Como cada año los primeros días de noviembre, en México recordamos con cariño a quienes han partido de este plano terrenal; la idiosincrasia de las y los mexicanos nos ha enseñado a ver incluso con mofa a la muerte, la hemos interiorizado como algo muy nuestro, para nuestros ancestros la vida y la muerte no tenían oposición alguna.
La religión, las tradiciones, mitos y leyendas nos dibujan a la muerte como un evento natural que nos lleva a un mejor lugar. Pero las cifras de este país son terroríficas cuando hablamos de las muertas, pero no cualquier tipo de muertas, sino de aquellas que son mujeres asesinadas, así con todas y cada una de sus letras.
De acuerdo con la ONU, 11 niñas y mujeres son asesinadas diariamente en México a manos de sus parejas, de sus familiares o de algún hombre que se siente con el derecho de destrozar sus cuerpos y sus vidas.
Ellas, a las que se les ha arrebatado la vida en nombre de un supuesto amor, aquellas que han sido desaparecidas e invisibilizadas al convertirse en sólo una cifra más, todas las que perdieron la vida en lugares donde se practican abortos clandestinos, las que fueron explotadas hasta el último aliento por el padrote, las que fueron silenciadas por oponerse a este sistema patriarcal en el que vivimos o por pedir justicia frente a las oficinas de los funcionarios que sentados desde sus privilegios observan con desdén a quienes luchan por construir un mundo más justo e Igualitario.
Todas ellas son las difuntas del patriarcado, son las difuntas que deberían dolernos más por la forma tan cruel e inhumana con la que se les arrebató la luz de su mirada.
Ellas, las difuntas del patriarcado deben seguir siendo recordadas en cada decisión pública que se tome porque las cifras de denuncias que quedan archivadas en las oficinas generales de la Fiscalía son inmensas, así como lo son las carpetas de investigación que no llegan a sentencia o las quejas de víctimas que quedan completamente desprotegidas durante un proceso penal.
Las difuntas del patriarcado siguen sin poder cruzar al Micktlán porque sus almas continúan buscando acceso a la justicia. A todas ellas les debemos un lugar en el altar de difuntxs que levanta el Estado año tras año, les debemos todas las veladoras que se puedan para iluminar las carpetas de investigación que llevan sus nombres y que siguen en la oscuridad, les debemos nombrarlas y mantenerlas en la memoria histórica de este país feminicida.
Pero el deseo que añoramos en nuestro corazón es que no volvamos a ver a ni una muerta más adornando el paisaje, ninguna nota de otra desaparecida por el contrario queremos acciones contundentes para erradicar la violencia contra las mujeres y las niñas, así como sororidad, además de empatía social para hacerle frente a los feminicidios que dejan tantos corazones, familias y sueños rotos, porque a diferencia de lo que señalaba Octavio Paz en el laberinto de la soledad, cuando escribía que “la vida se prolonga en la muerte”, cuando la violencia nos arrebata a una más, con ella lo que se prolonga es la muerte en vida.