Pocas veces una noticia de aparentemente poca trascendencia y escaso valor informativo real, ha ocupado tantos espacios y tantos comentarios, este incluido, como la saga de doña Lourdes Mendoza, su bolsa de Chanel, denunciada con falsedad como un pago en especie y la cena china de Lozoya.
El asunto no merece aquí mayor abundamiento, pero si resulta oportuno analizar un fenómeno de gruesa inmoralidad. Y hablo de la moralidad porque el mismo señor presidente al abordar el asunto, lo ha explicado como algo legal, pero inmoral.
Imaginemos otra escena.
Quien recibe aviso de la visita de Lozoya a restaurante Hunan (por cierto nada del otro mundo comparado con la publicidad involuntaria recibida), no es una periodista en alegatos jurídicos con el procesado, sino un matarife al servicio de quien sabe quién.
Si alguien puede accionar una cámara fotográfica, al menos necesita el mismo tiempo, puede apretar un gatillo y acabar no con la imagen del sorprendido comensal en las redes sociales, sino con la escena final de su última cena.
Para ambas cosas hubo tiempo. Y no hubo nadie de la fiscalía para proteger al “testigo protegido”, cuyos testimonios son inferiores a la salsa de ciruela del pato pequinés.
La figura misma[RC1] del testigo protegido es altamente inmoral, si podemos regresar a la clasificación axiológica de nuestro siempre bienhechor Ejecutivo. Y si uno se pregunta ¿De qué se protege al testigo mendaz? pues visto todo lo anterior, nada más de la acción de la justicia, porque las delaciones expuestas hasta ahora (expresión refinada de la cobardía y la falta de honor), no le han servido a la fiscalía para nada.
Ni en el caso de Mendoza y los cacahuates de un bolso de mano como hay miles en las calles del mundo ni tampoco en los infundios contra Ricardo Anaya, quien con paciencia y habilidad, ha ido desmontando uno a uno los argumentos en su contra convertidos por las filtraciones de Emilio Lozoya en pruebas inculpatorias carentes de todo sustento.
Y en el otro caso, pues si la corrupción de este país se midiera con un accesorio de cien mil pesos, una bolsa de mano de Gucci o unos zapatos de Prada, estaríamos salvados.
Este asunto exhibe una vez más la poca calidad del trabajo de la Fiscalía (no) Autónoma. Todo se ha ido en las bilis vengativas de Alejandro Gertz, obsesionado en la descarga de sus fobias, sus asuntos familiares y sus venganzas.
La lucha contra la corrupción, una de las banderas importantes de la Cuarta Transformación y base de la oferta político social del actual gobierno, queda seriamente comprometida no con la conducta de los delincuentes, sino con la incapacidad del Estado para impedir esos comportamientos.
Lozoya enfrenta su proceso en liberad y de ella hace uso cuando sale a cenar a un restaurante con algunos de los pocos amigos aún cercanos. Muy bien. para eso son los privilegios, para hacer uso de ellos.
Pero si a ese caballero alguien lo manda al otro mundo, todo el tinglado justiciero levantado con su testimonio protegido se vendría abajo. Más abajo de cuanto ya lo vemos ahora.
Y eso es una vergüenza para un régimen cuya vocación transformadora dice la justicia por encima de la ley.
Pues aquí ni ley ni justicia. Puro cuento chino, con costra de laca pequinesa.
El ganso come pato.
CHE
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