Resultaría aventurado decirlo, pero en el juego de valores políticos, en la galería de espejos de la insufrible justicia mexicana; en la extinción de los privilegios sobrados de Emilio Lozoya (resulta ridículo decirle Emilio L.), y en los pantanosos terrenos de la intriga, la prisión preventiva de Emilio Lozoya no fue determinada por el juez Artemio Zúñiga, sino por Lourdes Mendoza.
La periodista sostiene un litigio contra Lozoya quien la acusó falsamente de haber recibido un soborno en especie. Como Lozoya parece ignorarlo, necesito recordarle esta lección, ahora amargamente aprendida: Hell hath no fury like a woman scorned. No guarda elm infierno furia como la deuna mujer agraviada.
Sin la oportuna divulgación de las pruebas del abusivo privilegio procesal en favor del (una vez) fugitivo ex director de Pemex, cuya carrera política vale nada más por la memoria de sus escándalos y su corrupción, nada de lo ocurrido ayer habría sucedido.
O al menos habría tardado algunos meses más en suceder, porque la prisión es algo inevitable para este político cuyos días se adivinan tristes y oscuros. Sus alegatos en favor del criterio de oportunidad ya son ahora inoportunos y tras tantas postergaciones y dilación de un proceso insostenible en los términos del beneficio delator, las cosas resultaron inevitables por más componendas como haya habido en su favor.
La fiscalía incorporó nuevos delitos a la causa cuya gordura no es atribuible a las costras de laca del pato pequinés ni al contenido graso del pato oriental. El único pato ahora lo pagará Lozoya.
El palmípedo cuya carne disfrutó por haber sido mensajero, correo y testaferro de quienes con él se beneficiaron de los dineros mal habidos.
La Cuarta Transformación prepara desde ayer por la tarde los atabales del triunfo y aun cuando ya es posible suponer las declaraciones matutinas del señor presidente, no resulta aventurado suponer los tonos de su discurso contra la corrupción de todos tan temida y la valerosa honestidad de su prédica incesante, aun cuando diga como siempre, eso no es mi asunto, no estoy hecho para la venganza, la fiscalía es autónoma, libre y soberana y no me meto en esas cosas en manos del Poder Judicial, al cual había ripostado en días previos por la cancelación de la prisión oficiosa en delitos contra la patria y la hacienda nacional.
El llamado “Hunangate”, maravillosamente aprovechado y propulsado por una mujer en conflicto litigioso con el ahora recluido señor Lozoya, es una pieza fundamental en toda esta historia.
Recordemos cómo lo dijo la interesada:
“Eran las 19:38 horas de este sábado 9 de octubre cuando me hablaron para decirme que Emilio Lozoya Austin estaba en tremendo ambigú en el Hunan, de las Lomas de Chapultepec. No lo podía creer.
“Y no lo podía creer por dos razones: quién se atrevería ir a un restaurante cuando enfrenta un publicitado proceso penal por haber recibido, por presuntos actos de corrupción con Odebrecht, más de 10 millones de dólares en sobornos; y porque el propio Lozoya ha declarado ante el juez 52 de lo Civil en la Ciudad de México que no podía acudir a una “prueba confesional” en la demanda que le he interpuesto, por daño moral, pues él alega que “se encuentra arraigado en su domicilio, con motivo de una orden y/o investigación”.
“Francamente me parecía increíble que Lozoya se hubiera atrevido. El saberse impune y que ninguna autoridad le hará algo le da el valor de presentarse en público, con la soberbia y cinismo que siempre lo han caracterizado. Pues déjenme decirles que apenas el pasado 10 de septiembre fue a decirle a un juez del Tribunal Superior de Justicia de la Ciudad de México, de manera formal, que la FGR lo tenía arraigado, arrestado, en su domicilio. Pero, por otro lado, un comensal del Hunan me dice que tenía enfrente a quien, falsa y dolosamente, me acusó de recibir una bolsa Chanel…”