Capítulo II
Neblina
1º de abril de 1867 cerro de San Gregorio, pequeño templo de La Cruz del Cerrito, avance de los imperialistas agazapados para sorprender a los batallones republicanos.
La neblina que proviene del denso bosque que rodea el cerro ha dejado sin visión clara a los republicanos, ellos, quienes no saben de las condiciones de la cima en esta plaza de Querétaro, dan por admirados sus ojos al ver tan singular espectáculo, un verde frescor inunda sus olfatos, pareciera que las batallas anteriores habían sido de impulso, sin premeditación, ocasionadas solamente por el ímpetu del comienzo de los embates. Sorprende que el astro sol no se observe ¡Aunque la madrugada ya en otros días iluminaba los cerros azules que les rodean! con el trinar de los pájaros que en parvadas que no se observan les dan los buenos días. Los vigías maestres de los republicanos hacen hasta lo imposible por comprender lo que sucede del otro lado de la neblina, llevan varios días esperando el ataque de los imperialistas que han ganado todos los embates, el sitio, a pesar de que ahorca la ciudad, no ha sido vencido, los soldados se saben protegidos por las murallas de la bella ciudad de violáceos atardeceres, el resquicio de San Gregorio es tal vez la parte menos poblada de la ciudad —por lo menos del barrio de alfareros y curtidores— los cuales han seguido sus labores sin alterar el orden.
¡Un lento olor a pólvora se distingue por el vigía republicano! A lo que no da importancia.
Lo republicanos tenían claro que en ninguna circunstancia una estrategia del príncipe europeo sitiado será atacar por el flanco del cerro de San Gregorio, les implicaría mover todos los batallones de resguardo hacia aquella zona norte del sitio, por ello se saben tranquilos del flanco que resguardan. Cuatro de cada diez vigías hacen ronda para establecer bien las condiciones del campo de batalla, un extraño y diferente bosque de grandes árboles multicolores de eucalipto que sus troncos reflejan la luz haciendo creer que cobran vida, hace de guardia natural llenos de parvadas de azules pájaros que se mueven por miles en perfecta sincronía, que por las noches le regalan lúgubres y espectrales figuras a la luz de la luna.
Al acercarse uno de los vigías a la vieja y pequeña casa de la cañada que parte el valle del cerro, al escuchar unas pisadas sintió un movimiento brusco y un frío sabor a hierro se le vino a su boca ¡Con sus dedos tomó saliva de sus propios labios, observó sangre! Al desear dar la vuelta no lo logró ¡Una bayoneta imperialista le había traspasado desde su espalda hacia su cuello de filo tal que no le sintió! Al reaccionar ya su corazón se había partido.
¡Tres mil hombres del General Tomás Mejía en completo sigilo atacaron el flanco de San Gregorio!
Apenas los republicanos divisaron el ruido de gritos ahogados ¡Que callaban de inmediato por el traspaso de las bayonetas! Se dispusieron a repeler el ataque ¡Pero no se miraba más allá de sus rostros por la espesa neblina! ¡Comenzaron a disparar hacia donde creyeron estaban los imperialistas! Quienes agazapados solo observan las rayas de fuego de los disparos pasaban por encima de sus cabezas, mientras continúan avanzando al paso de sentir a los contrarios cerca en vez de tirar ¡Les traspasaban con sus bayonetas articuladas en sus fusiles! ¡Uno a uno! cuerpo a cuerpo, lograron tomar la plaza del pequeño templo del cerro de la Cruz en San Gregorio, al ir hacia el valle se inmiscuyeron en el campamento ¡Fueron quemando y destrozando todo a su paso! los republicanos lograron colocar los cañones a tiro y sin disposición de alguna orden comenzaron a cañonear a quienes les tomaron por sorpresa ¡Imperialistas salían partidos en pedazos!
¡Se tomaron más de noventa prisioneros republicanos!
Una vez la neblina desapareció los estragos de la batalla silenciosa tomó por sorpresa a los sitiadores ¡Cientos de hombres muertos! Algunos de ellos aún respiraban, las bayonetas los traspasaron con maestría —obra de estar afilando las pequeñas espadas por largo periodo— las bajas fueron considerables y los imperialistas robaron varios cañones, municiones, caballos, comida y pólvora ¡Después serán usadas! Todos los embates fueron a favor de los imperialistas, saben muy bien los generales Tomás Mejía y Miguel Miramón que el mayor ataque que se puede hacer es la batalla mental ¡Aquella que se gana con intimidar y herir fuertemente las emociones del contrincante! Aquella ocasión destrozaron el ímpeto de los republicanos.
2 de abril de 1867, oficina de Don Fernando Duque de las Casas, entrada la noche.
La visita del Emperador Ferdinand Maximilian Joseph María von Habsburg-Lothringen a la casa de Don Fernando no estimaba recaudo alguno, los franceses que hicieron la agenda dejaron claro que su excelentísima deseaba verle, a costa y tiempo propio ¿El asunto? Seguramente la visita al hombre más acaudalado de la región le vendría a realizar algún intercambio de ideas, tal vez, en los más recóndito del pensamiento a negociar alguna rendición —poco probable, por cierto, el joven príncipe de la casa de los Borbón sabe de mando e imperios ¡Nunca se rendirá! Lo tiene prohibido por su propia madre — así que el asunto le tiene al propio con cautela y no negarlo ¡Con algo de intriga!
Un carruaje de rimbombante estilo churrigueresco en talla de hoja de oro tirado por cuatro corceles de albos brillos, dos pajes y centinelas húsares, una comitiva de cuarenta soldados rodearon la casa de Don Fernando, descendiendo del mismo el propio Emperador Maximiliano y se acercó hacia la entrada en donde el paje ya le hacía los honores y el salva custodias hacía la presentación. Al ingresar, ya la familia completa de Don Fernando hizo la genuflexión y caravana a la envestidura imperial, tomando de la mano a su compañía —un joven alfil de facciones casi femeniles– el emperador se dirigió hacia la sala que previamente tenía ya preparada para la ocasión Don Fernando. Un cuarto lleno de viandas y vinos le hacían el honor a tan deferente visita, esclavos númidas hacen el servicio, al acomodarse el propio emperador hizo de solos ellos dos ¡Nadie más será testigo de esta entrevista!
—¡A sus pies excelentísima! me es de total complacencia hacer de la visita de su envestidura a esta su noble y leal casa ¡Estamos para servirle! — le rendía el protocolo Don Fernando al emperador con su genuflexión, sabedor de la estirpe milenaria que representaba—.
—¡Hermosas sus hijas Don Fernando! ¿Cuáles fueron sus nombres?
—María Lorenda y María de los Dolores su majestad.
—¡Nombres que les anteceden sus vidas! Sabe amigo mío, en Europa se estila que el nombre que nos colocan decide el rumbo de nuestros triunfos, por el cambio, un servido le fue puesto Maximiliano ¡Vaya responsabilidad! Así que he sido estigmatizado ¡Por ventura!
Don Fernando terminó el sorbo de su pequeña copa y estiró el brazo para que le llenarán más del generoso vino.
—¿Sabe usted Don Fernando el propósito de mi visita? De mucho quehacer no hay en este sitio, los republicanos creen que me ahorcan y que la ciudad, que ten amablemente han sido conmigo ¡Se rendirá! Pero usted y yo sabemos que están buscando algo más que mi cabeza, ya varios soldados míos han escrudiñado la ciudad, han encontrado sendas entradas a una especie… ¿Cómo le llaman ustedes?
—¿Pasadizos su excelentísima?
—¡Sí algo así! que dudosamente unos pequeños heraldos le hacen a la coincidencia de ser su propio escudo de armas Don Fernando, que a reserva de haber sido prohibido su uso, observo en su frontispicio principal que aún le mantiene o acaso amigo mío ¿Estoy equivocado? Le recuerdo que está ante el emperador de México.
—Su excelentísima, en acierto va usted, continúe.
—También he tenido por cierto que al ingresar estos soldados míos y tratando de penetrar a lo más profundo ¡No regresaron! Coincidencia ¿No cree? Seguramente un vigía se los ha impedido a costa de sus propias vidas. He de informarle que un amigo propio me ha dado la idea de que ustedes cuentan con un sistema intrincado, una especia de laberinto, este amigo mío es el príncipe Sal Salm, un importante e ilustrado, también poco educado pero impulsivo, que gusta de hacerse de aventuras, en sus ideas disparatadas me ha contado de algunos de esos escudos, que él propio ha visto en navíos en Egipto y que coincidentemente hacen par a los de su familia — el emperador tomó un papel que sacó de entre sus ropas y le mostró un periódico egipcio que narra como unos aventureros saquearon el valle de los muertos donde se describía el escudo de las cajas que transportaron el botín—.
Don Fernando comenzó a tener un tono de duda y alistó en su mano a pequeña daga de dobles filos.
—¡Está usted muy bien informado su excelentísima! solo que una heráldica de esas descripciones del pasquín pudiera ser de cualquiera ¡Por cientos se cuentan en todo Europa de imitaciones! Dudo mucho que sean las de un particular servidor.
El emperador sacó de entre sus ropas un botón de oro se levantó de su asiento y tomó una chaqueta que estaba colgada en la pared, le mostró que coincidían a la perfección con la manufactura —¿Cuántas familias por toda Europa atinarían a tener este mismo botón amigo mío? Estoy en el lugar indicado, preciso y es momento de hablar—.
Don Fernando peligraba si tomaba una decisión errónea, el príncipe Borbón está por demás de informado.
—Le escucho su majestad.
—¿A cuánto considera logre yo fomentar su negocio de préstamos con toda la estirpe de propios y amistades leales que tengo a lo largo y ancho del mundo que conocemos? A cambio claro de obtener una parte de su fortuna que a mis sólidas cuentas y tomando el interés que acostumbra usted, recuperaría mi parte por mucho, en no más de una generación, digamos ¡En diez años!
—¡Pero estamos en guerra su majestad! Y hasta donde alcanzo a observar ¡Estamos ganando!
—No lo contradigo, deseo dejarle la oferta clara: Quiero la mitad de lo que esconde debajo de esta su ciudad de pasadizos y callejones a cambio de ser un fervoroso promotor de su manera de hacer negocios ¡Se que presta solo en ocasión de guerra! Podemos incentivar a que se detonen conflictos por lo largo de todo el mundo que usted conoce ¡Allende ultramarinos!
—¿Bajo qué garantía?
—¡Mi palabra es garantía Don Fernando!
—No me vasta.
—¡Haga sus cuentas amigo! Esta oferta no está a discusión en días más de dos ¡De una o de otra manera descubriré la manera de ingresar a sus bóvedas! Deseo negociar, pero si usted no me encuentra digno de lograr asociarnos ¡Le arrebataré moneda tras moneda! Una por una y no tendré compasión con su familia. Por una o por otra manera le aconsejo escuche a alguien que viene de buena cuna y con nombre de augurio.
—¡No desestimaré su oferta excelentísima! En dos días le tendré respuesta.
—Un emperador no espera decisiones ¡Las ejecuta! — se levantó y despidió con medio abrazo a Don Fernando susurrándole al oído:
—En Egipto aún tienen precio la cabeza de cualquiera de su familia ¡No olvide este distinguido detalle!
Al deshacerse el abrazo Don Fernando le miró fijamente, delgado y con una mirada penetrante, este príncipe europeo había cambiado todo México con tan pocos años de estar en el poder ¡Situación que nadie más había hecho! Pacificó y logró igualdad en múltiples niveles sociales, ahora le pedía la mitad de su fortuna a cambio de hacerlo su socio, dándole una oportunidad de decidir, si hubiera negativa ¡Saquearía sus bóvedas!
— ¡Habrá que pensar las consecuencias! — pensó Don Fernando a sus adentros, mientras observaba toda la caravana que acompañaba al emperador y tomar camino hacia el conjunto religioso.
Continuará…