Puede parecer una noticia sensacional o al menos importante, pero en verdad apenas da para páginas interiores: el presidente de la República, Don Andrés Manuel López Obrador –en contra de su costumbre– viajará a la orilla del East River, en la ciudad de Nueva York para una sesión en la cual México tomará la presidencia (efímera y rotativa), del Consejo de Seguridad.
Imagínese usted el orgullo: presidir el Consejo de Seguridad de la ONU; Dios mío, la misma sensación de ufanía y felicidad con la cual se encontraron los habitantes de Túnez, antes de entregarle al embajador Juan Ramón De la Fuente la estafeta de esa codiciada silla en el concierto internacional.
Otras grandes potencias han sido reconocidas este mismo año con tan sublime distinción: Estonia y Niger entre ellas.
Pero es indudablemente,un triunfo diplomático,como dijo hace algunos años el gran Porfirio Muñoz Ledo cuando se desempeñó con su habitual brillo y talento en esa posición, llamás lucidora en esa enorme, compleja e inservible catedral de la burocracia internacional, hervidero de grillos en muchos idiomas, en la ciudad de las mil lenguas, la Babel de Hierro, como le dicen los cursis de almanaque.
Pero lo importante no es el sitio (es más importante el litio). Es el mensaje. Y para comprender cabalmente la profundidad del discurso cuya preparación ahora ocupa a mentes brillantes en toda la estructura diplomática de la Cuarta Transformación y en el despacho presidencial mismo, debemos leer primero esas otras líneas de la conferencia de ayer. Son un conveniente antecedente, congruente y consecuente,como es evidente:
“…No se va a permitir la corrupción y yo espero que todos ayudemos, porque lo que produjo la crisis de México, sin ninguna duda, fue la corrupción. Nada ha dañado más a México que la deshonestidad de los gobernantes y la corrupción. Eso, siempre lo he dicho, no es una pandemia, es una peste. Entonces, todos tenemos que ayudar.
“Por eso vamos saliendo, vamos saliendo, vamos saliendo adelante porque, si no hay corrupción, el presupuesto nos rinde, nos alcanza.
“Ya puedo decirles que, a diferencia de otras crisis hoy, ya tenemos más empleos en el sector formal que los que teníamos antes de la pandemia, es decir, ya nos recuperamos. Perdimos como un millón 400 mil empleos, ya los recuperamos en menos tiempo que otras crisis.
“Y el pronóstico de que vamos a crecer este año más del seis por ciento ya es aceptado por especialistas, por expertos, por financieros, y vamos avanzando y vamos a seguir creciendo con bienestar, atendiendo a la gente humilde, atendiendo a la gente pobre, o sea, vamos, pero la clave está en acabar con la corrupción…”
Dicho así podemos asumir algo muy simple: si no hay corrupción, hay crecimiento económico y cualquier pandemia, por larga, profunda, extendida y mortal como sea, nos viene haciendo como el viento a Juárez o como las calacas del cercano día de muertos: nos pela los dientes. Nada más los dientes.
Es una pena; los 400 mil muertos por Covid, no podrá atestiguar, excepto desde el más allá, la milagrosa recuperación de México. Más fuerte, más justo, más lindo y más querido.
Por eso es importante el anuncio de un viaje al extranjero. Pero no uno cualquiera. Este.
Vea usted el anuncio:
“…El presidente Andrés Manuel López Obrador anunció que viajará a Nueva York el 9 de noviembre para visitar la sede de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) debido a que México asumirá la presidencia del Consejo de Seguridad del organismo.
“Voy a hablar de lo que considero el principal problema del mundo: la corrupción que produce desigualdad. Sobre eso va a ser mi mensaje”, detalló el mandatario en conferencia de prensa matutina…”
Así pues el mundo se prepara para escuchar este diagnóstico: la corrupción como problema principal de la humanidad. Obviamente Lozoya no está invitado. Está arraigado.