Capítulo III
Ingresan a los Pasadizos
Los hombres del general republicano ya llevaban días que tenían a Don Fernando, amarrado de los tobillos, colgado de una viga, en una casona que ya ocupa la tropa del mismo general al romper el sitio e ingresar a la ciudad. Una casa elegante cercana a la calle de la gran Palma que por muchos años estuvo abandonada. Aún luce sus galas como señorial hogar pero que el abandono, comenzaba a hacer estragos en la comodidad. En uno de los cuartos principales se acondicionó una sesión de tortura en donde varios prisioneros eran puestos a prueba en su hombría y lealtad, no solo al emperador, sospechosamente en ese cuarto están puestos a prueba los hombres leales a Don Fernando, mismos que darían su vida por no desenmarañar el flujo de los laberintos que existen por debajo de la ciudad.
Estos hombres del general Mariano Escobedo maestros en el arte de la tortura discípulos de la inteligencia norteamericana, tenían en sus manos la oportunidad de lograr abrir la tapa del cofre de las prestigiosas y famosas reservas de oro que se decía Don Fernando era el encargado de velar por su seguridad. Aún se preguntaban los hombres de Escobedo de donde habrían sacado tanto dinero ¡Tanto oro, tantas piezas completas del metal fundido lingotes apilados desde el suelo hasta el techo! según corrían los rumores entre algunos soldados imperialistas que ya habían pagado con su vida esa información al ser insensatos a las voluntades de la tortura.
—¡Es tu turno joven José Ricardo! — exclamó el encargado de aquél cuarto de sufrimiento una vez que leyó la lista de los prisioneros.
Trajeron al joven, un robusto moreno de ojos negros cálidos y mirada inocente, que fue encargado de cerrar varias de las bóvedas de los intrincados pasadizos para acceder al metal precioso dentro de las casas de Don Fernando. Hinchado de la cara por las golpizas, las ropas como andrajos, los hombres de Escobedo trataban de jugar con su mente, de hacerle ver sus amenazas eran más allá del dolor físico, trataban de encontrar el miedo de mayor profundidad de su ser y colocar ahí el dardo de la traición ¡Que lo hiciera hablar y descifrar el laberinto de intrincados pasadizos que era aquel lugar!
—Anda dime ¿Cómo llego a la bóveda principal? pero antes de contestarme, deseo que observes con taneción ¡Tal vez aclare la respuesta de tu mente! — burlón asistió el verdugo. Un par de soldados trajeron a una hermosa mujer, pequeña y bien formada ¡Ya toda una mujer a pesar de sus 16 años! Con el vestido destrozado, que apenas lograba tapar sus partes, sonrojada y llorando, fue aventada a los pies del capitán imperialista.
¡El joven contuvo la respiración y la reconoció de inmediato! ¡Es su prometida Angelica! una joven parienta de Don Fernando que había sido traída desde la ciudad de México, para lograr los cometidos de los hombres de Escobedo, le secuestraron y lograron torturarla.
¡Mira José Ricardo! Tenéis visita.
¡Don Fernando se quedó atónito al reconocerle!
—Pretendemos que, de forma sencilla ¡Vamos! sin detalle de texturas y volúmenes, nos ayudes a dibujar un mapa, nos acompañes a verificarlo y si es lo correcto ¡Dejamos a tu prometida en paz! De no ser así y te atreves a traicionarnos, volveremos a darle un poco de placer a tu prometida, como lo hemos venido haciendo, desde que salimos de México. — irreconocible el fiero verdugo ¡Centelleaban sus ojos de ambición!
—¡Perros malditos! — escupió a su vez José Ricardo.
—Bueno pues te pones intratable ¡Así que dejaremos que ella te cuente con sus propias palabras, lo bien que se la ha pasado, gracias a los favores de mis muchachos!
El cruel verdugo les indicó a sus hombres que le quitaran en total las ropas, así el joven Ricardo logró ver lo las lastimaduras que por todo el cuerpo de la joven había, en especial, su cuerpo se veía habían abusado en demasía de ella.
—¡Está bien déjenla! — gritaba el joven, mientras enjugaba sus lágrimas y sorbía la saliva densa que brotaba de sus propios labios ¡Amoratados por el sufrimiento! Así, la chica fue llevada a otro cuarto ¡Le aventaron al suelo, con desdén, con improperios que ella no estaba acostumbrada a escuchar! Cerraron la puerta y le aventaron unos ropajes sucios, mal olientes, dejándola sola y a su suerte, en lo que comprobaban la realidad de lo que dibujaría el muchacho.
EL verdugo le dirigió la mirada a Don Fernando que no paraba de quejarse del dolor —¿Ve don Fernando? fue sencillo, si se sabe en dónde colocar el dedo, hay quienes colocan el dedo de menos a más, yo en cambio — le decía mientras se burlaba de su condición — meto el dedo dentro de la herida, hago nudos los nervios ¡Hasta ahora me ha resultado! — Don Fernando no podía siquiera abrir los ojos, la hinchazón de su cara, le hacía perder el juicio, pero a lo lejos lograba identificar perfectamente lo que le pasaba, dando pie a su fuerza y condición, solo esperaba un ligero descuido y lograr atinar un golpe de suerte ¡De esa que en todo momento le ha acompañado!
Y que, seguro esta vez ¡No sería diferente!
Como pudo el joven capitán José Ricardo se reincorporó y logró esgrimir algunos bocetos burdos, pero específicos acerca de la ubicación de la entrada de los caminos a seguir y hacerles saber que la presencia de Don Fernando era esencial debido a que él era el único que conocía los mecanismos.
—¡He visto perder brazos a aquellos que se han equivocado de mecanismos! — les hacía saber el capitán José Ricardo. El verdugo vacilaba, dudaba en llevar a Don Fernando, presea incalculable, justo en este momento que vivía ya el sitio liberado. Así de pronto, levantaron a todos los que estaban en el cuarto, la prisa apremiaba y no había tiempo que perder pronto se daría el parte del botín de guerra y no se deseaba informar al presidente Juárez la existencia de este tesoro, los subieron a una carroza, incluyendo a Don Fernando y caminaron con algo de celeridad para encontrarse de frente a la entrada, esta vez nada sería al azar. Se encontraron en la entrada una cueva que aparentaba estar inundada allá por los rumbos de los socavones del agua del acueducto, pero gracias a uno de los mecanismos ya anteriormente platicados ¡Se vacía rápidamente! lograron pasar, la altura es considerable y los caballos, carrozas y jinetes sin problema alguno podían penetrar de forma continua.
El capitán José Ricardo daba indicaciones ya dentro de los pasadizos ante la mirada de tristeza de Don Fernando.
—¡Por favor hacia la izquierda! Luego de frente veinte varas ¡Por favor a la derecha unos 50 pasos más! — Los hombres de Escobedo estaban maravillados con aquella proeza arquitectónica, perfectamente bien construida y escondida —¡Es una ciudad debajo de otra! — Emulaba a la Venecia con elegantes arcadas o a Sevilla con imponentes trabes. Continúan caminando Don Fernando sudando y sus heridas ya alcanzaban a tener un poco de costra, eso impedía que siguiera sangrando ¡Pero seguían doliendo! Cuatro soldados republicanos tenían en una carroza a la joven Angélica quien vomitaba constantemente, por el hedor de sus ropas. Los hombres fieles de Don Fernando estaban consientes de la suerte que les deparaba el destino o morir en manos de los republicanos que ansiosamente buscaban el oro o por el castigo infame de Don Fernando, por haber traicionado sus confianzas ¡No saben que es peor!
¡Solo el joven capitán José Ricardo se sentía seguro!
Así caminaron y se encontraron ante otra puerta de madera de un mecanismo que ya conocían o al menos ya les habían indicado que hacer, según las instrucciones de los torturados, que fueron estrictas ¡El primero en saltar fue el propio capitán de los hombres del general Escobedo Trinidad Abasolo! El General Mariano Escobedo esperaba ansioso desde su cuartel en la Cruz, noticias de lo que acontecía. El capitán tomó un papel que previamente le había dado el general con santo y seña de que hacer para abrir la puerta, lo leyó y trato de sacar sus propias conclusiones ¡Solo que esta no se parecía en mucho a la descrita por Escobedo! ¡No había las rocas grandes y las canteras brillantes por la humedad! Se le hizo fácil meter su mano, tocó el mecanismo y la puerta se abrió de inmediato la soltó para ver si se volvía a cerrar ¡No sucedió! pensó — ¡Creo que la abrí correctamente! —.
Don Fernando veía de reojo a su capitán José Ricardo el joven prometido de la mujer torturada le dio una sonrisa de aceptación ¡Hasta complaciente! Entraron todos los hombres del general, ninguno quería perderse tal visión o al menos ser testigos de lo que se abriera ¡Como si fuera la cueva de Alí Babá y sus cuarenta ladrones! Lo primero que vieron era un pasadizo sencillo, no había mucha ingeniería en la puerta, a lo lejos cofres cerrados de una madera negra y bien acabada, pulida y brillante, como si fueran elegantes cajas de tabaco que eran traídas de la antigua isla de Cuba, también parecían aquellos pianos caros de las escuelas de música de Viena ¡Dispararon a los candados cedieron! Levantaron las tapas y vieron un espectáculo de asombro.
¡Amontonadas y por miles las monedas de oro los hipnotizaron, los llenaron de estupor y algarabía! Todos se entusiasmaron, reían y brincaban ¡Habían encontrado el anhelado oro! Contaban más de 40 cajones llenos de monedas de oro pulidas de la cruz y de la cara, solo el canto grabado.
¡Cientos de miles de ellas!
Se felicitaban y reían ¡Como locos! Ensimismados tanto, que dejaron sin guardia a los prisioneros y a la chica ¡Todos quienes cuidaban al escuchar el ruido, corrieron sin control hacia los cajones repletos de tan preciado metal! Ellos estaban aventando las monedas, se las guardaban en la ropa, en las botas en sus mochilas de rancho ¡Faltaba lugar para colocar tanta riqueza! Doblaban sus camisolas y las llenaban de monedas ¡Como si su vida ya tendría sentido! Ya no era la guerra cruel y sanguinaria en donde todos perdían ¡Ahora eran ricos! Carcajadas y cantos.
Así aprovecharon el alboroto de los vigías, los prisioneros y se fueron escabullendo de uno a uno, Don Fernando apenas y podía caminar su tobillo dislocado por la tortura y los amarres que lo tuvieron colgado hizo estragos. Pero aun así logró pasar por otro pasadizo ¡Nadie se dio cuenta! Lograron penetrar hacia la parte de arriba de donde estaban los hombres de Escobedo y Don Fernando con gracia y buen porte, esperó que su euforia se convirtiera en una razón ¡Al fin sabría Don Fernando que ahora era su oportunidad de tomar afrenta a lo vivido! cada gota derramada por sus hombres tendría afrenta y sería pagada ¡Pero lo de su sobrina no tenía razón de haber sucedido!
Cuando los soldados republicanos fueron seducidos por la codicia ¡La ambición les penetró en su más cercano ser, no les importa nada! Don Fernando dejó unos minutos más a que vislumbren su vida, lo había visto por decenas de veces. El oro apacienta a quien lo tiene en poco, pero aquellos que lo tienen en demasía sufren verdaderas pesadillas de que todos quienes les rodean se los quieren robar ¡Don Fernando sabía que faltaba poco para ese pensamiento de los soldados al regresar en su locura! Dejarlos endulzarse con la miel de la avaricia era la mejor tortura. Como un oso que cayó en la trampa, solo esperaba Don Fernando una palabra de lucidez para hacerlos ver su realidad ¡Como ratas atrapadas en una cubeta llena de oro!
Así que a pesar de un dolor inmenso por su fractura subió a un andamio que le permitía ver muy bien la escena y obtener una vista de todos ellos regocijados de riqueza ¡Los soldados republicanos, sus capitanes y generales, todos ellos no secaban el alboroto! Don Fernando se sentó y los miraba ¡Inclusive se reía un poco de lo que veía! — Pobres diablos haciéndose la idea de ser ricos ¡inmensamente ricos! — Haciendo un poco de teatro, entonó las palabras de manera que todos le escucharan y no hubiera duda de que fuera él mismo.
—¿Les inspira el oro ser mejores soldados capitán? — dijo Don Fernando, sabedor de que ahora estaban en sus dominios ¡Todos guardaron silencio! En un acto de inmensa rapidez, cayeron en el entendido de que estaban en una trampa ¡Encerrados por las cuatro paredes lisas! sin tener de donde agarrarse para lograr escapar, las paredes eran tan altas como de unas siete varas ¡Es imposible salir de allí! ¡La puerta ya no estaba allí en donde la habían cerrado! Como si todo el cuarto se hubiera sellado, solo paredes de piedra resbalosa, las mismas que les dijo el general Escobedo. Se miraron unos a otros ¡Las bolsas llenas de monedas de oro en sus ropas! Es imposible salir de ahí. En eso pensaban cuando de unas grandes canaletas de agua —por medio de una palanca— Don Fernando les dejó caer galones completos del líquido con una fuerza que no permitió reacción alguna ¡Un agua cristalina y pura! De una transparencia que pereciera recién salida de algún socavón ¡Impactaba lo claro del líquido!
¡Hasta que se llenó por completo la bóveda! Como pasa con la avaricia, al traer las bolsas llenas de monedas, botas, manos ¡Hubo quien se metió las más que se pudo dentro de sus propias ropas! Fue el error más grande de sus vidas. El peso obligó a todos a quedarse al fondo y aunque había los esfuerzos por salir y procurar nadar hacia arriba ¡El peso del metal se los impidió! El agua subió de manera intempestiva ¡Ni aire lograron tomar! al subir el nivel pronto se dieron cuenta que el oro, fue lo que realmente los aniquiló. Don Fernando veía a los ojos a quienes anteriormente eran sus verdugos, de sus hombres, de su sobrina ¡No les quitó el ojo de encima! El contacto visual era macabro.
¡Las pupilas de los asfixiados se abrieron! —Señal de su muerte— pero seguían enfocando a Don Fernando con muecas de asombro.
¡Don Fernando mantenía la vista puesta en todos y cada uno de los ahogados! Sabía en que momento morían solo de ver sus rostros ¡Alcanzó a observar una risa del capitán que comprendía todo en sus últimos pensamientos! Que luego se convirtió en una mirada perdida, hacia el cielo, como suplicando perdón al creador.
—¡Mi deuda con ustedes está saldada! más con con el general Mariano Escobedo ¡Aún no! En ello tendré todos mis pensamientos hasta obtenerla — pidió le ayudaran a levantarse y todos caminaron hacia las escaleras que dan a su casa, peldaño a peldaño logró asentarse mientras observaba el daño en su pie ¡Sin más! Se acomodó su propia dislocación pegando un grito inmenso y perdió el sentido.
Continuará…