Todo comienza con una gota que cae como salivazo de un cielo retobón, alocado, inclemente. Todo comienza con una gota que se cuela por debajo de la puerta y en un parpadeo ya es charco y luego un chorro que entra como cascada de agua sucia por rendijas nunca vistas en puertas, paredes, pisos, techos y mientras unos chapotean entre el agua espesa de lodo, para poner a salvo a niños y ancianos otros tratan de rescatar los documentos, la computadora, la licuadora, el recuerdito, la foto. En escasos minutos, las calles pasan a ser arroyos y a veces ríos. Mientras unos salen para ponerse a salvo, otros entran para robar, mientras unos suben a la azotea, otros caen en hoyos que van desde baches, hasta socavones que se abren a su paso, tragándose un pie, un neumático, una bicicleta, una moto, medio coche, todo un coche, la vida misma se va arrastrada, no por obra de la naturaleza, sino por la incompetencia y corrupción de, a quienes se les pagó un salario de magnate, para organizar los asentamientos humanos y crecimiento de las ciudades, pueblos, comunidades y hasta rancherías y de quienes construyeron casas endebles, cobrándolas como fortalezas, dándoles así, ganancias inconmensurables a los bancos, que condenan al ingenuo comprador a pago de intereses por el resto de su anegada y abnegada vida.
Gota a gota se va yendo el agua de las tuberías, de las llaves, de los tinacos y cisternas, de las cubetas y cántaros y tinas en los que se guardó. La paradoja es morir de agua y a la vez de sed. La contradicción es que las autoridades detengan el suministro de agua potable para abrir las presas e inundar el campo, pueblos y ciudades. Explicable es que en meses de sequía disminuya el abastecimiento de agua potable, inexplicable que en la época de lluvias también. Debe haber serios problemas en el paraíso de la burocracia para que no se haya podido subsanar, ya durante un mes de lluvias, el suministro de agua potable que como siempre, afecta a los más pobres.
Gota a gota la tierra se va reblandeciendo; los árboles, arbustos, cactáceas, nopaleras, maizales, milpas y pastizales que fueron arteramente quemados o retirados de su hábitat, no detienen el agua que ablanda la tierra hasta desgajarla, quedando casas pobres y mansiones, cuartitos y edificios construidos en las laderas y en el filito de los cerros, como aretes colgando para presumir, en un riesgo, que de tan mayúsculo nadie quiere voltear a ver.
Pasará la temporada de lluvias, por ahora, y los desastres que deja los borrarán las fiestas de noviembre y la catarsis de diciembre. Otra vez los brindis, las imágenes de países nevados y “santacloses” darán vuelta a la página y hasta nuevo aviso. Lo deseable sería que el gobierno estatal impusiera una veda de cambios de uso de suelo en todo el estado. Ni uno más en seis años. Un sexenio dedicado al reordenamiento de asentamientos humanos. Reubicar a los que están en riesgo permanente o cíclicamente. Impedir que cualquier tipo de autoridad, estatal, municipal, incluyendo al cuerpo de regidores, otorguen permisos o solapen los asentamientos en lugares de riesgo, tanto para el necio como para los que puede afectar con su impertinencia. Responsabilizar a las constructoras o fraccionadores que mañosamente utilizaron para enriquecerse, pasos de agua, vasos lacustres, laderas de cerros. Responsabilizar también a los que dejan obras a medias, que con lluvia o sin ella, son trampas mortales. Desazolvar presas, bordos y drenajes. Impedir y castigar severamente el desmonte de tierras y cerros y la invasión de terrenos. Llamar a cuentas a los pésimos constructores que recientemente entregaron obras de relumbrón hoy destrozadas por las lluvias, tumbas de algunos desafortunados y causantes de pérdidas del escaso patrimonio de muchos. No se necesita ir tan lejos ni ser tan estudiado para percibir el malestar, el desánimo, la incredulidad y el temor de la gente que lleva, por lo menos los dos últimos años, perdiendo sin cesar.
Gota a gota puede retomarse un camino de soluciones reales a problemas reales. Las consecuencias las veremos Al tiempo.