Constantemente se escuchan convocatorias por la unidad nacional. Una enorme mayoría la deseamos, la cuestión es andar el camino para alcanzarla.
Sí, hay consciencia generalizada de que nuestra pugnacidad es el principal obstáculo para lograr un mejor destino personal, familiar y colectivo. Con reyertas sin fin en todos los ámbitos es imposible la gestión del bien común, y los bienes individuales difícilmente se obtienen por medios lícitos. ¡Claro, prevalecen los fuertes y los arbitrarios!
Para hallar el camino deseado, consideremos que desde que nacimos como nación las verdades a medias, mezcladas con mentiras y falsificaciones totales, han nutrido la polarización violenta —de palabra y obra, binaria y maniquea— que no hemos superado. Bajo el embuste de que venimos de una cultura milenaria en donde todo era belleza, paz, civilización y amor, y que pasamos a la condición de conquistados y humillados a perpetuidad, se entienden los resentimientos y frustraciones que envenenan el alma de millones de mexicanos. Resentimientos, frustraciones y veneno que brutalmente se expresan hasta en una cancha de futbol, donde se justifica quebrar, e intentar matar, a seres humanos por el mero color de sus camisetas. Ese y miles de linchamientos precedentes son el rostro oculto del maldito “pueblo bueno”. Y que nadie salga con la zarandaja de que son casos aislados y excepcionales, cuando en este país la bestialidad reina impune y rampante.
Si a ello agregamos que quien, como nadie, está obligado ética, jurídica y políticamente a buscar con afán la unidad de los mexicanos (no la unanimidad) resulta la botarga que a mandíbula batiente atiza en forma demencial la discordia, el odio y la confrontación entre “buenos y malos, pobres y ricos, empresarios y trabajadores, patriotas y traidores”, se convierte en una odisea para los mexicanos salir de este infierno.
Por eso, el mayor desafío no consiste en superar las taras que vienen de lejos, sino al tarado que abusa de México. Que los ciudadanos le soportemos con buenos modos y sin confrontación todo tipo de injurias y felonías, “por respeto a la investidura”, es pretender una nación de eunucos reptantes.
Ojalá sus “mascotas” y “corcholatas” sigan aplaudiendo sus frivolidades que sólo provocan hilaridad y ternura, como el implorar a un cártel que cambie de nombre, o que diga Loret cuánto gana, o suplicar al gobierno austriaco que le “presten” el plumero de Moctezuma.
Adúlenle esos extravíos para que destroce menos, porque al hallarse desnudo el Alí Babá tropical, “que no sabe firmar cheques y sólo trae 200 pesos en la bolsa” pero que capitanea una corrupción nauseabunda, se vuelve más irascible y peligroso.
Los ciudadanos debemos enfrentar con valor y talento a esa canalla empoderada, y someternos a la ley, no al “rey”.