A ciertos grupos no les importan las estadísticas de muertes por abortos mal practicados que suman alrededor de 4 mil fallecimientos al año; para la supuesta conciencia de estos promotores está por delante no la salvación del alma sino juzgar como pecadora a quien tiene la necesidad de interrumpir un embarazo
Diana Baillères
Hace unos días unas estudiantes universitarias compartieron conmigo la experiencia de haber visto un video en el que una voz de bebé se queja de perder un bracito; se trata de un video que los profesores de secundaria les dieron a conocer para promover las ideas de la crueldad del aborto; a todas luces, una descarada manipulación psicológica de las adolescentes que podrían estar expuestas a situación semejante.
Estas ideas coinciden con lo que en otros contextos, igualmente manipulados, promueven asociaciones religiosas contra el aborto. En realidad a esos grupos no les importan las estadísticas de muertes de mujeres por abortos mal practicados que suman alrededor de 4 mil muertes al año, por esta causa; para la supuesta conciencia de estos promotores está por delante no la salvación del alma sino juzgar como pecadora a quien tiene la necesidad de interrumpir un embarazo; no importan las razones; sean terapéuticas, económicas, de desarrollo y decisión personal o teniendo como causal una violación, sea unitaria o tumultuaria; a las “buenas conciencias” se les antoja fácil juzgar a una mujer, en mi opinión, valga la comparación, como los talibanes lo hacen ahora en Afganistán contra las mujeres.
Al mismo tiempo, he visto una foto donde un conocido exactor de una de las grandes televisoras, se retrata con un gobernador muy conocido y su esposa, en un evento en el que, de nuevo se habla del aborto y sus nocivas consecuencias psicológicas para quien decide practicarlo. Esfuerzos y avances de algunas legislaturas como recientemente, la del estado de Oaxaca por despenalizar el aborto y promover su ejecución en condiciones sanitarias que protejan la vida de las mujeres, no son igualitarios en los todos los estados de la federación mexicana. Algunos políticos anteponen sus creencias al interés y bienestar de los ciudadanos, en este caso, los de las mujeres, como si no les asistiera el derecho a este último. Felizmente para la democracia y las mujeres que así lo decidan, hay un debate en la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) que avanza con el voto de ocho magistrados a favor, en el que se ha puesto de relieve la inconstitucionalidad de llevar a prisión a quien haya decidido interrumpir el embarazo.
El aborto es una palabra que siempre suena fuerte. Tiene un peso social como una lápida en la espalda de las mujeres; cuando es espontáneo es doloroso, cuando es inducido tiene una connotación todavía más contundente. En cualquier medio social, y de práctica religiosa católica, activa o pasiva, el aborto inducido despierta, casi siempre, una reacción de rechazo tanto en hombres como en mujeres. Simplemente, se juzga inmoral, a quien se lo haya practicado, como a quien lo ejecuta. El tema divide socialmente.
En las comunidades médicas, el juramento hipocrático se antepone como la medida: el respeto a la vida. Los médicos alardean con su credo. Sin embargo, quienes más derecho tienen a decir algo sobre el aborto inducido somos las mujeres. Este tema debería ser debatido por las mujeres y sólo por ellas. Lo asumo, y he aquí la respuesta reciente de la vocera del presidente Biden, Jen Psaki, a un reportero que cuestionó la postura del mandatario siendo católico a la polémica que levantó una ley restrictiva en Texas. La mujer aseguró que Biden cree que depende de la mujer y su médico tomar esa decisión. “Sé que usted nunca ha afrontado esa elección ni ha estado nunca embarazado, pero para las mujeres ahí afuera que hacen frente a esa opción, es algo increíblemente difícil y el presidente opina que sus derechos deben respetarse”, zanjó la portavoz (El País, 3/09/2021).
Nadie, hombre o mujer, puede decir algo sobre lo que siente una mujer que tiene en su cuerpo un embrión de menos de doce semanas y piensa en lo que significa una boca más qué alimentar: lo que pasa por el cuerpo y la mente de una mujer o una niña que ha sido violada y se le revelará el resto de sus días, el rostro de su agresor o el temor confeso de una mujer a la que le han diagnosticado un mal genético en su bebé. Razones hay miles, por las que las mujeres decidirían no seguir adelante con un embarazo no deseado.
Desde la antigüedad más remota se conocía el aborto inducido y la Iglesia Católica tomó su postura en contra desde el siglo XVI. Siglos antes, ni Santo Tomás ni San Agustín, Padres de la Iglesia, se pronunciaron en contra del aborto inducido, siempre que fuera antes de las doce semanas. Argumentaban que el alma aun no había tomado posesión del cuerpo. Al respecto de la práctica entre las mujeres, existen documentos históricos que narran cómo las mujeres judías se hacían legrados en el siglo XVII. Sólo los médicos judíos que iban a la vanguardia en anatomía los ejecutaban sin menoscabo a su conciencia.
En documentos de amplia difusión, la organización Católicas por el Derecho a Decidir, asume que, “la decisión de una mujer para optar por interrumpir un embarazo, implica el pleno ejercicio de su libertad de conciencia y existe una rica y profunda tradición bíblica y teológica que interpone la conciencia humana y la vida plena de la persona humana sobre las leyes y enseñanzas religiosas”.
En el mismo tenor, las interpretaciones sobre los actos de Jesús narrados en los evangelios muestran un respeto por todas las mujeres –aún las supuestamente impuras- su defensa de las mujeres a tomar su libre albedrío para romper con los tabúes de aquella época. Después de dos mil años de cristianismo pocos creyentes reflexionan sobre el respeto que se debe a la voluntad y derechos de las mujeres. Ministros católicos recomiendan “cargar con su cruz” y seguir soportando su suerte; ¿y el libre albedrío no le pertenece también a las mujeres?
En toda la historia moderna de la humanidad, el poder que se ejerce sobre las mujeres, no es sólo el que vemos cotidianamente en todos los ámbitos de la vida social, sino también sobre lo único que poseemos: nuestro cuerpo. Como género hemos logrado muchos avances en la liberación de los poderes patriarcales y coloniales, sin embargo la decisión y posesión sobre nuestro propio cuerpo hasta ahora, no ha sido posible lograrlas. El Estado tiene potestad para decir qué podemos hacer o no con nuestro cuerpo y más aún con nuestra economía sexual.
En el fondo del asunto, se encuentra una impenitente controversia sobre cómo las instituciones se imponen sobre nuestro cuerpo, el cuerpo físico-biológico, origen de la biopolítica. Así nos lo descubriera Michel Foucault el siglo pasado en la Microfísica del Poder como en El Nacimiento de la Clínica (1966), escenarios de la medicina, protagónica, a la par, instrumento con el que el Estado ha logrado someternos a su arbitrio, o en instituciones totales como el psiquiátrico, ahora llamadas de manera eufemística, clínicas de descanso, o los centros de rehabilitación social, en el peor de los casos, donde pueden probarse como meros conejillos, nuevos fármacos, tratamientos, trasplantes, cirugías, que ofrecen longevidad, belleza, fuerza, juventud, paralelos de la inmadurez social contemporánea, transformados virtuosamente en aliados de la comunicación y su voracidad económica que todo lo que toca, convierte en mercancía.
Celebro lo que la SCJN ha emitido en estos días, y que cada vez son más las Cámaras de diputados que debaten, aprueban y permiten en sus estados, el acceso libre de las mujeres a decidir sobre su cuerpo. Esto no quiere decir que el aborto sea un mejor método de prevención del embarazo; existen ya muchos fármacos y dispositivos que pueden ser usados tanto por hombres como por mujeres con ese propósito, pero que las mujeres continúen poniendo en peligro su vida por un legrado clandestino que la mayoría de las veces se lleva a cabo bajo condiciones de higiene precarias, por decir lo menos, es lo que se pide para todas las mujeres, por su derecho a decidir libremente sobre su propio cuerpo. Léase correctamente. Muy lejos de la manipulación psicológica de la culpa en las mujeres que son creyentes, no es a favor del aborto, es a favor de la despenalización del aborto. Con ello, se habrá avanzado en la protección de nuestro cuerpo, de nuestra vida, lo único que tenemos.