Capítulo III
Atrocidades
¡La ciudad de frescos verdores y violáceos atardeceres se encuentra por completo devastada! El sitio cobra su precio de una forma cruel, sin piedad, enfermedades ocasionadas por los muertos — la temida peste— fueron de lo más propicio para una verdadera epidemia. El saqueo continuo por todos lados no existe mendrugo, grano que no hubiera riña, heridos, en lo más un muerto ¡Bíblicas confrontaciones entre hermanos, conocidos y desconocidos! La corona del sitio ahorca, cansa, sumerge en una profunda depresión a la hermosa ciudad entera, aquella de calles de escondrijos y brillantes canteras de cúpulas resonantes ¡Unos a otros son ya enemigos! no hay concordia ni un estado de orden ¡El caos que planeó el general Mariano Escobedo es ya una realidad viva! Eso buscó con su Ejército del Norte ¡Hábil maestre de la estrategia! Intentó y lo logró, como una mascarada vieja de sabores a carnaval, con música de lamento y un lúgubre sonar de fantasmagóricos arlequines de la muerte resuenan por toda calle y andrajoso barrio.
¡El hambre es el espíritu que mayormente persiste!
—¡Un mendrugo su merced! — clama ya el indigente que anterior resonaba de alegría por los primeros días de encierro ¡Ahora todo es necesidad de bocado! A lo lejos desde la boscosa Alameda pegados a las faldas del Cerro de la Cima se logra escuchar los estruendos de los fusilados ¡Gritos infernales de dolor al no ser postulantes al tiro de gracia! Se hielan los huesos ante poca distinción. No hay juicio ¡Corte marcial! Todos son considerados ¡Culpables por traición a la patria! Caminan hacia su personal Gólgota, se escuchan los gritos de horror de los fusilados, emulando a los héroes de la independencia.
—¡Viva el emperador Maximiliano! — caen de bruces mordiendo el polvo, por un lado.
—¡Viva la república! — mientras reciben su última voluntad, por el otro bando.
En frente del pelotón de fusilamiento, con los ojos vendados, manos amarradas, sueltan en llanto los que van a ser fusilados ¡Sollozan como niños!
¡Suplican perdón! Es inútil ¡No hay clemencia en ambos lados!
Con las manos amarradas por detrás, sin vendajes en el rostro, caminan por los senderos para hacerse de sus últimos pensamientos ¡La noche anterior a tu muerte no hay persona alguna que desee pegar los ojos! solo sus recuerdos vagan, cuando niños en brazos de su madre, esperando la llegada del padre que está en la milpa ¡Para darle su agua y sus ajuares, sus tortillas con chile le esperan! Impetuosos abrazos que hoy desean les de la calidez para pasar el duro frío de la víspera.
Luego, al regresar de sus pensamientos se encuentran frente al pelotón de fusilamiento… —¡Preparen!… Apunten… ¡Fuego! — Uno más cae.
De inmediato los sepultureros, que no eran otra cosa que los encargados de llevarse el cuerpo asisten al coronel en levantar el cadáver ¡No sin antes cerciorarse de que estuviera bien muerto! de no ser así ¡Un tiro de gracia arranca el último suspiro de vida! Estos hombres llegan en una carroza, que ya previamente se veía la habían utilizado para menesteres semejantes ¡Negra de hedor! Un rojo marrón que se mira escurre por todos lados. Los enjambres de moscas se multiplican tras la sangre, inclusive muchas de ellas se quedan pegadas en espantoso material que cubre a las maderas del vehículo. A un soldado imperial al ver en la ociosidad, le llamó la atención algo.
Al levantar el cuerpo, los sepultureros — quienes tienen la obligación de registrar las características del fusilado, peso, complexión, medida de hombros, nombre o cualquier cosa que que pudiera reconocerle, tanto por el informe de caídos como para entregar los datos a los familiares, que una vez terminado este sitio desearán hacerles cristiana sepultura — ¡Bañan el cuerpo con extrema limpieza! Le desnudan, luego lo rasuran y aquellos vellos que no caen, le acercan una antorcha para terminar con ellos, posteriormente los enrollan en un tepetate, se lo llevan en otra carreta ¡Una en mejores condiciones que la primera! Las ropas las amontonaban en cerros de andrajos y uniformes llenos de sangre.
A la labor se hacía el lavar las ropas y dejarlas de impecable ¡Limpias al extremo! ¡Buenas friegas de jabón! Al principio pensó el soldado imperial, que aquello había sido una sana costumbre de la región ¡Hasta de sentir cristiano! Pero luego comenzó a ver signos de algo más ¡Propuso suspicacia!
Al pasar unos días en ocasión de hacer valer su día de descanso o tal vez por el aburrimiento y desidia que ya había causado el sitio ¡Desde marzo hasta mayo! era ya hasta insalubre cansado seguir ahí, el soldado imperial pidió el momento para ausentarse del campamento.
¡Le fue concedido!
Siguió a los de la carroza —aquella que transporta los cadáveres— a un lugar cercano a los carrizales que está provisto el paisaje con ojos de agua, pequeñas lagunas cercanos a la hacienda de la Casa Blanca. De entre una vereda se puede distinguir un camino cerrado que llega a una casa que de primera imagen dista de ser la del común y cotidiano, con herramientas que a simple vista son solo cuchillos, sogas, pero que al irse acercando ¡El motivo de lo que ve se da cuenta de lo abominable que llega a ser la gente cuando la necesidad arrecia! Cuando el soldado vio lo que realmente era, se asombró y tuvo que mantener la respiración, para no ser descubierto.
¡Un obrador de carne!
Le llama la atención que llevan meses sin ver animal alguno de corral y este oficio sigue lleno de viveza como si la corona de sitio no existiera ¡Un mareo le vino de improvisto! La nausea le hizo vomitar, controló con respiración el acto y se acercó para observar de cerca.
Los cadáveres son puestos en un tronco al centro del taller amarrados con alambres de las muñecas haciendo como para que no toquen el suelo terroso. Después observó a dos personas que les colocaban en horquillas, como terneros uno de cada lado, se les daba vueltas por sobre una fogata, en este proceso se logra finamente quemar todo el vello y el pelo púbico, tanto de los genitales como de las nalgas y axilas, que en el primer intento no fue retirado en su totalidad.
¡El olor hiede todo el lugar! Se levanta una humareda grande ¡Como un rito!
Luego son sacados de ahí, se le amarraban las manos y los pies, luego ¡Como si fueran las propias reses! Se cuelgan de las manos y se les abre desde el costillar, por debajo del cuello, hasta el hueso final ¡Para dejar caer todas las vísceras! Los carniceros, como si se tratara de un chivo o un becerro, limpian con agua todo lo de adentro, retiran toda la piel ¡Los desuellan! Haciendo un corte en los tobillos de forma circular, dando la vuelta a toda la extremidad, que permite sacar como funda de un rifle ¡Toda la piel completa! que, desde el cuello y las manos se quita con gran facilidad.
La misma piel al ser retirada es cortada en cuadros tratando de que las tetillas no se fueran al cubo de madera, en resultado queda una masa amarilla que cubre los músculos y una suave capa blanca como un velo traslúcido, con un afilado cuchillo rebanan los obradores esta grasa y la tiraban al fuego que al llegar a la flama se alza con mayor candor la luz.
Con una habilidad extraordinaria y un afilado y delgado cuchillo toda la capa blanca es quitada con la destreza que dan años de obraje ¡Queda expuesta la roja carne! Son cortados en piezas grandes como si se tratara de un cerdo, hábilmente logran sacar misteriosamente formas similares a la carne que normalmente es consumida por los adinerados de la ciudad, que son quienes pueden costearle.
Una vez fileteada en su totalidad toda la carne roja ¡Es puesta en cajas de madera que envuelven cada paquete con papel echo de cera! —que de costo en extremo es alto— de manera rápida meten las cajas en los cuartos que se enfrían con el paso del viento. Todo esto ante la mirada perdida del rostro del cadáver ¡Que por más que intentan cerrar los párpados no les es posible! Una mirada que los sigue hasta el infierno por su condenación a cada uno de los ya acostumbrados obradores de este lugar. Los restos, cabeza y genitales son puestos en una pila de cuerpos, en un lado en donde no contaminaran el producto final ¡Lo que observa le parece escalofriante al soldado imperial! Asombrado aún más fue que los obradores ¡No dan una sola muestra de piedad por aquellos despojos insepultos! Hacen cortes como si se tratara de simples bestias de corral.
El sudor helado le recorre toda su nuca ¡Un llanto inexplicable brotó de sus ojos!! Como si fuera un mal sueño de aquellos recuerdos de batalla ¡El peor día de ellos no le había causado tanta nausea! Aún con los ojos en llanto corrió en una total desesperación buscando el sendero por el que había llegado ¡Confundido trató de hacer vista a lo lejos! No reconoció el camino ¡Un zumbido le hizo volver el rostro hacia atrás!¡Un tiro le ha entrado por su ojo derecho! Murió.
¡La comilona de los Duque de las Casas es formidable!
A pesar del sitio y de la situación de la ciudad ¡Hay viandas por todos lados! en el salón principal — aquel de tapices azules y hermosos sillones de remates dorados con telas del mismo tono que las paredes con cuadros de los ancestros de la familia en poses navales o catedráticas, emulando a los filósofos griegos o algún pensador de la Ilustración europea— se logra observar a los invitados dispuestos no solo a degustar los vinos que corren por todos lados en lustrosas copas de fino dorado, quesos, ates y mieles de sabores —de la zona de esta ciudad— que empalagaban pero a la vez sumergen a la clase adinerada en constantes contradicciones de si se está haciendo lo correcto ¡Los menos afortunados en el hambre total y ellos con sus vestidos y aromas! ¡Conviven como el mejor de los recuerdos de antaño! Como si nada sucediera.
—¡Beber hasta caer! — ríe a carcajadas Don Fernando, unos gritos que suenen más a súplica que a alegría— ¡Ja! Tomad, amigo Aranda Conde de Valladolid… ¡Andad! Refrescarse por piedad insisto — a voz grave mientras le obliga a tomar subiendo la copa con sus dos manos.
A reserva de lo que se pudiera esperar los invitados están extraídos del sitio, afuera lleva la gente ya largos días de hambre, los privilegiados comerciantes de la ciudad no tienen para cuando se les termine la comida, bebida y hasta lujos extravagantes ¡Como si tuvieran resguardo de sobra! Todo era diversión y algarabía, no se hicieron esperar los meseros con sus charolas de plata con pequeños volovanes rellenos de pollo y verduras, galletas de sal con una crema espesa de sales y hierbas aromáticas, un pate de pato. Los vinos son hasta saciarse.
Los invitados no saben el porqué de la celebración, pero no importaba ¡Hay comida y vino! De momento Don Fernando y Doña Andrea hicieron un alto, tocaron con un pequeño tenedor el lado de una copa haciendo un tintineo para hacerse notar.
—¡Perdón!… un momento por su atención, por favor ¡Gracias! Bueno pues como ya todos saben mi familia y un servidor agradecemos su presencia en esta noche donde sabemos que el campo que nos rodea está presto a diseñar el futuro que nos espera a todos los aquí presentes ¡Corre sangre a nuestros alrededores señores! pero estamos en total seguridad — aplausos y vítores — ¡Sabemos que en poco tiempo todo tendrá la calma que añoramos y que nos ha permitido desarrollar nuestros negocios! —.
—¡Que los tuyos Don Fernando son los mejores negocios de la región! Anda pillo ¡Decidnos tu secreto! — se escuchó de entre lo lejos.
—¡Salud por ello mi amigo! tomó un largo sorbo a su copa y dio el aviso — ¡Pasad al comedor que la cena esta lista! — mientras hacía que un sirviente le llenara de nuevo la copa.
Entraron en el comedor para cuarenta invitados previamente alistado sobre una hermosa tallada mesa, que por sus dimensiones pareciera fuera armada dentro del propio espacio ¡Se observan una infinidad de finos, jugosos y aún calientes cortes de todo tipo! Los invitados no dan crédito, la mayoría de ellos a pesar de su posición, de igual manera el sitio les había hecho estragos ¡No tenían de comer carne! Que no fuera de caballo y eso desde hace dos meses. Hubo un gran silencio ¡Todos se saborean el festín! Don Fernando observó el asombro.
—¡Calma señores! Hay para todos ¡Es nuestra sorpresa de la noche! — con destreza realizó el primer corte del suculento platillo, dirigió el trinche a su boca, probó y saboreó los aromas y los destellos de finas hierbas con acaramelados cítricos, después tomó su copa y la sorbió hasta el final.
¡Levantó su mano con la copa vacía! Carcajadas ¡Todos los invitados hicieron lo propio!
Continuará…