La sabiduría popular dice que la necesidad tiene cara de hereje, es decir, que el necesitado deja de lado sus creencias y principios para salir del bache. Aprovechando el retroceso algunos buscan impulsarse, lo cual es válido en tanto no afecten a otros; porque ante la angustia provocada por la carencia, no falta quien utilice el empujón catártico para robar, y en este terreno, como en todo, hay niveles, multiniveles, rateros, raterazos, raterillos, malandros, malandrines y “coach”.
El “coach”, hombre o mujer, es quien imparte el “coaching”, un proceso cuyo objetivo es motivar a su público a construir estrategias que les permitan mejorar su vida; conducido por profesionales, generalmente Psicólogos y Comunicadores certificados, suele dar buenos resultados; empresarios y gobiernos los contratan para sus empleados, el propósito es bueno, pero en los últimos años el “coaching” se ha desacreditado por charlatanes que encuentran en las personas vulnerables, su minita de oro. Este modelo de nueva esclavitud tiene como escenario salones de hoteles o pisos enteros de edificios, ahí, los gurús, conducen a los asistentes, la mayoría jóvenes, incluso adolescentes, que aterrorizados por lo incierto de su presente y futuro, pagan el costo del curso, mínimo entre cinco y diez mil pesos, convencidos de que ese dinero será el mejor invertido en su vida; decía que los conducen por veredas emocionales que en lugar de impulsarles a mejorar, a muchos, resquebrajados como van, frustrados y con el alma en los talones, les someten aún más, les enfrentan sin compasión a sus miserias, todo a fin de manipularles, condicionándoles la superación y sensación de éxito, a que convenzan y lleven a inscribirse a dos, o tres o a cinco desnorteados como ellos, para aumentar su público cautivo, so pena de, al no lograrlo, multarlos y someterlos al trato público de fracasados.
Ante la falta de supervisión y vigilancia de las autoridades, abundan los “coach” piratas, con diplomas piratas, buscando atraer incautos con el ya clásico discurso del millonario que se levantó de sus cenizas y en un arranque de agradecimiento, muere por compartir la fórmula de su éxito, o traen historias locas de superación, que casi siempre incluyen un padre alcoholico, una madre guerrera o un accidente grave, lo que sea que ayude a tejer la red que atrape a sus clientes.
Con la misma pinta fraudulenta actúan algunos de quienes liderean las empresas denominadas de multinivel. De este hoyo negro en el universo del “sé tu propio jefe” surgen listillos que con facilidad de convencimiento, atraen a dos o cuatro personas para que les hagan la chamba. Estos a su vez, y otros y otros más, con el mismo discurso de ambición y enriquecimiento, rápidamente engrosan la pirámide de los necesitados optimistas. Quien no venda, por sí mismo o a través de sus “invitados a trabajar” tendrá que comprarse así mismo y hasta tendrá que pedir préstamos para alcanzar el nivel previamente diseñado para que siga y siga vendiendo, cuyo premio será… sí, usted adivinó, un precioso “pin” o sea un brochecito, así de pequeño con una piedrita, por ejemplo, roja, si alcanzó el grado rubí o se le adjudicará, mientras mantenga su nivel de ventas por lo alto, un auto oloroso a pinito, que en cuanto bajen las ventas le quitarán.
Por pura necesidad de tener un mejor trabajo y más ingresos, personas de edades y estratos sociales diversos, unos muy pobres por cierto, son prácticamente esclavizados, porque jalan o se ahorcan, una vez trepados en el tren de la superación personal, los atrapan con el títere del distintivo de determinado color, bufanda, chaleco, moñito, correspondiente a su nivel o les castigan encargándoles tareas como acomodador de los asistentes al curso y hasta limpieza de las salas, como prueba de humildad. Los atrapados en las ventas de multinivel, no tienen ningún tipo de seguridad social y los gastos de presentación de sus productos corren por su cuenta, haciéndole el negocio redondo a alguien totalmente desconocido físicamente y fiscalmente.
La búsqueda de trabajo honrado es camino minado por tanto charlatán y vivales. Las consecuencias de sentirse defraudados son inimaginables, Al tiempo.