Hace mucho tiempo el subsecretario de Salud, Hugo López-Gatell perdió credibilidad como zar de la pandemia del coronavirus. Su palabra pasó a ser objeto de burla y desprecio, y su soberbia generó frustración y enojo creciente. Hacia el interior del gobierno se confrontó desde octubre con la jefa de Gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, y con el secretario de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard, choques que no han bajado de intensidad y, al contrario, se han ampliado en el interior del gabinete. Ebrard no deja de tener problemas con él por su prepotencia, y hasta el vocero presidencial, Jesús Ramírez Cuevas, ha probado malos tratos del altanero funcionario. Hace unos días, en el extremo, Sheinbaum le pidió su renuncia al presidente.
El presidente Andrés Manuel López Obrador, quizás porque cree que el cese de López-Gatell sería equivalente a reconocer que se equivocó, no se la entregó y lo sigue protegiendo, aunque, como desde hace semanas, no deja de maltratarlo. Los enojos en Palacio Nacional con él son por la no distribución de millones de vacunas y porque todavía no ha logrado presentar una estrategia para la tercera ola de la covid-19, aunque para su fortuna, va cediendo, pero no gracias a él, sino por la forma como gobiernos locales y, sobre todo, la gente, se ha cuidado y reforzado sus medidas preventivas.
Nadie duda hoy que el subsecretario es un incompetente en su trabajo, pero la megalomanía de quien, por las cosas que decían sus subalternos hace algunos meses, acariciaba la candidatura presidencial, se sigue tropezando en sus contradicciones y en su notable falta de empatía que raya a veces en lo criminal, como sucedió el martes, cuando mezclando fobias y desviaciones ideológicas, empapadas en manipulaciones con tufos conspiracionistas, criticó a quienes buscan amparos para vacunar a sus hijos menores, particularmente quienes tienen comorbilidades.
El fracasado zar del coronavirus argumentó que cada dosis que se aplica como consecuencia de una acción judicial, le quita la oportunidad a una persona que tiene un riesgo mayor. Es cierto que los menores no son el grupo más vulnerable, pero de igual forma se podría argumentar, como hizo Juan Sierra, infectólogo del Instituto Nacional de Nutrición, que “por cada vacuna que se aplica a una persona de 25 años sana, se quita la oportunidad a un menor con comorbilidades que tiene mayor riesgo”.
López-Gatell ha justificado el no aplicar vacunas a los menores, porque no van a caer presa de las presiones de los laboratorios que lo fabrican. Sin embargo, sus alegatos políticos no borran la memoria. El que quiera utilizar como criterio de vacunación únicamente la planeación por edades, de acuerdo con el Plan Nacional de Vacunación anunciado en abril del año pasado, tergiversa a su conveniencia que incluía a las personas con comorbilidades, sin precisar edades, entre los grupos vulnerables que debían estar inscritos en la primera ronda de inmunización. Lo olvida tanto como en que el plan comenzó a desmantelarse desde enero, cuando por decisión presidencial se empezó a vacunar a operadores electorales de Morena, a la Guardia Nacional y, para apresurar el regreso a clases, a maestros.
El presidente y su asesor en coronavirus ignoran ahora por completo a los menores con comorbilidades, e incluso sostienen su negación de que son población vulnerable, un abandono que es probable que causara muertes que podían haberse evitado. De acuerdo con las estadísticas publicadas por Elizabeth Hernández en Eje Central, de los 835 fallecimientos por la covid-19 que se han registrado entre menores de 17 años durante la pandemia, el 44.07% tenía alguna comorbilidad considerada de riesgo, que conforme al plan de vacunación, eran susceptibles a recibir sus dosis.
Sólo durante la tercera ola, agregó Hernández, cuando México ya contaba con vacunas anti-covid para las poblaciones vulnerables, murieron 172 menores de edad por esa causa, de los cuales el 40.1% tenían al menos una comorbilidad. Ninguno de ellos, pese a que entraban en el grupo de población en riesgo fue inmunizado. No debía sorprendernos. López-Gatell ha dado pruebas a lo largo del casi año y medio de pandemia en México, que los contagios y las muertes las ve meramente como una estadística. Es un hombre miserable en el trato humano y un charlatán, que no son calificativos, sino descripción de su actuar público.
Pero López-Gatell se siente empoderado porque el presidente lo defiende en los choques palaciegos, y es refractario a las críticas públicas, pese a todas las equivocaciones de su estrategia anti-covid, equivocando sus proyecciones sobre el comportamiento del virus de manera escandalosa, negándose durante semanas al uso de la mascarilla y del distanciamiento social, rechazando las pruebas para monitorear la velocidad de la covid-19, su oposición a las vacunas y, en los últimos días, en el último enfrentamiento con Ebrard, sobre una estrategia que más responde a sus creencias que a las necesidades del país, para el reforzamiento de vacunas el próximo año. López-Gatell sigue saboteando los esfuerzos del gobierno y ha logrado mantener el oído de presidente, tocándole la música política que le gusta.
El subsecretario podrá no dar explicaciones al presidente por sus actos, pero deberá ser sometido a una rendición de cuentas pública, porque parece dispuesto a sacrificar a los niños con comorbilidades. Se han presentado más de 260 amparos para que se vacunen a menores de 18 años, pero los dos López lo han manejado como si fuera una estrategia de sus enemigos políticos para lastimar al gobierno. Si lo creen o no, es irrelevante. Si los jueces están resolviendo a favor de los demandantes, es porque argumentaron sólidamente la urgencia para que los menores sean vacunados.
Es tan profundamente frustrante escuchar a López-Gatell con su desprecio por los menores con comorbilidades, como indignante el cinismo rampante que despliega en las mañaneras, cuya soberbia sobresale en un gobierno donde abundan los prepotentes. Hoy se siente poderoso, pero nada es para siempre. Un juicio en tribunales, probablemente, está en su futuro.
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