El veredicto de las mayorías es un principio esencial de la democracia, así se ha aceptado y respetado, sin embargo, desde siempre se ha advertido el riesgo de la dictadura de las mayorías que es cuando se impone la voluntad de ésta sin entender o atender los justos planteamientos de las minorías.
Lo anterior viene a cuento por lo que está sucediendo, alarmantemente, en el Congreso Federal, en el cual una mayoría precaria apabulla a una minoría no tan menor. En la votación del último presupuesto sometido a esa soberanía, la oposición presentó 1,994 reservas u observaciones de las cuales, ninguna fue tomada en consideración y el presupuesto de egresos se aprobó sin modificarle ni una coma, como le gusta al presidente.
No importó si había razón o fundamento en ellas, lo importante es que no se le quitara un centavo a los proyectos presidenciales. La votación emitida, 273 votos a favor y 214 en contra refleja que la minoría no debió ser menospreciada y exhibe la polarización que priva, no solo en el ambiente legislativo, sino también en buena parte de la sociedad.
Mucho se ha escrito sobre este mayoriteo legislativo pero en el fondo la discusión debiera ser otra. ¿Tiene derecho la mayoría a imponer autoritariamente decisiones en un régimen democrático? ¿Es realmente la mayoría la que se impone o es la voluntad autoritaria y totalizadora de un hombre a la que se plega dócilmente una corte servil investida de poderes legislativos? ¿Hasta dónde puede permitirse un régimen democrático un poder absoluto sin contrapesos efectivos? ¿Estamos en la deriva hacia un Estado autoritario y totalitario?
Este es un tema que ha venido siendo previsto como riesgo para un verdadero estado democrático y se han visto ejemplos de cómo la voluntad de líderes mesiánicos ha sometido a la humanidad a sacrificios indeseables con un apoyo mayoritario en sus países, pero siempre eliminando o sometiendo a las minorías, llámense judíos, gitanos o fifís aspiracionistas.
Estudiosos del autoritarismo y el totalitarismo, han señalado que esto se configura por la combinación de la ideología y el terror (Hannah Arendt, The origins of totalitarinism 1951), en razón de los cuales, la ideología en su lógica coactiva tiende a generar un movimiento arbitrario y permanente, mientras el terror totalitario sirve para traducir en realidades el mundo ficticio de la ideología y en su fase de instauración los regímenes totalitarios afectan no solo a los enemigos reales sino también a los enemigos objetivo y en su fase extrema golpea a victimas elegidas completamente por ocurrencia.
Dice un dicho popular “si no es diablo, huele a azufre” y sin profundizar en la obra de Arendt o de otros como Friedrich y Brzesinski, autores de las teorías clásicas del totalitarismo, la deriva que lleva el actual régimen en México ha ido reuniendo las condiciones para parecer cada vez más un régimen totalitario, donde la voluntad del jefe, depositario de la ideología, es la ley del partido, y quien no se plega a sus decisiones se convierte en enemigo.
La votación dividida que obtuvo la aprobación del Presupuesto 2022, indica que el régimen, según su inclinación y concepción, tiene muchos enemigos a los que se niega a escuchar y se esmera en someterlos. La misma actitud seguida con los adversarios políticos, trasciende a las esferas académicas y culturales donde es frecuente la purga y la hostilización a intelectuales y creadores tachados de neoliberales.
El Fondo de Cultura Económica y el Conacyt parecen estar creando sus propias sociedades excluyendo a quienes piensan diferente al igual que instituciones académicas como el CIDE, recientemente agitado por la actitud excluyente de un nuevo director impuesto.
No importa que por un lado se estén promoviendo reformas pseudo democráticas como la consulta popular o la revocación de mandato, si por otro lado se destruye todo el entramado institucional que evita la concentración de poder y el abuso de la investidura presidencial o del aparato, judicial, fiscal y de inteligencia del Estado.
El concepto rector del predominio de las mayorías en una democracia es útil para un buen gobierno, pero escuchar a las minorías y tomarlas en cuenta, gobernar para todos, aceptando la diversidad y el pluralismo de la sociedad, es lo que hace a un gobierno democrático, no solo la cantidad de votos que lo llevó al poder. Asumir que la mayoría de votos legitima la imposición de ideología, historia y composición institucional es arrogancia autoritaria que impone y avasalla sin buscar los consensos que construyen, incluso lo que se han empeñado en destruir. Ante esta deriva gubernamental, es patética la reacción de la oposición que acepta la categorización de enemigo y lo enfrenta en sus propios términos intentando ganar en la opinión pública una batalla perdida ante la manipulación oficial de la información y el uso de los programas oficiales. Hace falta más imaginación y sobre todo, mayor contacto con el suelo y la gente y menos defensa de sus propios intereses.