Sergio Andreu
Sobre los atentados del 11-S, de los que se cumplen veinte años, se hablado, escrito, narrado o filmado desde casi todas las perspectivas posibles, una visión poliédrica que la pareja formada por Baptiste Bouthier y Héloise Chochois combinan en su novela gráfica documental “El día que cambió el mundo”.
Frase hecha: todo el mundo recuerda lo que estaba haciendo cuando cayeron las Torres Gemelas, unas imágenes que clavaron ante el televisor a medio planeta, incrédulos de lo que aquel martes, 8:46 horas A.M en Nueva York, estaban viendo en directo en las pantallas, en una época ajena todavía a los smartphones y a las transmisiones inmediatas.
La protagonista de esta novela gráfica es Juliette, una joven francesa que viaja en 2021 a Nueva York para visitar a un familiar y que se topa con la huella física y moral de unos atentados que, como bien señala el título de la obra de Bouthier y Chochois, puso en marcha de nuevo el contador de la historia -tras el espejismo del fin anunciado por Francis Fukuyama- y cuyos últimos, y trágicos, coletazos se están viviendo estas últimas semanas en Afganistán.
Los exhaustivos controles que la joven tiene que pasar en el aeropuerto para llegar a Estados Unidos son secuelas de la pérdida de la inocencia del primer mundo que supuso contemplar el colapso de las imponentes torres con apenas media hora de diferencia, a lo que luego se sumó el ataque aéreo al Pentágono, y el avión que se estrelló en Pensilvania cuando se dirigía hacia la Casa Blanca.
El periodista Bouthier (París, 1987) y la ilustradora Chochois (Bourg-en-Bresse, 1991) se ponen en la cabeza de Juliette, que tenía 13 años el 11-S de 2001, para recrear, a través de sus recuerdos adolescentes, la sensación de irrealidad, de fin del mundo de lo establecido, que los aviones suicidas provocaron en los acomodados pobladores de los países prósperos, desacostumbrados, tras décadas sin guerras, a sufrir en carne propia la barbarie terrorista.
Los autores de “El día que cambió el mundo” manejan muy bien los saltos temporales y geográficos del momento del atentado y los días posteriores de la vida de Juliette y su familia, -el shock, el miedo, las reacciones antimusulmanas, la incertidumbre-, a la vez que entremezclan y reconstruyen el relato de lo ocurrido en el interior y exterior de las torres durante esas horas trágicas.
Y lo hacen con un retrato polifónico, que otorga mayor veracidad a la obra, que logra manejarse entre el polvo, las montañas de cascotes, los rumores, las teorías, los engaños de la propia memoria, y que se enfrenta a la complejidad de los hechos con las versiones directas de quienes estuvieron sumergidos en aquel caos.
Una estructura narrativa que aporta información directa y que incorpora, por ejemplo, los testimonios de Brian Clark y Stanley Praimnath, dos de los pocos trabajadores del World Trade Center que lograron escapar por las escaleras de la torre Sur desde el piso 81, tan sólo dos minutos antes de que el edificio se viniera abajo.
Bouthier y Chochois también hilvanan en sus páginas los recuerdos de Suzanne Plunkett, fotoperiodista de la agencia AP, cuyo objetivo captó la oscuridad y los efectos sobre los supervivientes de la nube de polvo, unas espectrales fotografías ya míticas, o los esfuerzos de los rescates de Joseph Pfeifer, jefe del batallón de Bomberos de Nueva York, y de sus hombres, de los que 343 perderían la vida.
La novela no se detiene allí, busca a los protagonistas institucionales y no puede dejar de recrear el sorprendente momento en el que el presidente de EE. UU., George W. Bush, recibió la noticia del ataque al oído de boca de un colaborador, mientras visitaba una escuela de Florida, sin que durante casi dos minutos, perplejo, fuera capaz de reaccionar al mensaje: “América está siendo atacada”.
A partir de ahí, “El día que cambió el mundo” se centra en la cascada de reacciones que escribieron parte de la hoja de ruta de la política internacional de las dos primeras décadas del siglo XXI.
Principalmente, la búsqueda y captura del autor intelectual de los atentados, el saudí Osama Bin Laden, líder de Al Qaeda, convertido para Occidente en la nueva representación de “el Mal”, la ocupación de Afganistán, la guerra de Irak, Guantánamo… pero también los atentados yihadistas que sacudieron Europa en los siguientes años en Madrid, Londres, París o Niza, entre otros.
Pero, sobre todo, los autores de la novela ponen de relieve el cambio de paradigma que estos atentados, que se cobraron casi 3.000 vidas, provocaron no sólo en el equilibrio internacional entre los países, sino en la relación que los estados tienen con sus ciudadanos.
La operación bautizada “Libertad Duradera”, leyes como la “Patriot Act”, una especie de carta blanca que limitaba los derechos de privacidad o la inviolabilidad del domicilio o la ultravigilancia digital de la población practicadas por las agencias de seguridad de EE.UU. y otros países, como denunció el prófugo Edward Snowden, fueron las consecuencias de una nueva realidad en la que todo el mundo era sospechoso mientras no se demostrara lo contrario.