In memoriam Francesca Gargallo (1956-2022)
Cada año, el Día Internacional de la Mujer me parece una redundancia, una repetición al parecer inútil sobre el tema, porque no se observan avances por ningún lado, ni en lo social, ni en lo político, ni en lo económico y menos en la descriminalización de varios temas que se refieren a mis cogenéricas, mis hermanas, mis amigas y hasta mis enemigas, como ha sido el comportamiento de las mujeres por siglos, ser enemigas de nuestro propio género.
Pocas ocasiones se habla de manera seria acerca de nuestra naturaleza social, cómo somos las mujeres pues como siempre se abordan las carencias de las mujeres, sus necesidades económicas, la visión de nosotras mismas, sin victimizarnos no es siempre el tema principal a discutir en este día. Se dice de nosotras: “mujeres juntas, ni difuntas”. Avanzamos en darles la razón.
De un tiempo a estas fechas, el 8 de marzo podría llamarse “día de la vandalización de la capital” pues las muestras de furia desatada de encapuchadas y algunos simpatizantes que las acompañan hablan más de un terrorismo vandálico que de actos de protesta, y no logro entenderlo. Responder a la violencia y la impunidad de muchos feminicidios con violencia, resulta a todas luces irracional, cuando además, muchos de nuestros actos, se consideran locura, se descalifican, como cuando una mujer al volante, comete alguna infracción, y se ignora que las compañías de seguros poseen estadísticas reales que muestran que las mujeres tienen menos accidentes que los varones; que muchas empresas y compañías tienen más confianza en el compromiso de las mujeres como sucedió en Bangladesh con la banca que concedió créditos a la palabra de las mujeres hace algunos años, experiencia documentada por Martha Nussbaum y Amartya Sen.
En países donde se cuantifica el aporte de las mujeres al PIB la diferencia es real con respecto aquellos en los que el trabajo femenino es menos que nada, como creer que una mujer en casa no hace nada, que ser ama de casa se considera en muchos contextos una actividad sin valor económico y si no fuera por el trabajo de las mujeres en casa, la restauración diaria de la fuerza de trabajo no sería posible a favor de la plusvalía y ganancia del capital. El reconocimiento de ese valor-trabajo es materia pendiente por el cual quienes gritan y vandalizan deberían estar trabajando en estos días, en lugar de preparar botellas con gasolina y boxers para golpear a mujeres policías que ante todo son mujeres.
En otro contexto, desde mi punto de vista, las mujeres no queremos decir que somos poco solidarias entre nosotras; somos nuestro propio enemigo, y comienzo por enumerar la forma en que se comportan algunas suegras con sus nueras; miles han vivido la experiencia de no ser aceptadas mucho menos estimadas por la suegra que les tocó en suerte. Esto me suena muy familiar en nuestro mundo porque la madre piensa y desea que su hijo tenga la mejor mujer del mundo como compañera lo que resulta imposible porque en el pensamiento de sus hijos, nada puede superarla a ella.
En su amplio estudio Los cautiverios de las mujeres, madresposas, brujas, putas y locas, Marcela Lagarde describe cada uno de los tipos de mujeres que somos las mexicanas y créanme no deja mona con cabeza; muy pocas mujeres nos salvamos de las caracterizaciones que encuentra la antropología social en nuestro entorno. Nos llamamos unas a otras: brujas, putas, locas, menopáusicas, robamaridos, lagartonas zorra y golfas y así, la lista es interminable. Acabamos con nuestro propio género. Todo lo que podemos decir malo sobre las mujeres lo repetimos indiscriminadamente.
Esta manera de ser tiene un costo muy alto para las propias mujeres que parecen no darse cuenta. Las manadas de leonas, practican una solidaridad que no conocemos entre mujeres; cuando las hembras salen a cazar y los cachorros se quedan solos, por lo menos dos de ellas se quedan a cuidarlos de los riesgos que corren en las sabanas africanas. Si la solidaridad tuviera esta connotación que entienden mejor los animales, una vida podría construirse a partir de todas las actividades que podrían realizarse con el propósito de superar las condiciones sociales y económicas de muchas mujeres.
La sororidad es un concepto que pocas mujeres conocen. Sororidad implica la solidaridad entre mujeres hermanas, sor, es hermana, y en varias lenguas tiene este significado. Lo escuché por primera vez en voz de Marcela Lagarde en uno de los muchos talleres a los que he asistido y he participado en los que, he visto la ausencia total del otro; de nuevo leo que los hombres creen no necesitar saber de la equidad de género; una amplia mayoría sigue en la ilusión de conocer todo sobre el tema. Esa es solamente una de las aristas del género.
Finalmente, en el fondo del barril se encuentra el olvido y tragedia de la tercera edad porque las mujeres sobreviven más tiempo en situación de viudez, cada vez más solitaria y vulnerable dada la desaparición de la seguridad social y el sistema de jubilaciones. Nadie dice algo por ellas, ni las familias, ni las compañeras de trabajo, las estructuras solidarias que significaron el mutualismo y los sindicatos han desaparecido; el feminismo se ha fragmentado y la deconstrucción de los géneros lo ha debilitado. ¿Qué nuevo significado debe tener el 8 de marzo? Por favor no regale flores este día. Necesitamos más que eso. Más que protestas, más que violencia, necesitamos respeto en todo lo que significa esa hermosa palabra.