La reciente y casi desapercibida XXIII Asamblea Nacional del PRI (diciembre de 2021), muestra un escenario desolador para este partido. Lejos de aquellos tiempos que me tocó vivir en la XII Asamblea Nacional (1984), durante el gobierno de Miguel de la Madrid, donde había un espíritu renovador, el partido estaba cargado de políticos capaces, que fueron la fuerza, el ímpetu del futuro inmediato en una gran cantidad de estados de la República, tales como Adolfo Lugo Verduzco, Mariano Palacios Alcocer, Natividad González Parás, José Ramírez Gamero, Miguel González Avelar, Eliseo Mendoza Berrueto, Luis Donaldo Colosio Murrieta, Pedro Zorrilla Martínez, Miguel Ángel Barberena, María de los Ángeles Moreno, Beatriz Paredes Rangel, Arturo Núñez, etc. etc. Un buen número de gobernadores y políticos que tuvieron la visión de transformar al Partido y al país y sostener la vigencia del proyecto de la Revolución Mexicana.
La actual dirigencia del PRI, por el contrario, parece perdida, sin objetivos claros, sin liderazgos, con una moral decaída, parecen destinados a perder lo poco que les queda, hablan de recuperar la presidencia de la República en 2024, cuando se acaban de perder 18 de las 22 gubernaturas estatales que tenía el PRI en los últimos seis años, mendigan una alianza con el partido de la derecha. No cuenta con ideólogos, ni apologistas de los logros de la Revolución y del papel histórico que este partido significó para el desarrollo actual del país. No se planteó la lucha contra la corrupción como objetivo primario de la transformación del partido. No se ubicaron en el mainstream de las corrientes políticas de la actualidad que la ciudadanía percibe como las demandas más sentidas: los enfoques alternativos sobre la seguridad, el crecimiento económico y el bienestar social. Se menciona la socialdemocracia, sin comprender en qué consiste, hablan de Centro Democrático, copiando la idea de Manuel Camacho Solís, partido al que perteneció Marcelo Ebrard, por cierto. No hay una verdadera fuerza para rescatar el espíritu de los antiguos sectores, que eran los pilares sociales de la acción del partido,
Por el contrario, en el PRI se vive lo más parecido al síndrome de indefensión aprendida. A grandes rasgos, este síndrome se refiere a la condición por la cual una persona o animal se inhibe ante situaciones aversivas o dolorosas cuando las acciones para evitarlo no han sido fructíferas, terminando por desarrollar pasividad ante este tipo de situaciones. Militantes y dirigentes de buena fe han intentado todo, sin ser oídos y sin ningún éxito. La principal queja de la XXIII Asamblea Nacional ha sido que no se recogieron ni las causas sociales expresadas por los militantes y los discursos fueron sin sustancia para una militancia ávida de proyectos con miras al futuro.
Entender la forma en que se desarrolla dicho fenómeno es vital para poder comprender y ayudar a las personas o grupos de personas que sufren este sesgo psicológico, puesto que puede ser una creencia limitante que actúe como un fuerte lastre para su desarrollo personal y su autoestima o para el logro de objetivos comunes. La militancia y, en último término, los votantes parecen convencidos de que no se puede hacer nada para levantar al partido, que ya ha perdido su identidad, se encuentran en una “derrota moral”, lo asumen como verdad impuesta.
El síndrome de indefensión aprendida no es sólo un concepto académico sin relevancia en la realidad, sino algo que afecta la vida diaria de muchas personas u organizaciones y no existe dentro de la organización un liderazgo que pueda mitigar esta conducta aprendida y disfuncional. La indefensión aprendida es un esquema de pensamiento que se desarrolla de forma gradual y que, poco a poco, carcome las fortalezas psíquicas y corporales hasta el punto de doblegar la voluntad.
En el PRI se ha dado este fenómeno desde el fracaso de la administración de Peña Nieto, muchos quedaron atónitos ante las revelaciones de corrupción generalizada de la mayoría de sus colaboradores y de un gran número de gobernadores, otros vieron cómo se desmoronaba la candidatura de José Antonio Meade ante el arrollamiento de López Obrador, quedaron atónitos y no han podido salir del letargo de la derrota. La mayoría se decepcionó con el pobre papel desempeñado en las elecciones intermedias por sus propios candidatos, cómo fueron llegando a las dirigencias estatales personas de mediana o baja estatura política, cómo fueron abandonando los jóvenes y las mujeres las filas del partido, cómo los otrora poderosos sectores obrero, campesino y popular, se fueron desdibujando en la escena nacional y local, cómo se fueron perdiendo, una a una, las posiciones en las cámaras, en las legislaturas locales, en los municipios, en las gubernaturas. La ideología revolucionaria no fue capaz de renovarse, de actualizarse, ahora pretenden definirse como socialdemócratas, cuando no hay ideólogos que hagan operativo este concepto.
Lo triste a considerar es la facilidad con la que se puede llegar a desarrollar la indefensión aprendida y lo difícil que es salir de ella.