Capitulo II
El Cerro de las Rocas de Campana
6 de abril de 1867, Entrada a los pasadizos debajo de la ciudad en las faldas al cerro gordo de las rocas que suenan como campanas.
¡Los corceles entraron por el cerro pegado al lado este de la ciudad! Mal llamado de las campanas, por las rocas que al chocar entre ellas se asemejaba aquel teñir, por en medio del cerro encontraron una ancha entrada al sistema de túneles y pasadizos que están por debajo de la ciudad, de la que parte un largo camino dentro ya de la montaña a las bóvedas y pasadizos secretos, que sobre de ellos, se construyó la vireinal y glamorosa ciudad de Querétaro.
¡Para el general Escobedo ya no era un rumor! Es la entrada al almacenamiento por el que venìan, algo que nunca habían visto sus ojos ¡Oro a cantidades exorbitantes jamás imaginadas! yacen en bodegas particulares. Los jinetes, eran comandados por el General Escobedo, hombre de a caballo quien tenía estudiado perfectamente los lugares y caminos para ingresar a tan intrincado laberinto. Arriba de ellos suponen se alza el casco de la ciudad completa. Bóvedas de cañón, rematadas con clásicas columnas de arbotantes y gruesos contrapesos, le daban un cimiento portentoso a la ciudad. Fácilmente más de seis jinetes, hombro con hombro, logran cabalgar a toda velocidad, por más de trescientos metros de un camino recto ¡Sus antorchas son la única visibilidad que se tiene!
La encomienda es clara: ingresar a las bóvedas, botarlas con dinamita, lograr tomar el mayor botín, hacerlo de la manera más rápida posible ¡Los lugareños y custodios de estos pasadizos son diestros con la espada y con un tino de rifle privilegiado! El General Escobedo buscó a los mejores soldados, capitanes y coroneles, los de mayor fuerza, sus mejores hombres los más leales. Bajo un escrutinio casi perfecto, se tomaron a los caballos más fuertes y llevar el mínimo de armas, debido a que cada peso extra, era dejar oro.
¡Cabalgan a todo galope por dentro ya de los laberintos!
Observan fuertes escurrimientos de agua algunas plantas que han traspasado los arcos que soportan tan colosal peso. La avanzada, comandada por el coronel López y dos soldados, eran los encargados de seguir las señales que previamente les habían dejado aquellos enemigos del imperio, pero también ¡Enemigos de los Duque de las Casas!
La traición vino quizá de alguien a quien le prestaron, no pagó y le mataron a algún familiar importante o de alguien que simplemente quería ver arruinado a Querétaro. A cada portón del intrincado sistema del laberinto que se encontraban previamente ya había sido abierto, de tal modo que el caminar hacia las entrañas de la ciudad, era de verdad sencillo hasta ese momento. Por la parte interna, los pasajes y bodegones tienen la misma traza que el casco histórico, pero con la salvedad de que, en algunos casos un pasadizo atraviesa de casa a casa, siendo perpendicular, si no se sabe el camino se corren riesgos ¡Perder la guía en estos pasajes, es perder la vida misma!
La oscuridad es total pero el aire es basto
Se puede observar perfectamente la parte posterior de cada calle, si se logra poner atención, es casi la misma traza de lo que sobresale a la vista normal de la gran ciudad ¡Una obra maestra de la arquitectura novohispana! Los jinetes continuaron, el estruendo por debajo pasaban desapercibidos por los sitiados, debido a la lluvia de metralla y cañonazos, que previamente se habían ordenado.
La avanzada ya llevaba unos cuatrocientos metros cuando ¡Se escuchó una fuerte detonación! De inmediato el coronel López se miró su cuerpo, para ver si no estaba herido, cuando vio que cayó de espaldas su acompañante quien llevaba la antorcha ¡Antes de tocar el piso, su muerte estaba cantada! De inmediato pararon se dio aviso por medio de movimientos de la otra antorcha de que había disparos. Escobedo paró de tajo la veloz cabalgata ¡No había hacia donde retroceder! Los jinetes que venían detrás al escuchar la detonación arremetieron con más fuerza ¡Colapsaron todos en un choque de caballos lastimados y soldados espantados! El piso de cantera húmeda era más un espejo de hielo que un agarre para las montas ¡Resbalaron, como aceitados, sacaron chispas y destellos de los cascos!
¡Al choque los corceles se enterraron las espadas de lado y comenzaron a sangrar! Otros se fracturaron los cuartos delanteros en el brutal choque, quedado sobre sus monturas, pero con los huesos expuestos ¡Aterrador! El cuidado para lograr poner orden era feroz ¡Nadie atendió! Y surgían equivocaciones en los movimientos.
-¡Apaguen las putas antorchas ya! – ordenó Escobedo, desmontaron los que pudieron, los demás fueron atendidos prontamente, siete jinetes fracturados y uno muerto, cinco animales a sacrificar fue el saldo, Escobedo pidió que se armaran todos, que cargaran sus fusiles y pistolas, y que estuvieran atentos. El tiro, podría caber la posibilidad de que hubiera entrado de la lluvia de artillería. Esperaron unos minutos ¡No hubo más tiros!
-¡A las montas los que estén bien! Los demás retírense – cuando estuvieron todos prestos para continuar, el propio Escobedo sacrificó a los caballos ¡Un tiro en la cabeza bastó, recargaba y volvía a disparar! Una vez terminando, mandó a dos jinetes a todo galope a informar que vinieran por los cuerpos de los caballos.
-¡Nos estorbarán al salir! – indicó.
Continuaron la incursión para colocarse justo debajo de la propiedad de los Duque y Casas, en donde con un gran triángulo y un círculo, se indicaba el lugar donde mayormente habría oro. Bajaron por unos ligeros escalones con sigilo, se acomodaron como previamente se habían puesto de acuerdo, los grandes delante, para abrir los portones y los fusileros esperando alguna reacción. Escobedo quería ser el primero en entrar y poder ver esos mecanismos de hidráulica de la cual los espías habían hablado tanto. Sistemas a base de agua que permitían el flujo del vital líquido para el levantamiento de grandes bloques, haciendo contrapesos por medio de escaleras y pivotes de madera ¡El agua en Querétaro no solo era el progreso sino la seguridad misma de aquellos sistemas de bóvedas!
Estaba Escobedo buscando uno de los dibujos que tenía como parte del mapa que había realizado los norteamericanos que sirvieron de espías, para indicarles el mecanismo que abrìa las bóvedas. Se buscaba un papel en donde, los traidores, le habían expuesto el santo y seña de como abrir estos sistemas, encontró en su bolsa de la chaqueta, lo miró y metió la mano por detrás de un escalón. Vio un pequeño sobresaliente y lo jaló, como se le indicaba en el papel.
Se abrió un portón, pero pronto descubrió que, si soltaba la palanca se regresaba a su lugar el bloque grueso de madera ¡Uno de ellos tendría que quedarse a detener dicho mecanismo!Le indicó a uno de sus hombres que no quitara la mano por nada del mundo, Ingresaron de uno en uno, había suficiente lugar para todos. Enormes columnas subían hacia un techo de cañón y en las formas circulares, nervaduras daban soporte a la pesada estructura superior. Ya todos dentro, comprendieron que el otro soldado no podría ayudar a nada, el problema sería ¿Cómo le avisarían de que ya abriera? Si quedaba por fuera detrás de bloques de cantera y madera de una sola pieza, sería imposible solicitarle que abriera. Así que el General Escobedo le dio la siguiente orden:
-Vas a cerrar y contarás hasta quinientos luego volverás a abrir el mecanismo ¡Así cada vez hasta que nos veas! ¿Entendió? – Pasaron todos y cerró como le habían indicado. Frente de ellos había un pasadizo angosto donde solo pasaba uno por uno, no más del tamaño de hombro a hombro, obligaba a que se dispersaran y no hicieran formación. Escobedo presagió algo malo, sus instintos desarrollados en la guerra le habían dado una fina percepción de felino, de cazador, sabía que ahora él podría ser la presa ¡Fue el primero en pasar! Caminó con su mano en la espada ¡Logró recorrer unos cien metros y llamó a los demás, el siguiente, uno de tropa, al pasar solamente le llamaba la atención de la poca luz que pasaba, y lo frío de las paredes. En eso pensaba, cuando de pronto ¡Unas manos lo jalaron dentro de una puerta que no había visto! Nadie escuchó nada. Todo se detuvo Escobedo regresó tratando de ver de dónde se había atorado, ¡no lo encontró!
-¡Otra puta trampa! ¡Caímos como conejos! Dijo el general ya casi en la locura que le caracterizaba
-¡Atrás! Atrás rápido – Todos daban la vuelta para lograr de tomar formación y lograr salir ¡Unos se topaban con otros! como idiotas siguiendo un juego mortal y torpe.
Cuando Escobedo esperó a que el soldado de afuera contara a quinientos que le dijo ¡No abría!
-¡López! Y ¿Este pendejo sabía contar?- Molesto reunfuñó. El mecanismo se activó y la puerta se levantó un poco más de lo previsto ¡La sorpresa fue encontrar sin cabeza al soldado encargado! Pero eso sí con la mano sujetando el mecanismo para abrir ¡Aún brotaban borbotones de en donde una vez hubo un cuello ¡Se quedaron boquiabiertos! ¡Una lluvia de disparos y pólvora se desató y terminó con más de una decena de jinetes que acompañaban al general! Debido a que todos estaban de frente al portón ¡Cayeron como moscas! Escobedo alcanzó a agacharse y varios hombres le siguieron. Se entrelazaron y confundieron con los muertos una montaña de cuerpos y sangre era el mejor camuflaje.
Ingresaron uns sombras ¡Don Fernando comandaba el resguardo del oro! con ocho hombres fuertemente armados y con espadas relucientes que aún gotean la sangre de los caballos ya sacrificados ¡Escobedo no dejaba de maldecir en su mente! Mientras se hacía uno más de los cuerpos apilados.
-¡Rocíen de petróleo los cuerpos y quémenlos! – dio la orden Don Fernando – Pusieron a todos apilados, mientras Don Fernando contaba cuerpo tras cuerpo tratando de que igualaran el número de caballos encontrados, Escobedo quedó debajo de varios de ellos, algunos aún gemían y se desangraban. Para cuando ya todos estuvieron apilados, Don Fernando con su pistola le dio el tiro de gracia en la sien a más de dos ¡Quienes trataban de reincorporarse! Escobedo estaba asombrado de la frialdad del señor que veía, sus ojos endiablados, como si privar de la vida fuera de lo más común. El general trataba de buscar una salida con su vista, tomó un poco de aire, se sentía asfixiado ¡Los hilos de la sangre que chorrean hacían macabras cosquillas en los brazos y en las mejillas! Se sofocaba debido al peso, le costaba respirar, cuando de pronto un chorro de petróleo entró por su boca ¡No quiso escupir para no llamar la atención! Cerraron el portón de madera, y desde una esquina vio como el destello del cerillo de pólvora raspado en la misma pared, dio comienzo de lo que esperaba fuera una gran llamarada ¡El zumbido fue estruendoso! Una bola de fuego se alzó, y comenzaron a chispar la carne al rojo vivo ¡Los gritos fueron varios! en volumen alto, llenos de terror y sufrimiento.
Al momento de cerrar por completo la bóveda Don Fernando y quienes le acompañaban, el General Escobedo se dio cuenta que no podría haber fuego si no hubiera una entrada de aire o alguna ventana. Empujó como pudo los cuerpos que estaban sobre de él, vio hacia donde la flama dirigía su mayor lengua trato de acercarse hacia allá, descubrió un escalón por encima de él, un descanso de entrada que solo alcanzaba dando un salto o colocando algo. Tomó los cuerpos y los empujó ¡Aún la flama no le tocaba! Aunque ya achicharraba parte de su ropa y de sus botas. Pisó varios cuerpos y alcanzó el escalón, subió de inmediato y se recostó ¡No llegaban las flamas, pero el calor era insoportable y nauseabundo! Se escuchaba como el fuego tronaba los huesos, en una melodía similar a las que dicen se escuchan en el infierno. Su mente solo pensaba en una cosa: ¿Quiénes o quién está detrás de toda esta colosal construcción?¿Cuánta cantidad de oro habrá para que semejante masacre haya sido ejecutada? ¿Quién instruyó a estas personas en tan avanzados sistemas de protección?
Escobedo se enfrentaba a una situación jamás vista y que nadie habría escuchado de ellos ¿Es posible que una secta de gran poder esté detrás de esto? ¡Solo ellos podrían pagar semejante seguridad! Se contuvo el asco, se mantuvo sereno y claro, midiendo cuáles serían sus siguientes pasos ¡Lo intentaría de nuevo! Pero no por aquí sino de frente ¡Cortaría los brazos y las piernas de Don Fernando, era ya personal, no cabía la prudencia!
¡Cegado por el odio y la ambición! el General Mariano Escobedo, esperaba la oportunidad y el tiempo.
-¡Denme solo unosw cuantos días y lo obtendré! – pensaba en sus adentros mientras se cubría su nariz y boca con un pañuelo. Ya la peste y el humo lo mareaban, ya no era sueño, sino cansancio, era un profundo sueño de oler el veneno de la muerte, pero pensando en el elixir de la venganza ¡Ese será su antídoto!
¡Acabar con la vida de cualquier Duque de las Casas y quienes trabajen para él!
Continuará…