerse a las montas y salir de ahí! A todo galope tomaron el rumbo más lejano para llegar a su casona ¡Por el rumbo de la Alameda! Polvorosas nubes daban razón de lo desierta de las calles y vecindades.
-¡Adelántense yo les sigo! Deso solo ver una cosa.
María Lorenda subió a su montura, castigó los cuartos traseros del animal ¡Le enterró ferozmente las espuelas! Tomó el camino hacia la salida del conjunto de San Francisco.
Al salir a todo galope ¡Tres jinetes se le emparejaron que salieron quién sabe de dónde! Trataron de tirarla ¡En empeñones! Una y otra vez ¡No lo consiguieron! -¡Pero que demonios!– agitada conservaba la rienda. Continuó la carrera alocada, los jinetes trataban de estorbarle ¡Todos a ella! el objetivo era herir a la joven, tirarla, destrozarla entre los cuartos de los animales ¡Se les miraba en sus ojos! Ya ella se preocupaba por uno en especial ¡El más robusto y fuerte de los jinetes! Un moreno sólido como una roca, de mirada tardía y de una fuerza que te podía desmembrar si lograba atajarte un brazo o una pierna, se le miraba instruido cercano a realizar la monta con facilidad, como si tuviera practicado lo que hacían.
-¡Hombres de Juárez!… Ladrones tal vez – pensó la chica.
Al sentir cercano el brazo del hombre a su cuerpo ¡María Lorenda reaccionó con reflejos ya bien estilizados! De inmediato la jinete sacó su daga ¡Dio dos zarpazos tratado de con una mano mantener el equilibrio y con la otra asestar en el cuello!
¡Lo logró!
El herido de fuerzas descomunales paró su veloz galope para tratar de decir algo, pero en vez de voz ¡Salió el chorro de sangre! Los otros dos asombrados por lo que vieron trataban de todas formas de tumbar a la chica, hacerle perder el equilibrio ¡Acercaban a todo galope las monturas! Pegaban con sus piernas para casi abrazarla ¡Ella no se dejó! Los caballos se lastimaban y chocaban entre sí. María Lorenda continuó el galope ¡De reojo les miró menos fuertes que ella! Pero con bestias bien domadas y grandes músculos. Si sabía algo de estos animales y sus cálculos no le fallaban ¡Entendía que la ventaja la tenía ella, en peso y rapidez!
¡Continuaron a toda velocidad!
Enfilaron hacia el río de fuerzas letales por su potencia de agua ¡Casi estuvieron a punto de colapsar los tres! así que María Lorenda asestó otros dos zarpazos con la daga ¡Pero esta vez le tomaron el brazo y doblándoselo hicieron que soltara la daga!
-¡Pendeja! – se reclamaba ¡La pequeña y filosa arma cayó varios metros atrás!
Una vez la tuvieron no la soltaron ¡Metieron la mano por la parte de atrás de sus nalgas para tratar de elevarle y soltarle de la montura! En esa jugada María Lorenda aprovechó que la sostenían, se despegó de su montura ¡En un veloz movimiento se pasó a la de uno de ellos! Quedando por la parte de atrás del sorprendido jinete, con este movimiento logró tomarle la cabeza al jinete y doblarla con fuerza y rapidez ¡Le quebró el cuello! El jinete cayó del animal y el propio corcel al no sentirse domado, disminuyó su loca carrera ¡Rápido la mujer tomó el mando y dio a todo galope! El otro jinete observó todo y hasta consintió lo que miro ¡Admirado!
Así el corcel de María Lorenda, el caballo que ella misma estaba montando y el otro jinete ¡Continuaban en trepidante galope! Levantando polvo y golpes ¡Entre ellos! pero quien más lastimado salía de la afrenta, era el maleante, que le tocaban todos los empellones ¡Regresó de un salto María Lorenda a su corcel de platinados azabaches! Así que enfiló a todo lo que daba el caballo ¡El jinete le seguía! Pero esta vez, los dos quedaron trenzados ¡Los estribos se habían enredado! Era una maniobra peligrosa, los dos podrían romper la montura si algo salía mal ¡Al caer sin control se lograrían matándose ambos!
¡María Lorenda castigó por más a su animal! Dio más fuerza a la rienda y avanzó de manera que quien quedara detrás fuera el otro jinete. Al ver la maniobra el contrincante perdió el equilibrio ¡Cayendo entre los cuartos de los animales! Acción que le costaría ser destrozado por los corceles ¡A todo galope el otro animal seguía trenzado a la monta de María Lorenda! Sacó un cuchillo de entre la faldilla de la silla de montar, cortó los cueros ¡Pateó al corcel para que siguiera desenfrenado por la calle!
-¡Una pinche trampa! Esto se complica cada vez más ¡Debemos ser más precavidos! ¿Pero cómo?
¡Dio a todo galope para alcanzar a los jinetes de avanzada que llevaban el cuerpo de su madre Doña Andrea.
La noche se avecinaba y desde el sitio que cercó a toda la ciudad de verdes frescores se vive en total penumbra ¡Las pocas personas que quedan no se atreven a encender vela alguna! Por miedo de ser considerados cómplices del príncipe europeo, aún no se dicta la sentencia.
Mientras galopa María Lorenda le queda claro que hay una guerra directa a su familia ¡La primera fallecida fue su propia madre Doña Andrea! Sabe la joven que ahora será el comienzo de su estirpe quien debe atender el negocio, este complicado sistema de prestamistas, que han hecho de las batallas su medio de subsitencia ¡A causa del oro!
Continuará…