Hay una especie de placer en mirar desde lo alto. Frecuentemente el ser humano lo experimenta de manera subjetiva, o sea, ve a la gente chiquita. Y esta percepción de altura afecta a muchos, altos y bajitos, chalanes, aprendices y “maistros”, alumnos y profesores, jefes y empleados, intendentes y barrenderos, vigilante con macana o velador con chaleco, franelero y viene viene, limosnero y mendigo, afecta también a los de terciopelo, medio pelo o pelusa, muchos están expuestos a marearse desde su imaginaria altura y manotear al de abajo.
La necesidad de sentirse superior ha sido veta de dinero para empresarios de todos los ramos, el más agresivo con la sociedad por invasivo, es el de los bienes raíces e inmobiliarias, que sabiendo, del humano placer de mirar hacia abajo, han construido casas y edificios altísimos en los cerros que rodean a la ciudad. La orografía protectora de ésta se ha deformado. Lo que hasta hace unos años sirvió como espacio receptor de agua de lluvia, hoy es tobogán pavimentado que avienta sin control el agua inundando la ciudad. Lo que antes fue reserva ecológica, formal o natural, de flora cerril, hogar de inmensa variedad de cactus, de las casi extintas biznagas, garambullos, yucas, nopales y tunas, anís y orégano y de varias especies de arbustos, algunos con virtudes medicinales, pero todos, reteniendo con sus raíces, cual garras, la tierra para afianzarla; lo que no hace mucho fue hábitat de aves, zorrillos, tlacuaches, ardillas, pastizal para el ganado, árboles para oxigenar la ciudad, alegría para el día de campo, hoy es cemento, hoy ya es propiedad de algunos en perjuicio de casi todos, sí, incluso de los que han comprado casas construidas en ellos.
Es incuestionable que personas de escasos recursos, con o sin permiso de autoridad alguna levantan su raquítica vivienda en algunas laderas cerriles a riesgo de que un deslave las arrolle, nadie les impide correrlo, como tampoco se les impide a los grandes constructores, construir y vender sobre cerros y laderas porque mirar hacia abajo hoy es símbolo de estatus. Ahora los cerros albergan centros comerciales exclusivos, campos de golf, edificios tan altos, que no hay escalera telescópica que les rebase la mitad, edificios que peligrosamente cuelgan en las laderas, la avaricia de quienes desprecian la fuerza de la naturaleza y los alcances de la ingeniería están cruzando los límites. Ni la lógica ni el sentido común detiene la demanda de miles y miles de casas y departamentos desde cuyas terrazas se ve toda la ciudad y el horizonte y las puestas de sol y por ello se pagan millonadas, dinero del cual no se ve un peso para subsanar, ni el desastre ecológico que provocan ni los daños que ocasionan a los de abajo. Abajo viven obreros y empleados. Evidentemente en un cerro rocoso no había forma de meter drenaje y difícil se veía llevar agua, pero como para toda hierba existe la contra hierba, que en este caso se llama corrupción, los drenajes caen sin pudor y sin medida al cause de los de abajo, levantando, sobre todo en este tiempo de lluvias, el pavimento o se salen por los excusados inundando las viviendas con aguas negras. Si el agua potable hoy se raciona drásticamente a los de abajo es porque la reparten y hasta dan prioridad a los de arriba.
La invasión inmobiliaria no tiene límites, lo mismo construyen donde fueron presas o lagos, lo mismo destruyen la naturaleza que pelean con ferocidad más invasión de zonas protegidas. Como en muchos casos las autoridades miran y callan. Las ganancias vendrán Al tiempo.