Posiblemente el momento más significativo de las relaciones entre México y Panamá (sin tomar en cuenta el partido de futbol de esta noche en el Azteca) haya sido cuando nuestro gobierno facilitó el repentino regreso del general, Omar Torrijos al Palacio de las Garzas, donde algunos miembros de la Guardia Nacional le intentaron un golpe de Estado.
Un “Tejerazo”, tan bananero como la razón por la cual el generalísimo Torrijos estaba en México: ser había ido al hipódromo de las Américas a ver correr una potranca (estaba participando la yegua panameña ‘Quimera’), en el IV Clásico Internacional del Caribe.
Regresó de inmediato, pero no, podría haberlo hecho sin la colaboración instantánea y eficaz del gobierno mexicano. Torrijos regresó, encabezó un movimiento nacionalista y recuperó el Canal para su patria mediante los tratados Torrijos-Carter, los cuales le costaron a don Jimmy; el odio de los derechistas de su país. Eso y su auxilio de los sandinistas en Nicaragua. Y ya vimos en este caso para qué.
Pero hoy México y Panamá se hallan en un momento triste de sus relaciones. El presidente de México ha insultador al gobierno panameño y a su ministra de Exteriores, con argumentos absolutamente biliosos e indelicados, impropios de las relaciones de altura diplomática.
Y todo por defender (internamente) a un impresentable sobre cuyo nombramiento había advertido: “No (está a reconsideración su nombramiento), porque nosotros consideramos que es una persona capaz, ya lo dije la vez pasada, es uno de los mejores historiadores de este país…
“No sé, no sé (lo de postura panameña), pero lo que quiero decir es que, si no hay denuncias penales, no sabemos, no conozco la carta, pero no creo yo que por las denuncias que tiene que ver con el ITAM y que tiene que ver también con la postura del conservadurismo, no tengo duda de eso.
Salmerón (“Salamerón”), envió una carta de declinación cuando ya se sabía de la negativa panameña a acogerlo en el cuerpo diplomático acreditado. Y aprovechó la misiva para pedir otra chamba (y se la van a dar, obviamente), a través del sencillo camino de la adulación al presidente y las referencias a su persona con el método Ollendorf:
‘El actual linchamiento ha rebasado nuestras fronteras, justo cuando la política exterior mexicana ha tomado un nuevo liderazgo en América Latina, actualizando nuestras mejores tradiciones de defensa de la soberanía y los principios de no intervención y autodeterminación de los pueblos. Esa es la política de su gobierno, señor presidente… Quedo, como siempre, a sus órdenes, reafirmándole la seguridad de mi aprecio personal y mi lealtad al proyecto que usted encabeza con firmeza, inteligencia y sensibilidad sin par”.
Ante tanta melcocha verbal y la voluntaria confusión entre gimnasia y magnesia, el presidente mostró su apoyo una vez más. Quizá de la peor manera:
“…Pero resulta que lo propusimos para embajador en Panamá y, como si fuese la Santa Inquisición, la ministra o canciller de Panamá se inconformó, que porque estaban en desacuerdo en el ITAM. Ya les vamos a dar a conocer el documento que envió, que la vez pasada no lo conocía, pero ahora ya lo tengo, y que nos pedía que no enviáramos la solicitud de beneplácito.
“Lo lamento muchísimo porque es la tierra de Omar Torrijos, que le devolvió la soberanía a Panamá (no olvidemos la ayuda mexicana cuando éramos neoliberales) , pero Omar Torrijos pensaba de otra forma…”
Y como el asunto:
“…Pero pues ya les informo que vamos a proponer como embajadora para Panamá a la senadora suplente, Jesusa Rodríguez, ella va a ser, si lo acepta el gobierno de Panamá, si da su beneplácito, la embajadora de México en Panamá”.
Y entonces uno ya no sabe si el siguiente paso va a ser declararles la guerra, porque de veras, hay límites, hay límites…
GRAHAM
¿También debemos recomendar “El poder y la gloria”?