Capitulo IV
El Préstamo
¡Los bridones enfurecidos por el castigo de la rienda! le dieron alcance a la carroza que transportaba el oro proveniente de Guanajuato de las ya casi extintas minas. Dos vigilantes por encima del carruaje, uno de ellos sirve de cochero, uno más detrás del cargamento y dos a caballo tratan de evadir a este trío de sospechosos enmascarados ladrones que a leguas denotaban su agilidad en el caballo y en el manejo de las armas, que ya estaban desenfundadas y listas a ser usadas. El primer jinete de negro y capa enmascarado se acercó al cochero principal a la par y a ¡Toda velocidad! Le propinó un golpe en el rostro, que aguantó de por sí demasiado ¡Luego le dio otro! ¡No se movía!
Los encapuchados se miraban como tratando de ver que seguía ¡No hablaban entre sí! Al estar distraídos, uno de los encapuchados no observó la rama baja ¡Fue tirado de su montura! Que le dio la vuelta completo y lo aventó al suelo ¡Le sacó todo el aire y no se levantó! Los otros dos jinetes de corceles negros quedaron solos ante la arremetida de los cocheros y los dos guardias de a caballo. Continuó la loca carrera por la ladera del camino que cada vez se hacía más angosto. Un jinete enmascarado logró subir a la carreta y a hora sí ¡Con todas sus fuerzas le propinó un golpe con la culata del rifle! En el hombro y la nuca del cochero ¡Que los desmayó de inmediato!
¡La carroza perdió el control! La rienda dio un tirón a la derecha y todos cayeron a la zanja del camino. De manera más ágil los dos encapuchados de inmediato saltaron hacia el otro acompañante del cochero, quien los recibió con un certero golpe ¡Dándole en el mentón a uno de ellos! Que lo desconectó de inmediato, como si se hubiera quedado dormido de cuajo. El único encapuchado quedó pasmado de verse ante el acompañante del cochero y los otros dos jinetes que ya habían desmontado ¡Quienes de manera inmediata arremetieron contra el cuerpo del joven! En una bola de cuerpos ¡Golpes, patadas y sacudidas! Logró zafarse el encapuchado solitario.
¡Tomó uno de los rifles que de reojo había visto y disparó al aire!
-¡Arriba las manos cabrones!
¡Obedecieron sin reclamar!
-Pongan el oro y la plata que tengan en la carroza y vaciénlos en los costales de los caballos ¡Vamos de prisa pendejos! – mientras daba la orden les mostraba el revólver que tenía en la cintura y hacía la retrocarga del rifle, mientras seguía dando órdenes – ¡No se les ocurra pasarse de listos cabrones! Tengo una fina puntería y les estoy observando, al primero que desee hacerse el héroe probará el plomo en su cabeza ¿Quedó claro?
¡Nadie chistó!
Al terminar de vaciar los metales preciosos en los costales de los briosos azabaches, quienes soportaban el peso distribuído, les indicó que caminaran fuera del alcance de los caballos.
-¡Hacia allá caminen! Andar con prisa y cuidado.
¡Uno de ellos alcanzó a darse una vuelta y sacó su revolver con rapidez! Se tiró al suelo para que desde ahí poder meter una bala en el pecho de quien los amedrentaba. Tan solo fue posible pensar la acción ¡Ya tenía destrozadas las costillas del tiro del enmascarado una vez se había apenas dado la vuelta! Una explosión de vísceras alcanzó a manchar a sus compañeros que mantenían las manos en alto.
¡Cayó de bruces ya sin vida!
-¿Algún otro pendejo valiente que se quiera dar a notar? ¡Caminen hacia allá dije y colóquense de rodillas!
Con las manos arriba los restantes se miraban burlonamente ¡Se ponen de acuerdo con señas y miradas de ojos! Golpear al encapuchado, desarmarlo y matarlo. Así que de inmediato uno se levantó ¡El encapuchado le disparo en el pecho y le destrozó la camisa, costillas y corazón! Cayó de espaldas, como si algo lo hubiera aventado para atrás, levantando un polvo inmenso al caer.
-¡Se los advertí! -dijo el encapuchado que volteaba a ver si alguno de sus cómplices se restablecía.
Uno de ellos tomando valor le hizo saber:
-¡A su merced que ya nos tiene! ¿Qué espera para matarnos? Solo somos los ustodios del oro, no tenemos otras intenciones.
-¡Hablarás cuando yo te lo indique perro! Anda dime ¿De dónde proviene este oro?
Hincado y con las manos en alto no le contestaba.
El encapuchado apuntó a la cabeza del otro hincado ¡Se la voló de un tiro! Volvió a recargar el rifle y le advirtió:
-¡Ya tu amigo no me lo va a poder decir! Así que habla de inmediato.-¡Lo llevamos a el Real de Minas de San Luis en el Potosí! Fuimos contratados para hacernos de este oro… ¡Lo robamos a varios carretones que los custodiaba el ejército del Norte! Fue una lucha encarnizada ¡Éramos unos cuarenta ladrones y ellos más de cien hombres fuertemente armados! En la emboscada nos hicimos de las monedas pero gran parte del botín aún sigue en la rivera del camino
-¿Quién lo cuida ahora?
– Nadie mi señor… ¡Los del ejército fueron masacrados en su totalidad! Al ser de cantidades enormes solo pudimos hacernos de esta carreta ¡Los animales no pudieron con todo el cargamento y traemos solo lo que pudimos.
-De los cuarenta ladrones ¿Dónde están los demás?
-Murieron.
-¿Cuántas carretas quedaron?
-¡Diez mi señor! De las mismas magnitudes de la que traemos.
-¿A cuánto estamos del lugar dónde dejaron las demás carretas?
– A unos tres días.
-¡Mierda! – Dijo el enmascarado, mientras apenas veía que sus acompañantes se reponían – Haremos un acuerdo que de sí solo te salvará la vida y te daremos una parte si nos llevas al exacto lugar de donde quedó el demás oro, nosotros mandaremos por más personas ¡Ya observaste que no nos empachamos en terminar con la vida de quien no desea cooperar! Así que sé inteligente en tus respuestas ¿Cómo sabremos que el demás oro quedóa así sin que nadie lo cuidara?
– Es un camino escondido recién hecho ¡El ejército del Norte lo iba construyendo mientras transportaba el oro! Nosotros igual nos quedamos admirados, si alguien estuviera buscando el oro no lo encontraría, porque es una vereda que nadie conoce ¡Así pretendían llegar hasta el entronque del camino real! a solo unas tresceintas varas de distancia del Real del Potosí, uno de los soldados nos dijo antes de que falleciera que las monedas que trasportaban no tienen cara o cruz ¡Solo el canto! Seguramente lo encontraron y está embrujado, pareciera de algún rico español ¡Luego el soldado por sus heridas murió! Nos entregó un mapa en donde se marca la ruta para llegar al camino hasta llegar a su destino.
-¿Quién tiene ese papel?
– Al que le volaste la cabeza- mientras con su cara le indicaba.
El encapuchado esculcó las ropas del descabezado y encontró un papel finamente trazado – Esto es obra de un especialista de trasmisiones! Alguien del ejército – le dijo a la hincada víctima.
-¡Eso suponemos! Lo cual nos hizo pensar en no llevar todo el oro también, no solo por el peso, sino porque no sabemos quien está detrás de todo esto ¡Esto es algo bien planeado!
Uno de los encapuchados aún sobándose la cabeza se acercó, se le mostró el mapa y de igual forma le pareció algo verdaderamente pensado, tomó al hincado y le amarró las manos y los pies, lo desarmó y le extrajo todas las cosas que había en su chaqueta, donde encontraron una orden escrita de puño y letra con fina caligrafía:
“… Una vez obtengan el oro, distribuid en carrozas varias y traedlas cercanas a San Miguel Arcángel, en donde tenemos preparadas las casonas para repartir el metal…”
Le firmaba las iniciales: G M E.
-¡Nos mentiste!
Le puso el rifle en el pecho a la altura del corazón ¡Se lo desapareció del cuerpo del tiro!
Casona de Don Fernando, antigua calle del ahorcado, dían antes del fusilamiento del príncipe europeo.
¡El plan estaba comprendido! O al menos eso pensaron.
Una vez que se estimó que el oro de los Duque de las Casas había sido extraído del sitio, de la trampa en San Sebastián era para darle tiempo a que llegara a San Luis Potosí, Don Fernando y Doña Andrea fueron aclarando poco a poco la complicada trama de sus desventuras. El presidente Benito Juárez no solo había tomado el oro sino que no había dejado claro el motivo del mismo y las condiciones del contrato -donde se establecía la cantidad de monedas, la fecha de entrega y la forma y tiempo del pago – Don Fernando buscaba y trataba de saberse si alguien habría ido a pagarle en nombre del presidente que por alguna razón se hubiera perdido algún papel- alguien de sus hombres que por desventura del sitio haya sido privado de la vida- o alguna persona que no haya encontrado la casa ¡Mil ideas de no saber del prestamo al presidente!
De cualquier modo no justifica el que le hayan saqueado por parte del general Escobedo todos los arcones y no se sepa en dónde está el metal.
Don Fernando en su larga vida se considera experto en los préstamos de esta naturaleza -los del oro a quienes tienen el poder- pero esta vez creía que lo habían engañado de la manera más sutil e incómoda: ¡En su propia cara!
Por ello, junto con personas del edil de San Juan – la ciudad de subidas del camino real- planea organizar una fiesta, un escrupuloso jolgorio lleno de lujos y algarabía ¡El más atractivo en esas fechas! en donde ya la república se formaría y comenzaba a olvidar – si es que fuera posible- lo de ser un imperio de nuevo, es más, todo lo que se tenía a la mano eran algunas ideas de Maximiliano en el común de las personas.
Toda la gente suponía los favores del europeo durante su corta carrera de emperador, leyes a favor de los indigenas – que los republicanos no tenían – escuelas gratuitas con clases de música y pìntura ¡Que si había traído los mariachis!, que, si había inventado los ejercicios a caballo, en un torneo dentro de una plaza de toros ¡Como charros de campo!
En este escenario, se tramó hacer una fiesta en la hacienda de la Llave, en el propio San Juan ¡Todo estuvo lleno de intenciones! Se tomarían en cuenta los lujos y comidas a las que el presidente y su gabinete estan acostumbrados.
-¿Cómo haremos para que venga el presidente? – comentaba Don Fernando.
-Tendremos que ser más astutos que él – respondía Doña Andrea.
Así en espera del futuro próximo del anterior emperador, por la ciudad de los frescos verdores y violáceos atardeceres aún se define el destino de la ciuidad, las ruinas de los conjuntos religiosos, una humareda de la quema de los cuerpos putrefactos, el vacío que dejó que la gente huyera a los alrededores ha dado a esta ciudad el tono de caída de derrota y desencanto.
Solo algunos vestigios de los hermanos de la congregación de María de Guadalupe doblan campanas por los funerales de cientos de fallecidos de un bando y del otro.
Están a espera de que en cualquier momento llegue el presidente Juárez a estas tierras – o al menos eso se rumora en la ciudad – los ejércitos del Norte se van desplazando hacia la ciudad de México, dejan algunos destacmaneto para evitar un levantamiento de los conservadores.
De todos los países europeos llegan misivas para el perdón al prisionero de finas elegancias, aquel desvencijado príncipe europeo.
Continuará…