Capítulo II
San Sebastián
4 de abril de 1867 barrio de San Sebastián, los imperialistas han dejado esta posición libre, la parroquia y los anexos están custodiados desde dentro de los propios espacios, se le ha informado al general Escobedo de esta situación.
La mañana de este día el fuego de fusileros es lento desde el círculo que rodea a la ciudad de frescos verdores, pareciendo una corona, el flanco del barrio de San Sebastián —uno de los barrios que fundara la propia ciudad de los indios allá por 1540— ha sido despejado, no se observa ninguna alma, ni propios o extraños un gran boquete de defensa de la ciudad tiene asombrados a los soldados republicanos, lo cual parece poco común. El correo personal del sitio le hace llegar el aviso del general Sóstenes Rocha quien a su vez de manera personal se entrevista con el propio Mariano Escobedo, a quien descubre con uno de sus destacamentos listo para la salida a alguna excursión, situación que le sorprende y llena de dudas. Al alistarse de frente le hace el saludo de división y le entrega el telegrama.
—General Mariano Escobedo, se ha abierto un gran boquete en la defensa de los imperialistas de la ciudad, pareciera están dejando la plaza. Mientras recibía el mensaje Escobedo puso atención a la vestidura del general Sóstenes.
—¡Bastante bien alineado mi general Rocha para el sitio! Pareciera no le hace estragos tanto tiempo en estas tierras — ya sabía Escobedo que Sóstenes Rocha gozaba de algunos privilegios en esta colocación del sitio, tenía su propia campaña personal, guardias norteamericanos que le sirven de escolta, buena comida y vinos a granel, todo ello regalo del propio presidente Juárez por su hazaña en las batallas de Santa Gertrudis en Tamaulipas, era un simple observador de estas batallas finales, además de satisfacer la crítica constante a las acciones del propio Escobedo, a quien lo tilda de “pendejo” cada que es ocasión.—.
—¡Sirvo a mi patria con la gallardía de un soldado más mi general! — contestaba mientras observaba hacia el cielo.
—Aún no sabemos nada del general Márquez este imperialista que evadió el sitio y no ha regresado, mis informantes me comunican que no ha salido de la ciudad de México quien la tiene sitiada el general Porfirio Díaz y su ejército, el conservador ha dado muestras de querer hablar con el propio presidente Juárez, pero no ha sido posible tal entrevista.
—¿Un traidor lo considera usted mi general? ¿Márquez pudiera ser la posible solución a esta rendición?
—Es una opción Sóstenes, una simple acción puede devenir en la caída del emperador pero ahora ese no es el principal problema, los enviados del emperador han recibido su mensaje y están próximos a recibir parque y municiones o tal vez la posibilidad de que nos invadan por los flancos de Veracruz y Campeche, la patria está en el lugar del centro de interés de europeos que defienden la casa de los borbones y norteamericanos que han querido ya el total de nuestro territorio, en este sitio no se define el futuro de nuestra nación ¡Sino la repartición de la patria!
—¡Es una visión extensa mi general!
—¡Así lo es! Regrese al boquete del sitio por el barrio del que llaman de San Sebastián, que, a tenor del santo, esperamos no les conceda la gracia del triunfo y esté atento Sóstenes ¡Puede ser una trampa!
—¡Así lo haremos señor!
El flanco de San Sebastián es un recóndito barrio pegado a las fuertes ráfagas de viento y el constante rugir del caudaloso río, en donde una parroquia hermosa de fuertes tiros y gran campanario en su hermosa torre acompañan a la excelsa vivienda de Don Fadrique de Cázares, aquel español que fue expulsado de la ciudad de españoles recién fundada en 1733 por haberse tironeado de las casacas con el alguacil de aquellos años, al verse solo, hizo del barrio su hogar, mandando construir sendas fábricas y obrajes para que todos quienes vivieran ahí, tuvieran un sustento de trabajo, ahí se preparaban tabacos, ropajes finos y se empacaban vinos, dulces de frutas cristalizados, cajetas y piloncillos, que eran llevados a la ciudad de México. Todos estos talleres y obrajes durante el sitio no habían dejado de trabajar, inclusive, durante el sitio varios soldados republicanos con su rancho y paga se acercaban para hacerse de algún manjar a excelsas que de ser descubiertos les costaría el paredón por traición —debió valer la pena tan suculentos manjares—.
Lo extraño es que aquella mañana estaba todo en completo vacío.
La incursión comandada por el propio general Sóstenes Rocha quien había obligado a parar el fuego lento que cotidianamente se venía suscitando, permitió que mandara a dos escuadrones a penetrar el sitio —¡Aunque aquella no había sido la orden del general Escobedo! — el barrio viene de una pendiente pequeña que le da la espalda a la casona de Don Fadrique —abandonada durante muchos años— cuenta con troneras en sus torreones desde donde se vigilaba a los republicanos el ingreso del primer escuadrón de fusileros republicanos logró saltar la barda y entrar a la casona ¡No había nadie! El segundo escuadrón penetró por el flanco izquierdo del barrio entre los accesos del patio de la casona y el cuerpo de la parroquia, esperaban resistencia ¡No la hubo! Se temía de algún fuego desde dentro de la parroquia ¡No fue así! al verse desde el cuidado de la toma del barrio completo no hubo disparo alguno ¡Cantaron victoria! ¡El sitio se estrechaba aún más y tenían acceso al agua del caudaloso río!
Cuando el general Sóstenes entró al frente de la parroquia hizo a bien la orden que se entrará casa por casa, cuarto por cada cuarto a fin de dejar solo el barrio en manos de los republicanos, así que lograron hacerse del total de los espacios ¡La orden fue ejecutada! Cada soldado se hizo de cada casa, obraje y taller. Aquella noche se festejó con alegría y un poco de sobrepasarse de los vinos y licores que encontraron en los talleres, simples viandas y uno que otro mendrugo, los habitantes del barrio pareciera se hubieran esfumado ¡Nadie estaba!
Al llegar la madrugada se escuchó un disparo que el tiro atinó a una de las campanas del torreón de la parroquia de San Sebastián, los soldados republicanos lo tomaron como un simple descuido, el tañer duró unos varios segundos, suficientes para que cada uno lograra hacerse de sus propias oraciones o tal vez recordar a los seres queridos. En el patio de la casona de Don Fadrique una tapa de un resguardo desapercibido por los republicanos se levantó ¡Desde donde imperialistas en total sigilo comenzaron a salir por decenas! Lo mismo ocurría en cada una de las casas del barrio, imperialistas se infiltraban en el barrio e iban cortando las gargantas de los republicanos ¡Uno a uno! haciendo un gran charco de sangre por cada lugar por donde pasaban ¡Fueron degollados todos y cada uno de los soldados que habían pisado el barrio! Cuarto por cuarto, casa para cada casa, soldados y habitantes del barrio lograron hacerse de las almas de los republicanos quienes yacían, morían sin lograr dar grito alguno ¡Solo gemidos! ¡Cuando le avisaron al general Sóstenes comenzaron los fusileros a tirar hacia el bulto! Fuego enemigo rodeó a la plaza de la parroquia de San Sebastián, un gallardo joven imperial ya estaba en el campanario dando a todo el trinar de las campanas en su totalidad haciendo que desde los flancos sur y norte los soldados conservadores penetraron el barrio con la consigna de ¡No dejar vivo a republicano alguno!
—¡Sin prisioneros! ¡Tomad todas sus almas por México! ¡Fuera las ideologías! Gritaba el General Miguel Miramón mientras levantaba a su bridón en cuartos y hacer brillar su espada con la luz de la luna.
El barrio de San Sebastián se convirtió en una gran sorpresa para los republicanos un boquete se abrió en el sitio que se había procurado no fuera por ninguna razón expuesto ¡Ahora estaba quebrado! Existe el riesgo de una posible fuga del emperador ¡En la retirada el general Sóstenes no daba brío a lo sucedido!
¡Seis briosos corceles negros platinados con sus respectivos jinetes se aproximaron al límite del sitio! —son las tres de la madrugada del cinco de abril— el cerco aún no se repone de la sorpresa, la guardia ya no está al tanto de las acciones ¡Las imparables bestias sacaban fuego de sus cuartos traseros! la velocidad a la que se desplazaban no era vista por esos lugares, los músculos de los animales se ven castigados, exageradamente ejercitados ¡Como si hubieran nacido para romper la tierra! el ruido estremecía a quienes comenzaron a sentirlo ¿Quién no se habría despertado con este fantasmagórico rugido ensordecedor de los cascos golpeando la tierra? Se sentía su peso en cada galope. Nubes de polvo levantaron, ni siquiera los guardias del recién roto sitio de San Sebastián lograron diferenciar el ruido ¡Quienes les montaban eran encapuchados! con antifaz y capas, hacían parecer minotauros que se acercaban a toda velocidad con gran fuerza ¡Una manada de bestias!
¡A todo galope se observó como uno sacó un rifle! Respiró, apuntó, buscaba algún brillo, algo metálico que delatara a uno de infantería, para abrir un hueco entre la corona, que era la formación del batallón para el sitio de la ciudad, encontró el destello ¡Un botón de la charretera de algún mando! lo delató su grado —¡Te cargó la chingada pendejo! — afiló la puntería, disparó, el zumbido de la bala y atinó. Del otro lado ¡Cayó muerto el capitán que había osado levantarse para fijarse que pasaba! el tiro le había partido el corazón en dos entró por el pecho rasgando la chaqueta, para luego fracturar costillas e ingresar de tajo en el músculo cardio ¡No alcanzó a dar un último aliento!
¡Se abrió el sitio de guardias! Los corceles con sus montas rompieron el cerco, cada uno de ellos tenían la acometida perfecta, ensayada y practicada, como si se dedicaran a esto, la algarabía, confusión y el miedo no se hicieron esperar en toda la parte de la corona del sitio roto, de inmediato Sóstenes Rocha fue despertado ¡Indicó que frenaran la estampida! En lo que se vestía, ¡Pero fue demasiado tarde!, con antorchas encendidas los jinetes que rompían el sitio dieron cuenta de las casas de campaña, pólvora, rifles ¡Comida! Todo en un instante se quemó, diestramente con botellas de vino vacías los astutos jinetes las habían llenado de petróleo colocándoles una pequeña mecha en la boquilla, las lanzaron a las carretas con los rifles y municiones ¡Todo ardía! Explosiones y humo por doquier, disparos de los jinetes tenían como blanco a cualquiera que se tratara de ponerse de frente —¡Diestros con los rifles! — ejecutaban malabares con ellos logrando matar a varios ¡Recargando de inmediato! Debían hacer estallar las botellas con petróleo que no alcanzaron a arder o quedaron de pie ¡Fue un destrozo de proporciones! Incendios por todas partes, muertos que caían, cuando Sóstenes ya estaba listo para la batalla, los jinetes ya llevaban ventaja ¡Más trescientos metros!
—¡A las montas cabrones! — gritó el general en eco repitieron la orden —¡Órale cabrones que se van! —.
Dieciocho jinetes liberales tomaron sus caballos adiestrados, ellos excelentes jinetes, buscaban a toda costa evitar que los atacantes escaparan ¡Ya habían admirado el ataque! la tropa que quedó absorta estaba en un insomnio, como si lo ocurrido estaba en un sueño ¡Admiraban el ataque! —¡Por la izquierda! — ordenó Sóstenes. El capitán Donceles se paró en los estribos y cual buen jinete ¡Arremetió el castigo a todo galope! Para alcanzar a la banda de corceles uno de los jinetes que escapaban, al verlo, fue aminorando el paso ¡Se dejó ver de cerca ya! Donceles observaba un cuerpo diferente, unas nalgas grandes afeminadas ¡Era una mujer! fue todo lo que pudo ver ¡Un tiro le fracturó el cráneo de un tiro certero! La bala se alojó en las entrañas de su mente recordó de forma fugaz toda su vida, lo sabía: ¡Estaba muerto! La propia diestra amazona había desenfundado su rifle con habilidad, cargó con una sola mano ¡Haciendo un malabar con el arma! se volteó en su propia cadera y disparó al jinete que le perseguía, los otros jinetes de Sóstenes apresuraron el galope —no sin admirar lo sucedido— se veían entre sí y dudaban.—¡Ah por ellos cabrones que se escapan!
Continúo la persecución, ahora por una parte boscosa que a esas horas había una densa neblina, zigzagueaban entre los árboles, los diestros jinetes de las monturas plateadas conocían el terreno, no así Sóstenes y sus hombres — a pesar de haber examinado los alrededores del sitio en incontables ocasiones —¡Su puta madre! — bufaba Sóstenes, mientras su caballo giraba y él mantenía el centro de la vista —¡Escaparon no les observo! — de pronto ¡Zumbidos de bala se hicieron llover! Líneas de fuego por todos lados, una metralla de plomo venía desde diferentes partes, las balas rompían la neblina, como un espectáculo de pirotecnia ¡Tiros! Y caídos muertos ¡Sóstenes miraba como sus jinetes caían en tiros certeros a la cabeza y al pecho! No perdonaban rango ni jerarquía —¡Emboscada! — cuando una bala le hirió la oreja izquierda al general el golpe lo ensordeció, solo zumbidos —¡Creyó que le habían dado en la cabeza! — pensó… ¡De inmediato se regresaron!
¡A todo galope los seis jinetes de monturas plateadas y corceles bestiales continuaron su paso! Los admirados minotauros tomaron al camino de las minas del Real del Potosí.
Continuará…