Vistas las penosas circunstancias del Partido Acción Nacional y sus consecuencias no sólo en su desarrollo político y electoral, sino en cuanto a su papel y aportación a una alianza indispensable para compensar (así sea relativamente) el inmenso poderío del partido gobernante, con todas sus alevosías, ventajas y premeditaciones vale la pena también reflexionar sobre la condición del resto de los aliancistas.
Concebido como una unión primero electoral y después parlamentaria, la Alianza Va por México, parece no ir más a ninguna parte.
¿La causa? El debilitamiento de sus integrantes atascados en pugnas internas cuyo desarrollo –de no evitarse desde dentro mediante una operación inteligente de sus dirigentes– terminarán por hacer naufragar el proyecto común. Si las partes fallan; falla el todo.
El PRI, de menor significación en el juego de la triple bisagra, debido a su mermada representatividad en Diputados, y sin embargo lo suficientemente capaz para frenar la mayoría necesaria de Morena en cuanto a sus intenciones de cambio constitucional, tiene poder por sus omisiones y no tanto por sus acciones.
Es decir, el PRI pesa por su negativa a sumarle votos a Morena, no, por los votos aportados para sus propias causas. En eso radica su capacidad parlamentaria.
Pero una vez más la división ronda por sus pasillos. Alejandro Moreno Cárdenas es cualquier cosa menos un presidente bien visto en todo el campo tricolor. Tampoco es un hombre respetado. La conformación de su Comité Ejecutivo y el reparto de las diputaciones entre sus amigos y amigas; cercanos y validos (entre los cuales indecorosamente se apuntó a sí mismo), lo hacen un presidente débil, más dado a la bravata oratoria y poco a la acción política firme.
Su actitud inicial frente a la Reforma Eléctrica es una exhibición de esto. Su convocatoria al parlamento abierto y la ganancia de tiempo, no dejan de ser una simple estrategia. Rehúye –se diaria-la confrontación estéril contra un enemigo más fuerte, pero en otros campos la exhibe, como en la “cruda” de la “discusión” del presupuesto.
Si en los tiempos lejanos la fuerza del presidente priista dependía de la cercanía con el presidente de la República, erigido como PPP (primer priista del país), hoy “Alito” carece de una fuerza total.
Su respuesta frente a la traición de Quirino Ordaz como embajador de Andrés Manuel López Obrador en España es una muestra. En lugar de expulsarlo, le negó un permiso irrelevante para ese cargo en Madrid. No se necesita la autorización ni del partido, ni de su presidente, basta la ratificación del Senado.
Para muchos su ausencia de los informes de dos gobernadores (Estado de México y Oaxaca), hace pensar en un distanciamiento o un desdén ante quienes seguramente perderán las elecciones del próximo año en favor de Morena.
Si el PRI pierde (como muchos creemos) el Estado de México, la imaginaria corona habrá perdido la realidad de la última joya. La última gema se habrá caído.
Hidalgo está perdido desde aquella célebre declaración de Omar Faiad en la cual confesaba su vocación de tapete para el paso presidencial y Oaxaca requiere –para capitalizar en favor de sus habitantes de toda la colaboración posible en favor del Ejecutivo.
Por otra parte, al PRI sólo le queda como bastión de relevancia el estado de Coahuila, pero ya hemos visto cómo el presidente la ha emprendido contra el coordinador de los diputados, Rubén Moreira a quien ya tiene entre ceja y ceja.
Y si se hablaba de Oaxaca y el gobierno, baste leer este fragmento del informe de Alejandro Murat:
“…De 2017 a 2020, cerca de 50 por ciento de la inversión pública autorizada, lo que equivale a más de 12 mil 469 millones de pesos, se realizó en municipios de alta y muy alta marginación… como el Corredor Interoceánico, al que se aplican 3 mil 500 millones de pesos…”