Capitulo IV
El Préstamo
Querétaro Salón de Espejos del Casino Español, abril de 1867.
María Lorenda Duque de las Casas – la hija mayor del matrmonio de Don Fernando y Doña Andrea – había logrado su cometido ¡Embelesar al Emperador! No le resultó complicado, una noche en el Casino Español, luces, música, verbena ¡Todo le resultó certero! Aún no es posible sacar al Emperador al pequeño balcón del salón principal -aquel que da hacia la calle del marquesado- para respirar un poco de fresco aire, debido a que los perfumes de las mujeres, el delicado aroma de los varones que no se lustraban de agua y solo se peinan sus cabelleras con gelatina de gallina, el tabaco y el vino corren y se entrelazan aromas de pestilencia y de alcurnia.
El rumor del día es que se habla de soldados republicanos que penetran el sitio en la noche tratando de acertar de un tiro en la blanca frente del Emperador, los liberales tenían apuestas altas a quien lograra dicho cometido, se dice que la bolsa por la cabeza del príncipe invasor es de quinientas monedas de oro ¡Una fortuna! Sus milicianos, guardia personal a pesar de haber sido distraídos por las hermanas de María Lorenda, están al presto de cualquier situación que se presentara. Por su parte María Lorenda se empieza a desesperar un poco, la insistencia del Emperador de llevarla a sus aposentos al terminar la tertulia, era una buena oportunidad para ella pero no deseaba estar sola, requería que todo se apegara al plan.
En un instante en el baile se guardó un poco de silencio a la misma vez ¡Un capitán francés había caído de bruces por la borrachera! Había quebrado un vidrio de los que estaban colocados en el piso ¡El estruendo espantó al Mtro de Música de la orquesta! Quien de inmediato volteó a ver a los generales, a pesar de la magnitud del suceso los imperialistas le dieron la indicación de seguir tocando.
-¿Que opina señorita de acompañarme ya en este instante? – indicaba el emperador a la joven María Lorenda, quien mostrando sus carnosos pechos le enviaba sus aromas con el abanico.
-¿Es una orden excelentísima?
-¡Sí! es de buenas voluntades si lo toma desde esa perspectiva! – insistió el emperador ya como un garañón.
-¡Muy bien! Acepto, llevadme donde os plazca.
Maximiliano no es el tipo de cascos ligeros, no tenía la costumbre de ser mujeriego era más bien cauto en sus conquistas y reservado en sus pasiones, dedicado a su esposa la emperatriz Carlota -quien lleva meses separada de él- hace soledades que su esposa Carlota se había retirado a Europa, no sabía el menester y asunto, pero el emperador tenía sus necesidades ¡La hermosa mujer que tenía en frente! Le apetece buen manjar. De inmediato se hizo la reverencia de abandono del Emperador: se les solicitó a las mujeres que se hicieran de un lado y a los hombres del otro, hubo caravanas y genuflexiones pertinentes a la ocasión para después salir por la puerta principal, miemtras la banda toca las notas del Baviera Imperial.
Las hermanas de María Lorenda ya esperan cada una en los diferentes carruajes junto con los milicianos ¡Quienes salieron más “tentones” que de costumbre! Junto a los carruajes que le hacían escolta al Emperador las hermanas de los Duque y Casas, ellas esperaban alguna carroza dorada o de estofados elegantes con corceles blancos y bien dotados ¡Cómo se corría la voz era el transporte predilecto! A diferencia de lo esperado, simples montas y carretas de obraje les distinguen.
Maximiliano subió a su montura y le dio la mano a María Lorenda para que se subiera en ancas.
-¿En ancas pendejo? Como una simple sirviente – dejo a disimulo su molestia mientras sonreía. Se subió grácil y coqueta, como si no lo supiera hacer -¡Demasiada mujer para este caballero! – pensó.
Maximiliano tomó para el lado contrario, hacia lo que se conoce como la calle de los destrozoz, un callejón de cantinas que va hacia la parte más dañada del sitio, junto al recién acondicionado hospital de atención, en los confines del conjunto de Santa Rosa de Viterbo y la carroza con las hermanas hacía el convento de la Cruz.
-¿Hacia donde me lleva su excelentísima? Percibo me quereís raptar- risas y coqueteos, desde la parte detrás del caballo.
-Vamos a pasar un rato digamos ¡Diferente! – astuto el emperador sonrió, mientras su aroma de varón alcanzaba a trastocar las feminidades de María Lorenda. Se mantuvieron por la calle hasta llegar a una construcción antigua, que se miraba derruida por los cañonazos, vidrios rotos, y una que otra escalera endeble, palomas salen espantadas al verlos y una que otra con su sonido hacía el deleite de la noche. Entraron por un espacio pequeño entre la puerta rota y una ventana destrozada para tener acceso a la fuente, al acercarse a ella el animal se acercó a dar unos sorbos de lo que pareciera un agua de muchos días, cristalina y reluciente a la luz de la noche. Luego bajó Maximiliano, sus botas lustrosas daban reflejo de la luna que aparecía en todo su esplendor al estar completamente debajo, tomó de la cintura a María Lorenda la bajó dócilmente, y le invitó a sentarse en la fuente.
Luego él busco una flor o algo parecido en alguna de las jardineras de la casa, que a leguas se miraba abandonada y la tomó en sus manos, la cortó, aspiró, fue y la colocó en los rizos gruesos y suculentos de la joven. Se sentó junto a ella haciendo a un lado su chaqueta blanca de bordados rojos y su cintilla de cuero blanco, para poder estar cómodo y de mejor forma.
Le tomó su rostro entre sus manos, olió su delicada boca y la beso ¡Un beso suave! Que a María Lorenda no le desagradó, pasando sus manos sobre la cadera y las anchas nalgas de la joven, escuchando los latidos que casi salen de su fresco pecho, los caireles de la joven exudan un aroma que a cual cualquier mancebo vuelven loco de pasión, se puede escrudiñar su entrepierna que suda frágiles rocíos de pasión, luego el Emperador se levantó, caminó unos pasos, se tomó su mango de la espada y la sacó suavemente dejándola a un costado de la fuente. María Lorenda miraba con la cabeza baja y los ojos profundos en dirección a los del Emperador, el mentón de la joven pega con su pecho y se sentía ¡Hasta cómoda! Continuaban los besos, caricias y escondrijos e improvisados tocamientos entre sí ¡Parecen dos enamorados en un cortejo antes del apareamiento! Maximiliano metió su mano entre sus ropas, tocó algo sólido y de inmediato lo sacó ¡Sonriendo Lorenda vio todo! Como una daga que ella pensó iba a dejar junto a su espada. El emperador se colocó detrás de ella, con la otra mano le tomó toda la cabellera que despedían sus aromas de flores, le inclinó la cabeza hacia atrás y le puso la daga en el cuello.
¡María Lorenda se impactó! Así estuvieron unos instantes, cuando se escuchó la voz ronca de un tercero:
-¡Suéltela su excelencia! Por favor, si os permitís.
Una voz de entre las sombras haciendo voltear al emperador de entre los escombros de la ruinosa casona, con las manos de frente mostrando que no tenía nada una silueta se acercó lentamente. Los ojos del emperador buscan saber quien le habla, ante esa luz de plata le es imposible distinguir.
-¿Quién soís? – ordenó sin soltar el cabello y la daga del cuello de la mujer.
-¡Soy Don Fernando Duque de las Casas!
De inmediato Maximiliano soltó a la chica ¡Peligrosa jugada haber hecho eso!
-¡No nos presentamos antes! – insistió Don Fernando.
En los menesteres de los prestamistas de oro, aquellos que mueven el mundo que asestan la balanza hacia el lado que mayormente les conviniera, ellos o a sus familias, fuera para los ejércitos o para las causas de la recién llamada libertad, el que presta era respetado, más inclusive que propios virreyes, generales, presidentes, duques o cofradías ¡Son la punta de la pirámide alimenticia! Asestarle un golpe a cualquiera de estas estirpes es prácticamente una sentencia de muerte.
-¡Don Fernando! – dijo su excelentísima – gozo pleno de conocerle pero vamos ¿No creyó que iba a lastimar a la doncella? Hermosa y distinguida ¿No cree?
-¡Lo sé! No se atrevería ¡Ella es mi hija!
Maximiliano tomó aire y tragó saliva.
-¡Hermosas flores le rodean Don Fernando!
-Mi campo reboza !Pero ninguna más que la madre de ellas!
Don Fernando acercándose le mostró a Maximiliano un bulto entre paños que le llenó de miedo y angustia al emperaqdor ¡Un hilo de oscuro líquido salía! Es la mano de uno de sus milicianos, el de su escolta más cercano con el anillo que él mismo emperador le había regalado, la colocó en la fuente aún caliente y Maximiliano abrió los ojos.
-¡No era necesaria tanta barbarie! – el emperador le distinguió, trató de mantener la calma.
-Es simple precaución ¡Por si usted se atrevía a abrir la garganta de mi hija!
De inmediato empujaron a los milicianos a los pies del emperador los hombres de Don Fernando, aquellos que eran la escolta del emperador, cayeron arrodillados y lastimados ¡Entre ellos esta a quien le habían arrancado la mano, quien se sostenía apenas en sollozos con la otra mano un muñón de trapos, para que no se desangrara.
-¡Por cierto! En atención a lo solicitado su excelentísima, traemos el encargo.
Prendieron unas antorchas y mostraron ¡Decenas de arcones llenos de monedas de oro pulidas por los lados ¡No hay cruz ni cara! Pero sí el canto.
-¡Diez mil monedas de oro! A lo mejor su majestad ha de querer reconquistar México ¡Esto es demasiado oro! le sobraría para hacerse de un ejército más grande y poder ganarle al presidente de cualquier nuevo país que deseara.
-¡No es mi intención! Si de verdades estamos hablando, tengo ya mis propios planes que no le incumben.
-Coincido en sus mercedes ¡No es de mi incumbencia! Le solicito me haga el favor de firmar las cartas siguientes- Enseguida un escribano se acercó con los papeles, estan en regla y a su vez claramente se le miraba consternado a la ayudantía de los papeles – por lo de la mano cercenada- tembloroso se acercaba al contratante.
-¡No se ponga nervioso escriba! No le voy hacer daño- burlón Don Fernando.
¡Cuando leyó Maximiliano los papeles refunfuñó! El porcentaje de interés era demasiado ¡El sesenta de a ciento por el préstamo a pagar en diez años! Pero no le importó, firmó, luego pidió la cera, el escriba tomo una vela roja, la acercó al fuego las gotas iban cayendo en el papel, luego Maximiliano tomó su anillo y lo puso sobre la aún cera sin secar.
-¿Qué dirección le tendré que perseguir su excelencia? Al infierno aún no llego.
El emperador levantó sus claros ojos color de cielo y le exclamó:
-¡Yo se lo haré saber mi señor! Pronto.
María Lorenda trataba de comprender ¿Porqué una gran cantidad de monedas de oro en pleno sitio? Y no era para la lucha armada ¿Qué planes tenía el emperador? Al terminar todo Don Fernando tomó a su hija y salieron por la puerta de atrás, en donde ya le esperaban sus carruajes con sus hijas arriba y los escoltas de la familia Duque de las Casas.
Maximiliano aún se quedó viendo todo el oro que ahora poseía ¡Tiene planes! Como si tuviera larga vida por delante.
Continuará…