WASHINGTON, DC. A inicios de año, los gurús de la economía y la política acostumbran presentar sus predicciones para el año. En algunos países sus opiniones pueden impactar los índices en las bolsas de valores. Pero predecir es más un arte que una ciencia, una mezcla de sentido común, experiencia, conocimiento técnico y suerte, en el mejor de los casos. Kahneman, premio nobel de economía, decía que su artículo favorito es uno sobre la psicología de la predicción, que escribió con Amos Tversky. En este ensayo argumentan que para predecir se requiere una mezcla de análisis de la tasa base, de la acción individual y cómo ponderar estas dos. Si la suerte es dominante se le debe dar más peso a la tasa base, si la habilidad es la dominante, entonces se debe poner más peso en el caso individual.
Me gusta compartir una anécdota de una entrevista que le hizo Richard Godwin a Kahneman. Este recordaba un episodio divertido cuando visita una fondo de inversión de Wall Street. Después de analizar sus informes, calculó que los analistas, que eran muy apreciados por su capacidad de “leer” los mercados, no se desempeñaron mejor de lo que lo habrían hecho si hubieran tomado sus decisiones al azar. Las bonificaciones que recibían eran, por tanto, premios a la suerte, aunque encontraban formas de interpretarla como habilidad. “Estaban realmente bastante enojados cuando les dije eso”, se ríe. “Pero la evidencia es inequívoca: hay mucha más suerte que habilidad involucrada en los logros de las personas que se hacen muy ricas”.
En algunas ocasiones he dado predicciones que resultaron correctas, he tenido suerte. Por ejemplo, predije la crisis que ocasionarían los bonos respaldados por acciones en Estados Unidos (asset-backed securities), por lo que siendo director de la Corporación Interamericana de Inversiones (CII) desinvertí en estos y gracias a eso la CII fue una de las pocas instituciones en el mundo que, en el marco de la crisis del 2008, no tuvo pérdidas. Más adelante predije la victoria de Trump y la victoria de López Obrador. En el 2018 me quedé corto con el crecimiento económico de México, predije que sería menor a 0.5% y resultó ser negativo.
Hay varios tipos de predicciones, claramente las que tienen una dimensión física, científica o matemática tienden a tener mayor probabilidades de éxito. Sin embargo, hasta en estos casos la suerte juega un rol. Si una persona se cae de un sexto piso, su probabilidad de muerte es muy alta, pero hay una probabilidad en un millón que caiga en un camión lleno de esponjas, transitando por la calle en ese instante preciso y se salva. ¿Casi imposible? Sí, pero posible. Luego tenemos los pronósticos del tiempo. Esta es una combinación entre tecnología y ciencia que data de tiempos milenarios, en cada época con distintos métodos. Sin embargo, sigue siendo falible, la razón es que no emite realmente un pronóstico, sino más bien “probabilidades” del pronóstico.
Las predicciones en las ciencias humanas, en particular en política y economía son todavía más inestables, tratándose de emociones humanas por detrás, implica que hay una mayor cantidad de probabilidades. Aún cuando algunos economistas y politólogos se aferren a sus ideas como si fueran infalibles. Me recuerda siempre a un buen amigo, jugador profesional en Las Vegas que solo apostaba a la ruleta. Un día le increpé, por qué si disfrutaba tanto el juego no apostaba al fútbol americano o a las carreras de caballos; contestó enfático, que no apostaba a algo que tuviera un cerebro, “Los cerebros son demasiado impredecibles y cambiantes”. Nada más cierto, pensé. Cuando recién se declaraba la pandemia y millones por todo el mundo salieron en busca de papel higiénico ¿Quién se pudo haber imaginado algo así?.
Con este preámbulo, en las siguientes entregas compartiré algunas predicciones a futuro de mi cosecha. Espero sus comentarios.