Ciudadano de la pie, como se dice, tuve la osadía de solicitar una cita con la Secretaria de Gobierno, Guadalupe Murguia. Marco el conmutador. Atravieso no sé cuántas aduanas telefónicas. Y por fin puedo hablar con la secretaria particular de tan importante funcionaria. Me someto a una y mil preguntas: que si la conozco, que desde cuándo, que si trabajo…Ya no sé si me divierte o me humilla el interrogatorio. Tengo la sensación de estar hablando con un agente de la KGB, por cierto, en un tono amable. Su respuesta fue: “Su agenda está muy apretada”.
Me olvido de la cita. ¿En qué puedo ayudarle? En nada, le respondo. Probablemente me la concederá “post mortem”, pienso con sentido del humor al borde del precipicio pandémico. En realidad, sólo quería advertirle que la ratificación de la Ing. Carmen Zúñiga a cargo de los archivos, resulta un atentado al patrimonio documental de este Querétaro nuestro: Testimonios tengo de su incompetencia y despotismo, de que ha despedido personal altamente calificado como es el caso del único archivónomo profesional que ahí laboraba; del maltrato al personal, de que ha cerrado el laboratorio que durante años se ha encargado de mantener sanos a los acervos.
Me apena este acabose. De lo que, modestamente, logré como Director General de Archivos hace años, sin siquiera disponer de un despacho privado, lo cual afectó mi salud, no quedará más que el recuerdo. Así son las cosas, y parecen no tener remedio. Sería iluso de mi parte, imaginar una rectificación para salve ese patrimonio que guarda nuestra memoria. Tal vez no le importe al actual gobierno. Son otras sus prioridades.
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He tomado nota de la designación de Jaime Zúñiga Burgos como cronista del Estado. Otro desacierto. No posee otro mérito que le de haber “descubierto” túneles que a nadie le importan. Es un “ágrafo” que tuvo el atrevimiento de acusarme de haberme apropiado de los planos originales del Teatro de la república, instigado por el tristemente célebre Alejando Obregón, quien se ostentaba como Doctor, sin serlo o acaso lo fue en la especialidad de agujeros de queso. El descaro de ese señor no tenía límites: firmaba los títulos normalistas como Doctor, en su calidad de Secretario de Educación.
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Bien sé que los títulos no son sino un cartoncito sin importancia para la vida, prenda de vanidad que un día irá a parar a la basura. Pero lo que valoro es la honestidad. Nada más.