Con el corazón roto, la esperanza cansada y la impotencia a cuestas, vengo aquí a éste espacio seguro, a este cuarto de hoja propio para contar una historia a la que le hace falta amor, empatía y sororidad. Allá en el rincón del Estado, donde todo pareciera ser belleza natural, paz y tranquilidad, allá se perpetúan crímenes horribles de los cuales pocos aparecen en las portadas de los medios locales, crímenes que con ruido estrepitoso destruyen vidas pero se comentan en susurros entre la gente.
Las periferias además de venir acompañadas de subdesarrollo están impregnadas de creencias que legitiman diversas violencias, una de las más atroces es la violencia sexual infantil la cual se sigue reproduciendo por falta de denuncia y por la impunidad que impera en el sistema judicial.
En el corazón de la Sierra Gorda se encuentra Jalpan de Serra, la tierra que fue cuna de una niña que es luz y brillo por sí misma, cuando tenía 4 años un monstruo de casi 70 años, amigo de sus abuelos destrozó lo que debería ser una de las etapas más lindas de todo ser humano, por reiteradas ocasiones la tocó de la forma más pueril y baja. Después de la primera vez que ultrajó su cuerpo tuvieron que pasar varios meses para que se atreviera a decirle a sus tías y sus abuelos lo que Antonio N. Le había hecho a su pequeño cuerpecito de 4 años. Pese a que su núcleo familiar tenía suficientes conocimientos jurídicos para proceder en contra del agresor sexual de la nena, esta decidió no denunciar porque se encontraban en otro proceso jurídico que involucraba a la menor y para ellos fue más importante negarle a la niña y a su madre el legítimo derecho de ser una familia que darle acceso a la justicia por la degradación que le hicieron a su cuerpo.
Por el contrario, no tuvieron escrúpulos ni remordimientos para mentirle a la nena afirmandole que su agresor ya se encontraba en la cárcel, con los mismos labios que le decían te quiero, con esos le tergiversaban la realidad para mantener en el silencio cómplice un delito que ella ni ninguna niña se merece, porque como reza la sentencia feminista: las niñas no se tocan.
Las tías a quienes veía como hermanas aún estando en facultades de denunciar decidieron por propio derecho ser cómplices también para evitar “revictimizarla” eso dijeron, como si fuera mil veces preferible dejar a un potencial depredador sexual de niñas en libertad a llevar a cabo el proceso jurídico verdadero que le diera paz a la nena.
Después de mucho tiempo, nuestra niña en cuestión se atrevió a alzar la voz, se inició una carpeta de investigación en contra de su agresor, actualmente sólo existen 2 de las 4 personas que conocieron del delito, las cuales se han abstenido de aportar información para esclarecer los hechos y por el contrario se han dedicado a obstaculizar los tiempos retrazando la presentación de la menor ante la autoridad competente o afirmando que no conocen al agresor cuando incluso convivían con él. La fiscalía decretó el no ejercicio de la acción penal por omisión de cuidados lo cuál podría dejarlas sin reponsabilidad jurídica y mucho menos las ha llamado a declarar.
Desde aquí hago dos llamados cortos pero contundentes el primero para la autoridad competente: en sus manos está dar el primer paso para curar una herida que sigue abierta en la conciencia y el corazón de la pequeña víctima que sigue estando ahí temerosa y desconfiada.
A ti mi valiente niña, comprendo que no entiendas que querer no es proteger a tu agresor, te pido que no te rindas y que sepas siempre que las nenas como tú salvan vidas.
Las niñas no se tocan, no se violan, a las niñas se les respeta y se les ama. Mi sororidad con todas la niñas a las que se les han arrebatado sus sueños y las ganas de vivir, las adultas haremos lo propio para darles acceso a la justicia, por ti, por mí, por TODAS.