De veras, compañero, no tienen madre, con todo respeto, ni tampoco educación cívica alguna, ni de ninguna otra por cierto; se comportan con el vandalismo de los conquistadores imperialistas expoliadores, saqueadores y en una palabra bandidos, ladrones (bueno ya van dos), cuya altanería occidental nos llevó a cuanto sabemos de sobra en los libros de historia, cuando derribaron los dioses del Gran Cú en la despedazada Tenochtitlan y la emprendieron contra las `piedras y su simbólico valor, pero en estos años de ilustración y por fin, bien llamada Reforma Educativa, ¿a quien se le ocurre emprenderla contra un signo del presente y sobre todo, del futuro de la patria, porque no me va usted a discutir si le digo frente a esta salvajada racista, clasista, fifí, conservadora, aspiracionista, clase mediera y demás, cómo la obra redentora de este presidente, el más honesto, limpio, progresista, justiciero, casi con ribetes y holanes de santidad, como dijo el iluminado padre Solalinde, va a perdurar en los años por venir, como la más, luminosa herencia jamás vista, porque –con todo respeto a los próceres_-, ninguna otra de las tres transformaciones nacionales nos dejó para los generaciones de mañana un aeropuerto paleontológico, un trenecito entre selvas y ruinas arqueológicas mayas, y una refinería para lograr nuestra suficiencia gasolinera a salvo además, de todo intento de huachicol, porque esa es su verdadera molestia, por eso derribaron su estatua en Atlacomulco, porque les duele el legado y también el “higádo”, y entonces dan la clarinada del odio frente a quien nos ha dicho y demostrado las potencias salvíficas de la bondad y la justicia, ¿no recuerdan su mensaje de año nuevo con su señora esposa, frente a un ahuehuetito cuyo regalo cuando era una matita requerida de cuidados, como si fuera parte del programa “Sembrando Vida”, fue de los habitantes del heroico pueblo de Atenco, esos a quienes Peña dio palos y golpes, y ahora en hermosa reivindicación lograron al fin, la cancelación aeroportuaria y en giro de historia le dieron al presidente un árbol bondadoso suya sombre durará doscientos o trescientos años, nomás falta cuando haya oportunidad para el mal (el demonio nunca duerme), alguien tale al majestuoso sabino, porque de todos son capaces estos malignos, malevos protervos, malos de “malolandia”; enfermos del alma, raza de víboras, sepulcros blanqueados y no digo más porque yo prefiero centrarme ahora en el origen todos esto , porque mire compadre, me molesta mucho la desobediencia dentro del movimiento de regeneración al cual todos pertenecemos, así sea de manera pasiva o simplemente por recibir una pensión anciana, porque ya el señor presidente nos había dicho su reticencia a recibir esos homenajes pétreos o broncíneos tan caros a los megalómanos de la estatuaria, quienes quieren ver su monumento escultórico del tamaño del Valle de los Caídos, y si se pudiera un poco más alto, pues mejor, aunque a la larga eso de nada sirva, porque tarde o temprano los vientos cambian y hasta al señor Caudillo (nos libre Dios de semejante bicho, sin comparación sea dicho), lo sacaron de la molicie de la tumba y la historia dejó de pagar la perpetuidad de su sepulcro, como bien hicieron los gobiernos pacificadores de una España cuya sensatez no ha llegado a nuestras tierras, pues no nos han pedido perdón, de hinojos o de pie, por todo cuanto hicieron en el siglo XVI si fuera necesario, aquí a la vuelta de la esquina, pero divago, quiero decir de la desobediencia del presuntuoso alcalde de Atlacomulco de cuyo nombre no quiero acordarme, pero él sí debería recordar la recomendación del líder espiritual y político del México nuevo, nada de escuelas con su nombre, ni edificios, ni carreteras, ni puentes; nada, la obra de la Cuarta Transformación ya tiene un eterno monumento indestructible alojado en el inmenso, palpitante, feliz, corazón de nuestro pueblo.