La muerte de un ser querido siempre convoca a los cercanos, como decía Durkheim, para evitar la disolución del cuerpo social, pero también para recrear y volver a anudar las experiencias del pasado. Los ritos y las honras fúnebres tienen un significado de cohesión social profundo, más cuando el que muere ha desempeñado un papel importante dentro de los valores comunes del grupo. Éste es el caso de la partida de Álvaro Arreola Valdez.
Conocí a Álvaro desde finales de los años cincuenta, él era mayor que yo once años, a través del Padre Jesús Gurpegui. Cursaba la secundaria en el seminario de los Agustinos Recoletos cuando él me escogió para apoyarme en los estudios. Cumplimos años el mismo día de febrero. Si tengo una palabra para definirlo, esa palabra es “generosidad”. Pero esta virtud viene acompañada por otra llamada “agradecimiento”, de mi parte.
Al salir del seminario me abrió las puertas de la preparatoria de la Universidad Autónoma de Querétaro en 1968, en la que fue mi maestro de Derecho y él fue quien me dio la noticia de una beca para El Colegio de México, que me proyectó profesionalmente. Gracias a él concursé para una clase sobre Filosofía de la Ciencia en la prepa y, también por su intermediación, la Universidad me publicó mi primer libro, Estados Unidos y el Fondo Monetario Internacional.
Siempre tuvo tiempo para un café, para una charla, para ayudar y escuchar. Esta virtud, que lo caracterizó, fue la que lo proyectó como líder cuando se dio la huelga estudiantil, primero para luchar contra el autoritarismo gubernamental y después para lograr la autonomía universitaria. Narra María Noemí Rubio Guerrero, que después de concluir el último examen del curso, en diciembre de 1957, pasaba por el Jardín Obregón el sobrino del rector Fernando Díaz, y les dijo: “Qué bueno que los veo, fíjense que el gobernador Gorráez acaba de quitar a mi tío de rector y nombró a Pepe Alcocer”… “¡Ah caray!, ¿cómo logró eso…? replicó Álvaro… “Reunió al Consejo Universitario en Palacio de Gobierno y ahí lo definieron”. Álvaro convocó inmediatamente a un buen número de estudiantes y se fue directo a encarar al gobernador. “Sr. Gobernador, usted tiene toda la razón jurídicamente, porque la ley dice que usted nombra al rector, pero le faltó algo muy importante, el elemento sustantivo para que la Universidad exista, y somos nosotros” (1). La idea simple y llana de que los estudiantes son el alma de la universidad fue el motor que le dio fuerza a su planteamiento. Puede existir una universidad sin edificios, sin libros, sin maestros, pero no sin estudiantes.
A partir de entonces, una vez lograda la autonomía el año siguiente, el nombre de Álvaro Arreola estaría ligado indisolublemente al de la Universidad Autónoma de Querétaro. Tanto como maestro, en el sindicato, como administrador, fue el revulsivo, junto con un grupo de maestros, que lograron posicionar a la UAQ como una de las mejores universidades del país.
Mariano Palacios Alcocer lo nombró acertadamente Director de Educación y posteriormente fue el primer rector de la Universidad Tecnológica de Querétaro (UTEQ), a la que supo enraizar fuertemente como modelo educativo consolidado en el estado de Querétaro.
Álvaro fue un apasionado de la educación, siempre nuestras conversaciones tocaban los problemas educativos, pero también las posibles soluciones, aportaba ideas revulsivas, revolucionarias y a la vez factibles. Dejó su impronta en libros y artículos sobre el fortalecimiento de la autonomía y de la educación del estado. Fue un universitario ejemplar.
Álvaro, en tu partida no te llevas nada, pero dejas a la ciudad que te acogió desde niño, un legado que perdurará por siempre. Buen viaje.
(1) Rubio Gudiño, María Noemí. “El proceso de huelga por la autonomía, platicada en voz del Mtro. Álvaro Arreola Valdez”. Gaceta, Universidad Autónoma de Querétaro No.13. SomosUAQ_Gaceta.