Con mucha frecuencia se escucha el elogio: fulanito tiene un gran talento político. Perengano ha dado muestras de olfato político. Es innegable la habilidad política del señor licenciado tal o cual.
¿Talento político? ¿Qué es eso?
En tiempos recientes, las mejores muestras de “talento político” son impresentables despliegues de hedionda lambisconería hacia el presidente en turno. No sólo éste a quien sus devotos han llenado de lisonjas hasta los límites internos de la repugnancia. Ya hubo un cura acomodaticio capaz de compararlo con Jesucristo y atribuirle ribetes o actitudes de santidad.
Eso no se lo dijeron a ninguno de los priistas por cuya herencia hoy se dibujan imaginarias líneas de diferencia. Una inexistente diferencia.
–No somos iguales; no es lo mismo, ya no, primo, ya no…
La presencia del presidente en todos los campos de la actividad y su inagotable locuacidad mañanera, meridiana, vespertina y nocturna, lo convierte en la enciclopedia por todos recurrida. No hay tema sin una definición final –dogma–, por parte del Ejecutivo.
En su discurso interminable se dicen todas las verdades de la vida. No sólo la vida mexicana; la vida universal. Su habilidad política; es decir, su capacidad de manipulación de conciencias débiles y hambrientas y pobres, (entre el pueblo) o arribistas convenencieros (en el partido), lo cubre todo por completo.
Él nos dice cuáles son, por ejemplo, las formas más convenientes de producir energía limpia; cuántos barriles de petróleo se pueden exportar, cómo debe administrar la Organización Mundial de la Salud los certificados de eficacia de las vacunas, cuánto deben invertir los Estados Unidos en Centroamérica, quienes son los artistas a quienes el pueblo debe cantar; también las dimensiones de la utilidad de los empresarios y el tope salarial de los funcionarios.
Hubo un tiempo en el cual su opinión quiso mover las manecillas de todos los relojes, sin zarandajas de horarios veraniegos.
El presidente todo lo decide y la Corte, como debe ser, todo le aplaude. Y aquí la Corte tiene un doble sentido: los cortesanos del Palacio y los vecinos del tribunal constitucional, cada vez más sometido a sus designios. Basta ver las maromas grotescas de las ministras Esquivel y Ríos Farjat hace apenas ( duras penas) unos días.
Pero cada paso suyo provoca un alud de aplausos. No se diga cuando nos obsequia sus frecuentes informes en los cuales nada se informa, pero todo se repite, machaca y viaja en el carrusel de la confusión, de ese mundo en el cual no se quieren distinguir el discurso y la realidad.
Las cosas no son como son, son como yo digo y si antes dije otra cosa, ahora planto una nueva verdad. La realidad se muda de casa cuando yo inauguro un nuevo edificio. La realidad existe cuando yo la pronuncio. Fuera de mis palabras no existe el mundo.
Y no bien acaba de decirlo, cuando ya los propietarios del “talento político” se fatigan los dedos en el teclado de las redes o dejan sin descanso la lengua en micrófonos y entrevistas concertadas, para ser los primeros en loar la decisión, aplaudir el resultado, elogiar la actitud, la verticalidad, la sabiduría, la congruencia, el talento y el talante de nuestro señor presidente.
Todo como en los tiempos del Porfiriato.
Cuenta Victoriano Salado Álvarez sobre un sarao en el Palacio Nacional. Una esplendorosa rubia llamó la atención del Señor presidente. Los ayudantes se percataron. Uno de ellos fue encomendado para llevarla a la presencia del gran general cuando la discreción lo permitiera.
Pero alguien le advirtió, señor presidente, no es ella, es él. Lleva ropa femenina y usted ha besado su mano enguantada.
El pobre infeliz –no queda claro cual–, anocheció, pero no amaneció. Y los lambiscones ya elogiaban el buen gusto de Don Porfirio.
¡Ay! la realidad, cómo juega con nuestros sentidos. Ella por su lado, el poder por el suyo.