A petición de nuestros lectores y a manera de homenaje al Cronista del Estado y colaborador fundador de Plaza de Armas, Andrés Garrido del Toral(+), recuperaremos una selección de algunos de sus escritos publicados en esta casa editorial.
Al fundarse la ciudad de Santiago de Querétaro en el primer tercio del siglo XVI, tuvo lugar el trazado de la misma a cargo del religioso y arquitecto Juan Sánchez de Alanís, sin embargo, al paso de los años, alrededor de la gran población se fueron fundando caseríos, rancherías y pueblecitos independientes de la urbe y que hoy forman parte importante de la mancha urbana.
Para el erudito Alejandro Obregón Álvarez, un barrio tiene las siguientes características:
1.- Es un espacio territorial urbano delimitado por la división o traza original de un pueblo o ciudad, mediante los ejes norte-sur, este-oeste, por lo que puede superponerse a la denominación de cuartel o distrito;
2.- Generalmente se refiere a la periferia habitacional o residencial, respecto de un centro que tiene funciones rituales y administrativas generales;
3.- El punto de atracción es la parroquia o la capilla, dedicada a un santo patrono que dará nombre no solamente a dicha parroquia sino a todo el barrio;
4.- Esto, da origen a un tipo de organización administrativa, social, familiar, económica y religiosa como las fiestas patronales, organización de mayordomías o creación de cargos civiles y religiosos;
5.- La interacción entre un barrio y otro no obsta para que se tenga la conciencia de pertenecer a una unidad territorial más amplia. Existe la identidad grupal que supone el haber nacido y crecido en un barrio en particular.
Mi estudioso amigo Edgardo Moreno Pérez divide a los barrios queretanos de la siguiente manera:
1.- Barrios del primer cuadro o antigua traza: La Cruz, San Francisquito, Santa Ana y Santa Rosa.
2.- Barrios de la Otra Banda: San Sebastián, San Roque, El Tepetate y El Cerrito.
3.- Barrios de las Lomas: La Trinidad, Santa Catarina, San Gregorio y San Pablo.
4.- Barrios del Noroeste: La Piedad y San Agustín de El Retablo.
La doctora Mina Ramírez Montes encontró en el Archivo Histórico de la parroquia de Santiago el Libro de Defunciones de Indios, de los años 1736-1759 en que se citan los barrios de El Espíritu Santo, San Isidro, Santa Ana, San Antoñito, San Roque, San Francisquito, Santiago, Álamos, San Sebastián, San Nicolás, El Carmen, Santa Catarina, La Verónica, y el Gusano (ya les metí la duda, porque yo también ignoro dónde es), encontrando como asentamiento indígena a San Pablo lo mismo que a San Juanico, San Miguel (hoy Carrillo), Santa María, San Felipe, Buena Vista y Carretas. Por estos datos podemos afirmar nuevamente que San Pablo en sus orígenes más que ser un barrio fue un asentamiento de indígenas que en el siglo XVIII ya existía.
Durante los siglos xvii y xviii la ciudad terminaba hacia el occidente en las capillas de Santa Ana, San Antoñito y la del Señor del Mezquite, ubicada esta última donde ahora es la esquina de Sóstenes Rocha con Ignacio Pérez.
El conjunto de haciendas que se fueron integrando, junto con las estancias o labores de tierras indígenas, en las inmediaciones del poblado queretano, fueron los promotores más importantes del ensanchamiento de la mancha urbana. La barrera natural de éstos hacia el norte fue el Río Querétaro, cosa que fue rebasada en la medida que grandes señores del centro citadino fueron “desterrados” de éste y condenados a vivir en las orillas y fundar “la otra banda”. En estas zonas suburbanas se concentró preferentemente la población indígena, aunque no exclusivamente, constituyendo así los barrios. Dice Carlos Arvizu que “las haciendas de Carretas y Callejas promovieron la urbanización de la zona sur y oriente de la población, generando los barrios de San Francisquito y La Cruz, ambos reforzados por la presencia del convento. Las haciendas de Casa Blanca y La Capilla, así como las labores de los indios emplazadas en la parte oeste y sur oeste de la traza urbana, desarrollaron los barrios de Santa Ana y el Espíritu Santo. Las haciendas y labores al norte del río, como La Era, Jesús María, la Noria, Los Álamos y Patehé, promovieron la zona al norte del río, donde se formarían diversos barrios, como los de San Gregorio, Santa Catarina, San Roque, el Cerrito, La Trinidad, San Juan de los Álamos y San Sebastián, conocidos globalmente como de la Otra Banda”.
A mediados del siglo XVIII la ciudad debe haber tenido 50 mil habitantes.
LA CASA DE LOS PERROS PERDIDOS:
Voy a profundizar en las rutas que siguió el inmortal peregrino San Junípero Serra las veces que pisó territorio queretano: la primera en junio de 1750, del convento de San Fernando de la ciudad de México rumbo a Jalpan, pasando por Zimapán, Pacula y Matzacintla. Su compañero de viaje, Francisco Palou, no da mayor detalle de la ruta seguida del convento de San Fernando a Jalpan.
En Zimapán, a 1780 metros sobre el nivel del mar, proveniente de Pachuca, Junípero Serra se encontró a la naturaleza del semidesierto, con abundantes cactáceas y suculentas, con cerros verde jade producto de las lluvias de junio, entrando a la simpática población minera fundada en 1522. Allí pernoctó en la misión de San Juan Bautista, cuya elegante y artística edificación actual no corresponde a la de mediados del siglo XVIII que conoció el mallorquín.
Al día siguiente subió la sierra y bajó a Pacula, situada a 1320 metros sobre el nivel marítimo, ruiseña ranchería convertida en misión de agustinos desde su fundación en 1686, rodeada de cerros marmoleros con frondosos árboles, campos sembrados de agave, con un clima más fresco que el de Zimapán y una vegetación de sierra fría que ya parece avisarle la lujuria del monte jalpense. En Pacula pasó una noche Junípero en compañía de Palou, guareciéndose de la fría lluvia y de la ventosa noche en la humilde capilla misional. En este poblado el fraile ha de haber refrescado su cansado cuerpo en las cascadas de agua helada que bajan de las montañas, en un acto de purificación corporal y espiritual.
De Pacula decidió no seguir hacia Tilaco sino a Jalpan, su destino final, por lo que bajó hacia el entonces caudaloso río de “El Desagüe” hoy llamado Moctezuma, mismo que en el virreinato, como en la actualidad, sirve para desalojar por el río Tula -de por medio- las aguas negras de la ciudad de México. En ese paraje ribereño contempló las inmensas rocas y paredes de material volcánico que cobijan el camino, mismo que es serpenteado por el lado hidalguense y recto en el lado queretano. Atravesó el Moctezuma en medio de una nube de molestos mosquitos y ascendió para su destino final virando hacia la izquierda, por un camino de herradura que todavía existe y que hoy, 2013, pasa por la población de Matzacintla en el actual municipio de Landa de Matamoros, pequeña población situada a 1120 msnm, poblada por cien habitantes y que no existía en tiempos de fray Junípero Serra, pero que se fundó al pie del antiguo camino en cita. Allí existió durante más de setenta años la llamada “caseta del peaje”, es decir, un punto de cobro por derechos de paso de personas y mercancías entre Pacula y las comunidades queretanas, ya sea para quedarse en la zona o las que salían para la gran capital mexicana o venían de aquélla. Esto sucedía porque era el camino más corto para llegar a la ciudad de México respecto de Jalpan. La garita en cuestión fue fundada a mediados del siglo XIX por don Enrique Ortiz “El Gachupín”, hermano de Isabel Ortiz, madre del ex gobernador queretano don Noradino Rubio Ortiz. Todavía se contemplan los gruesos muros y cimientos de lo que fue la finca de referencia, incluidos dos grandes pozos que se usaban para abastecer a los sufridos caminantes y a sus bestias. El camino en cita es como de un metro y medio de ancho, no caben en él más que dos animales a la vez, con base de piedra, tierra y barro.
En Matzacintla y en lo que restaba rumbo a Jalpan solo encontró un paisaje de verdura que lo hizo pensar en el perdido paraíso, olvidando pronto los eriales de Zimapán y la discreta arboleda de Pacula, llamándole la atención, más que nada, el imponente cerro de “El Fuego” en Tancama, con los vestigios arqueológicos a sus faldas pero con cráter y espuma volcánica todavía visibles en nuestro tiempo, siglo XXI, a su alrededor, por lo que puedo concluir que los fundadores de la ciudad de Tancama todavía vieron salir fumarolas del ahora extinto volcán que señorea el paisaje y que puede ser visto incluso desde la lejanísima sierra de “El Doctor”. De ahí bajó fray Junípero al calor infernal de la misión jalpense, ubicada a 756 msnm.
Cuenta el cronista Francisco Palou que llegaron a Jalpan el 16 de junio de 1750, habiendo salido de la ciudad de México el día 1 del mismo mes y año, luego de rechazar carro y mulas que le ofrecieron los indios ladinos jalpenses que fueron por él a México.