Quizá sea por un afán de jamás dar marcha atrás porque eso pondría en riesgo la confiabilidad de una política; posiblemente por un empecinado compromiso con la forma única de mirar las cosas, posiblemente porque, a sus ojos, la crítica no es un ejercicio de la inteligencia ajena sino un arma contra su persona, pero por cualquiera de estas causas el presidente de la República se ha puesto en una innecesaria condición de riesgo.
Ha asumido como suyo el fracaso de Hugo López Gatell, y no hay forma de negar esta afirmación inicial: un “científico” cuya predicción era llegar a 60 mil muertes en una pandemia desconocida, sin vacunas entonces y sin experiencia en su tratamiento, y se mira ahora rodeado por más de medio millón de muertos, es un hombre fracasado.
Empatar su destino con el de Hugo López Gatell, usando para ello por cierto una vieja frase del parisino francés de 1968, revela además de poca originalidad, una desmesura.
Si los franceses contrarios al mayo del 68 señalaron como instigador del desorden cuya vehemencia levanto hasta los adoquines de la Plaza de la Concordia, al “judío alemán”, Daniel Cohn Bendict, los estudiantes movilizados hasta quitarle el sueño a De Gaulle, respondieron con él famoso, “Todos somos judíos alemanes.”
“Nous sommes tous des juifs et des allemands.”
Desde entonces esa defensa de Danny “El rojo”, se utiliza para todo: Todos somos Ayotzinapa; todos somos 132, todos somos, etc, etc, lo cual demuestra una fatigosa recurrencia a los lugares comunes y una enorme falta de creatividad para responder una crítica.
Pero esta vehemencia, esta asunción de responsabilidad nunca vista en otros errores de su gobierno, mueve a tristeza.
¿De veras el señor presidente, tan preocupado por cambiar este país y dejar su impronta en la anhelada Cuarta Transformación del país, cree en el talento de este charlatán, o nada más se defiende defendiéndolo a él, cuando debería ser al contrario?
Si es así, yerra, porque ya carga desde ahora con el peso del desastre y el desprestigio ajenos, los cuales por ese camino terminarán siendo suyos.
Y si hace mucho tiempo los cínicos fueron capaces de decir, “los médicos son los únicos profesionistas que entierran sus errores”, hoy la mala política sanitaria aplicada a contracorriente del sentido común por López Gatell y sus patrañas de solidez moral contra fuerza de contagio; sus inmunidades de rebaño anticipadas; las versiones tautológicas del uso de los cubre bocas y todo el sartal de ligerezas y torpezas de su gestión, están a la vista.
López Gatell ha mentido y engañado y en verdad la solidaridad presidencial daña al jefe del Ejecutivo, quien, en este caso, pasa por encima de los derechos de las víctimas y se enloda con el patrono del desastre.
Por eso estas palabras resultan injustificables a la luz del respeto (tantas veces invocado) a la investidura presidencial:
“…de todo hacen escándalo, al grado de presentar una denuncia penal en contra del doctor López-Gatell por los lamentables fallecimientos del (1) COVID.
“Imagínense eso, culpar al doctor de todos los fallecidos por el COVID. Es una desproporción, es muy irracional y conlleva mucho odio. Todos sabemos que se trata de una pandemia.
“Hemos hecho todo por salvar vidas. De manera simple, aunque siempre deberíamos de ser más profundos en todo, pero por el tiempo… se me hace una gran injusticia, una campaña de desprestigio, porque ¿qué va a hacer el Ministerio Público o el juez?
“Y no es nada más el doctor Hugo, es el presidente, es el secretario de Salud. Todos iríamos a la cárcel, todos somos Hugo. Pero todo tiene que ver con la politiquería”.
Pero la verdad, señor presidente es más sencilla: no todos somos HLG. Usted tampoco. Por fortuna.
(1). – No es por LOS fallecimientos; la demanda es por algunos decesos señalados con toda precisión de los querellantes.