Capítulo II
Se cierra el sitio.
27 de marzo de 1867, el Sitio es asfixiado a su máxima capacidad, tres mil hombres han perdido el embate al entrar por la Alameda, Convento de la Cruz y fueron de inmediato repelidos, otro ataque por Casa Blanca por los liberales donde también perdieron hombres.
En la ciudad las familias adineradas continúan haciendo préstamos a los franceses y a las personas que logran empeñar algo para lograr el sustento, ha sido el caso de que una persona de digna postura y estirpe se ha quedado sin producción de su hacienda, ha sido a bien solicitar un préstamo.
Oficina de la Casa de los Augurios y Préstamos, Don Fidel de Ilsemón de Calbaza, Conde Ababanes, negociación del préstamo a la casa de los Villa del Alimón y Alcázar.
De relucientes vestiduras el Conde Don Fidel ha sido insistido en los números de monedas de oro a relucir para un préstamo del 8 % de interés mensual, a quien la oferta le es mínima, él desea un 16% de interés mensual, pero Don José de María de Villa del Alimón oferta que le es imposible devolver el cambio.
—¡Así que de inmediato Don José María me ha de prestar la solución de desear o no tal disposición de mi oferta! No me tengo al tiempo, quedando aún del atender varias personas por la tarde.
—¡Su excelentísima el dieciséis por el ciento es demasiado! Considerando que estoy dejando a prenda la hacienda completa de El Rocío, quien a cabeza de ganado llega a más de dos cientos, los usos y jarciería de hasta completa y atinado uso, así como veintidós bueyes de arado y más del doble de uso de la tierra de producción de a doscientas milpas, como la casa, graneros y trojes que a capacidad por encima de lo acordado.
— No son tiempos querido Don José María de andar con mínimas consideraciones ¿Desea el préstamo o no lo desea? Que de lleno tengo la casa por interesados, si no desea hacerse de las monedas ¡Deje que otros lo hagan!… ¡Andad a la calle y no vemos en días!
—¡Sabed que necesito el dinero! Me he quedado sin arrieros, las cosechas se me pudren y los ejércitos me han saqueado el grano y los pocos animales que me quedan… ¡Piedad mi señor! la ruina es mi destino.
—¡Al dieciséis de interés y usted se lleva sus monedas de oro! ni un peso de oro menos.
A Don José de María de Villa del Alimón no le quedó de otra que aceptar la firma del convenio y observar la pérdida de todo su patrimonio escribiendo solo su nombre. Una vez hechos los instrumentos necesarios del préstamo, bajaron los dos por una extraña escalera circular hecha de madera —que de base se escuchaba el rechinar del hierro fundido— hacia un piso falso, que al bajar un mecanismo escondido con una palanca se abría un pequeño vestíbulo con cajones y baúles, de los cuales se abren con una llave que lleva a su cuello el propio Don Fidel de Ilsemón. Hechos los menesteres y contando las monedas en frente del propio hacendado, se acercó para darle el morral con las cuarenta monedas de oro acordadas, al voltear ¡Observó a Don José María que le apuntaba con un fusil recortado Springfield que había escondido entre sus ropas!
—¡Atajo de idiota! — le dijo Don José María– ¿Creías que te quedarías con mi hacienda y todos mis arreos por unas pinches cuarenta monedas? ¡Ahora mismo te partiré en dos tu horrenda mueca! ¡Andad! Abrid todos y cada uno de los cajones, dadme lo que hay dentro ¡Andad!
Don Fidel de Ilsemón le respondió:
—¿Está usted seguro que desea que haga eso? Aún lograra hacerse de todo lo que hay aquí ¡Que no es poco! ¿Cómo lo subiría? El peso es considerable y veo que usted de fuerza un hombre no es…
—¡Callad y obedecer!
El prestamista fue con cautela abriendo cada uno de los cajones y sacando varios costales —que al colocarlos en la mesa del vestíbulo tintinean las monedas— se le llenan de avaricia los ojos al hacendado. Una vez terminó de sacar todos los pequeños costales, se hizo a un lado con las manos en alto hacia un arco de fondo ¡Los ojos de Don José María se desorbitaban de ver tan suculento tesoro! Corrió a hacerse del mayor número de bolsas y al tratar de sostener una, la otra se caía, haciendo malabares, pero lograba levantarlas, el sudor le arropaba en su totalidad y viéndose atiborrado de monedas de oro ¡Subió por corriendo! Al llegar a la mitad de la escalera Don Fidel accionó una palanca que se encontraba cerca del arco de fondo ¡Haciendo que las escaleras perdieran su forma cuadrada y se convirtieran en una gran resbaladilla! Con ello Don José María resbaló con todo y los costales hacia un espiral que no terminaba en el piso a donde el prestamista estaba, continuó su caída cuando se abrió el piso ¡Cayó de espaldas a una cámara llena de agua!
¡Las bolsas que había guardado en su chaqueta fina le impedían mantenerse a flote para lograr respirar! Después de varios intentos de luchar por mantener el rostro por fuera del agua cristalina sus pocas fuerzas le traicionaban, un sonido de caída de agua iba llenado poco a poco la cámara haciendo que su rostro se acercara más y más hacia el techo — ¡Piedad Don Fidel! — gritaba, ¡Pero en cada intento sorbía más agua! hasta que el rostro tocó por completo el techo.
El calizo de la cantera fue el último sabor que degustó ¡En un instante más murió!
Al desaguar la cámara por completo Don Fidel se acercó al cuerpo inerte de Don José María, lo sentó, le quitó la chaqueta para desenfundar todos los pequeños costales que se había metido entre sus ropas, cuando le quitó la chaqueta por completo observó un extraño tatuaje en su espalda, una marca de un compás y una escuadra que se había hecho grabar a tono de hierro al rojo vivo sobre su piel.
—¡Esto le debió de haber dolido! — susurraba al hacerle los menesteres.
Mientras le desnudaba, trataba de imaginar haciendo cuentas que la gran producción de la hacienda de El Rocío no fuera más que una mascarada, una fachada de acuerdo a la calidad de las ropas y lo extravagante de sus accesorios, estaba seguro que era uno de los que traficaban la plata del Real de las Minas del Potosí, un intrincado camino de tráfico de plata hacia las Filipinas que llevaba siglos evadiendo el agudo ojo del virrey y sus ordenanzas, pero que ahora con tan bullicioso imperio de Maximiliano se había visto afectado, por ello los traficantes se habían dedicado a solicitar préstamos elevados a los agiotistas reconocidos de la ciudad. En sus pensamientos se mantenía cuando uno de sus sirvientes le avisaba de la llegada de Don Fernando Duque de las Casas, quien una vez sabía de la llegada del hacendado al prestamista de inmediato quiso saber el resultado del convenio.
—¡Decidle que espere un tiempo! no demasiado, termino esto y le atiendo ¡Ofrecedle un vino generoso!
Una vez logró sacar todos los pequeños costales del cuerpo inerte de Don José María y dejarlo totalmente desnudo, mandó llamar a su ayuda para que el cuerpo lo depositaran junto con todos los soldados caídos imperialistas, para que, al irse a la fosa pasara como uno más.
¡Astuta medida para la ocasión!
Una vez terminó su asunto, subió a darle la anfitrionía a su distinguido amigo.
—¡Mi estimado Don Fernando Duque de las Casas! Que la maravilla del día le tenga por estos lugares ¡Dadme un abrazo!
Don Fernando sabía el desenlace de la entrevista, pero deseaba saber la ocurrencia y el distingo de la visita del dueño tal vez de la mejor hacienda de aquellos tiempos en Querétaro ¡La hacienda de El Rocío! De quien se sospechaba que aún pertenecía a la banda de traficantes de plata para las Filipinas, lugar en donde era revendida a los territorios de China a un precio diez veces mayor al que pagaba la corona española ¡Todo el virreinato fue así! Desde los tiempos del propio Cortés.
—¡Decidme, amigo! — Respondió al abrazo fraterno Don Fernando — ¿Qué ocurrencia infame sucedió esta vez? Mordió el señuelo Don Fidel de Ilsemón de Calbaza Conde Ababanes de manera tan sencilla que llegué a sospechar que lo había adivinado ¡Decidme! ¿Acaso lograste sacar información alguna?
—¡No tuve el tiempo amigo mío! Pero tal cual como me indicaste al llevarlo a la antecámara y observar todas las monedas ¡Sus ojos brillaron! y así como el adivino que eres ¡Me amenazó con su arma! Tomó todas las monedas que pudo y al escapar ¡Cayó en la trampa como un cervatillo! Rodó hacia el pozo y tristemente murió por su codicia.
—¿Encontraste algo que nos dé una señal?
—¡Sí amigo mío! — tomó de entre sus ropas y abrió un cuero, que aún se le miraba de sangre fresca, que en su interior tenía el trozo de piel de Don Fidel que le hacía perteneciente a una logia
—¡El compás y la escuadra! — Admirado Don Fernando se ponía su mano en el mentón— Como los sospechábamos ¡Masones están tratando de conocer las entradas a nuestras bóvedas! Saben ya de la existencia de nuestros pasadizos ¡Debemos tomar medidas! Están utilizando a sus aliados para hacerse pasar como necesitados de oro y reconocer las casas que ofertan en préstamo.
—Decidme amigo mío ¿Qué acaso no hemos visto este signo en las ropas del emperador Maximiliano de Habsburgo? En la última reunión distinguí este símbolo en su fino anillo diestro.
—¡Me ocupa de mayor manera el que se esté regando el rumor de las bóvedas y los pasadizos! Debemos parar los préstamos ¡Ahora ingresó Don José María como señuelo! No podemos saber si manden a alguien más a tratar de ingresar desde dentro ¡El sitio es una buena excusa para escudriñarnos!
—¿Qué pasará con las entradas del cerro de Pathé y el cerro de las rocas de campana?
—¡Las tengo custodiadas!
—¿Y las del convento de la Cruz?
—Esas son las que más me preocupan, no podemos evitar de que los imperialistas traten de penetrar ¡Si lo hacen estamos acabados! Debemos poner una barricada ¡Me encargaré de eso! En lo que pasa esta sospecha no deberemos hacer préstamo alguno y será mejor comenzar a avisarles a todos los acreedores, capturar a los deudores será la misión principal, con ello sabremos si no están enviando ese dinero al propio general Mariano Escobedo.
—¡Acertado comentario amigo! Así lo haremos.
Se despidieron, en estos tiempos del sitio de la ciudad se corren muchos riesgos tan solo de observar juntarse las personas.
27 de marzo. Fuego de fúsil a las once de la mañana y cañonazos a la ciudad, calle del ahorcado.
La ruta que del niño Andrés por las calles lo han dejado exhausto ¡Caminar desde los carrizales hasta la ribera del río de aguas cristalinas! Es toda una odisea, lleva cargando dos cubos de agua para su abuela que llenará en el río y algunas viandas —los habitantes del sitio sufren apenas los embates del haber cortado todas las vías de ingreso a la ciudad, algunas familias donan víveres y se apoyan entre sí— ha llegado al portón de la casa dentro de los cañonazos que no dejan de sonar y el temor de ser alcanzado por la artillería ¡Aun así! no deja de asistir a quien pueda y le hace llegar viandas por ganarse apenas unas monedas y llevarlas a casa.
Al caminar un soldado imperialista le hace el santo y seña.
—¿A dónde vais acaso no sabes que estamos en guerra? Regresad a tu casa.
—Llevo comida a mi abuela y en un rato, salgo por agua para ella, ella apenas se puede mover.
—¿Eres tonto? Cualquier cañonazo te puede destrozar o tan solo un disparo puede tocarte ¡Morirías!
—Se muy bien lo que pasa ¡Pero mi abuela requiere el mayor auxilio y no se lo negaré!
—¡Anda pues te acompaño! Una vez termines regresas a tu casa ¡Esto es una guerra!
Los dos caminaron hacia el río para llenar los cubos, se acercaron para llenarlos, al levantarse volvieron por la misma calle del ahorcado hacia la casa de la abuela del niño Andrés.
Escucharon un zumbido agudo y en un instante ¡El soldado imperialista se hizo mil pedazos con todo y el cubo de agua! fue alcanzado por una bala de cañón.
Continuará…