Todavía añoro el grito lánguido y potente de “Zapata viveee…” y es que Felipe El Patines ya no está con nosotros y, su presencia que le daba vida a nuestro centro histórico desde 1985, ya no pasa cada tarde-noche soltándonos mensajes nada incoherentes de Historia nacional.
Nació en la Ciudad de México en 1948 y era hijo de Antonio Mendoza Macías y Dolores del Pilar Prat Biarnau, originaria de Cataluña. Fueron seis hijos los que nacieron de esta pareja, que al llegar a Querétaro se asentaron allá por las calles de Madero y Regules. Los compañeros de secundaria en el Colegio Salesiano lo recuerdan como estudioso, bueno para la historia y la literatura, amén de destacado en los deportes, gran lector y amable, pero no locuaz ni extrovertido.
Al paso de los años se casó con la muchacha más bonita del Querétaro setentero, misma que llegó incluso a ganar certámenes de belleza y quien le dio a Felipe dos hijas. Su locura y elocuencia comenzaron en 1980, cuando se separó de Emma Alonso y se dedicó a la crianza de perros finos. La esposa e hijas se quedaron a vivir en el lujoso Club Campestre y Felipe quemó sus naves -que no sus patines- y se fue a vivir a una obra negra en la colonia Tejeda -propiedad de su hermano Salvador-, donde estuvo aproximadamente tres años. Después se muda a un baldío de al lado y construye una choza para él y su perro “Sartén”, hasta que después de nueve años lo echa de ahí la propietaria del terreno mediante juicio. Todavía su culto padre, le compró y ofreció un terreno en Santa Bárbara, frente a la Villa Bonilla, con una vista espectacular de la gran ciudad y su zona conurbada, pero El Patines rechazó la ayuda de todos porque quería vivir en libertad.
A mediodía se le podía ver en el centro caminando, cargando a su perrito y su cajón de bolero, entrando a las cantinas como El Rinconcito en el callejón Matamoros, buscando dar una boleada a cambio de un “Don Pedro”. Claro que era más cara su bebida de brandy con coca cola que el precio de la boleada, pero su compañía grata y su plática culta lo valían. A esas horas no ofendía a nadie, no gritaba, reconocía caras y te hablaba por tu nombre, pero al llegar la tarde-noche el quijote que llevaba dentro de él empezaba a surgir de la revoltura del alcohol con alguna hierba o de algún residuo que quedó en su cuerpo después de las fiestas rebeldes de su juventud alocada en el San Miguel de Allende setentero.
A mí me tocó verlo y oírlo -junto con Hiram Rubio, desde el balcón del gobernador Enrique Burgos- al gritarle a Juan Ferrara y a Juan Peláez, durante la filmación de la serie “La Antorcha Encendida” en 1996: “Juan Ferrara y Juan Peláez son puuutooosss…” Rompiendo con la velocidad que le daban sus patines la cerca de seguridad que imponía el equipo de producción frente al Palacio de La Corregidora. Ya en el sexenio de Nacho Loyola se le escuchó gritar: “Suhaila Núñez -la Secretaria de Planeación y Finanzas- es…”; o también en el sexenio que siguió se le oyó gritar infundios a Lupita Murguía, secretaria de Educación. Nunca había pisado el juzgado cívico hasta que mancilló la buena honra de las dos funcionarias, dando la orden en este último caso Botello Montes, secretario de Gobierno, mismo que al salir Felipe, después de cumplir su arresto de setenta y dos horas, recibió igual número de gritos y andanada de directas por parte del quijote que retaba o que peleaba a diario contra los molinos de viento.
Por el contenido de su plática, de sus mensajes nocturnos y por lo que me han dicho sus cercanos, Felipe era un tipo culto, devorador de libros y simpatizante de la ideología de izquierda, por lo que fue congruente al rechazar su buena cuna y familia, misma que al llegar a Querétaro tenía todavía cuantiosos inmuebles en Cataluña. Lo de la lectura dicen que le vino de sus padres, quienes pasaban largas horas consumiendo libros.
La locura de Felipe era vespertina y nocturna, porque en las mañanas era tan responsable que hasta las calificaciones y las autorizaciones para expedición de pasaportes y visas de sus hijas firmaba. Todavía en 1983 -ya divorciado- se le vio en fiestas sociales elegantemente vestido en compañía de Emma. Un poco antes de que se le manifestara lo quijotesco, viajaba constantemente al puerto de Acapulco sin decir a nadie a qué iba.
“Sartén”, su fiel perrito, era corriente cruzado con uno de la calle, pero fue su más grata compañía, y le puso así porque en lugar de campanita le colgó al cuello precisamente un sartén para que hiciera ruido al caminar. Después de darnos lecciones de la historia social de México, Felipe retornaba a bordo de sus patines a su guarida en la colonia Tejeda, lloviera o hiciera frío, a él no le importaba. Lo que sí es que a los conductores sobre la avenida Constituyentes nos ponía en un predicamento porque apenas lo alcanzábamos a ver, al ir haciendo eses en los carriles centrales rumbo a El Pueblito. Muchas veces estuvo a punto de ser atropellado.
A pesar de que mi amigo Manuel Palacios lo alojó gratuitamente en la parte de atrás del Hospital de La Cruz, Felipe iba a venderle a su benefactor cada mañana huevos criados por una gallina negra que “El Patines” custodiaba en el pequeño corralito que improvisó en su morada.
Murió en esa bodega, en mayo de 2003. Desgraciadamente lo encontraron las autoridades y parientes tres meses después de su fallecimiento, por lo que se pudo reconocer el cuerpo por su indumentaria característica de casco, lentes oscuros, chaleco como de fotógrafo profesional, pantalón de mezclilla y camisa de franela. La familia decidió cumplir con la última disposición de Felipe, la que siempre pidió en sus ratos cuerdos: ser incinerado y echado al viento, el de su libertad, el viento que le acariciaba el rostro al ir por la avenida Constituyentes o bajar de volada el andadero 5 de Mayo con su grito más recurrente: “Zaaapaaataaa…”Con el permiso del inmenso poeta uruguayo Horacio Ferrer, me permito la licencia de adaptar su famosa “Balada para un loco” con personajes queretanos, llevando el papel estelar el mismísimo Felipe patinador, hoy que en este mundo de locos crueles y malvados nos urgen locos inteligentes y simpáticos:
Las tardecitas de Querétaro tienen ese… qué sé yo Rosa de Bengala, ¿vieron?
Salgo de trabajar por avenida Juárez, lo de siempre en la calle y en el jardín, cuando de repente,
detrás de ese árbol, se aparece él, Felipe Mendoza Prats, mezcla rara de bolero-patinador y de primer polizonte en un viaje a Venus.
Sombrero de ala ancha en la cabeza, las rayas de la vida pintadas en la piel, dos medias suelas con patines en los pies,
y una cuba de marca libre levantada en cada mano… Ja…ja…ja…ja…
Se ríen… claro; parece que sólo yo lo veo, pero él pasa entre la gente y los maniquíes le guiñen, los semáforos le dan tres luces celestes
y las floristas del mercado Escobedo le tiran azahares,
y así… medio bailando, medio volando, se saca el sombrero,… me saluda,… sorbe una cubita y me dice…
Ya sé que estoy zafao,
no ves que va la luna rodando por Los Arcos? que un desfile de monjitas y tunos con un vals
me baila alrededor… bailá, vení, volá Ya sé que estoy zafao,
yo miro a San Francisco del nido de un gorrión; y a vos los vi tan tristes; vení, volá, sentí, el loco sentimiento que tengo pa a vos.
Loco, loco, loco, cuando anochece en su abajeña soledad,
por la ribera de su Río yo vendré, con un poema y un trombón, a desvelar el corazón.
Loco, como un acróbata demente saltaré,
sobre el abismo de la Sierra hasta sentir que enloquecí su corazón, de libertad, ya van a ver.
Y así diciendo, Felipe me convida a andar en su ilusión súper-sport,
y vamos a correr por las cornisas
con una golondrina en el motor.
De Gobierno nos aplauden: Vivan, vivan… los locos que inventaron el amor; y un ángel, Cecilia Maciel, Esther Palacios y Cecilia Savinón, nos dan un valsecito bailador.
Nos sale a saludar la gente linda
y Felipe, loco nuestro, qué sé yo,
provoca campanarios con su risa
y al fin, me mira y canta a toda voz: Quieran así a Querétaro, amado, soñado… trépense a esta ternura de loco que hay en mí, pónganse esta peluca de alondras y volá, volá conmigo ya:
vení, volá, vení
Quieran así a Querétaro, adorado, amado, soñado,
reciban los amores que vamos a intentar, la mágica locura total de revivir, vení conmigo ya, soñar, rezar, reír Vivan, vivan, vivan los cuerdos y locos, todos locos, pero de amor, los
que inventaron esta tierra de promisión.