Hace diez días nadie lo habría perseguido, con ese ahínco convenienciero, lambiscón y acomodaticio de la tarde de ayer. Es más, hace una semana pocos lo habrían reconocido, con su cabeza cana, su nariz firme y aquilina, su mirada vivaz, excepto quizá dos o tres observadores de la vida política, quienes habrían dicho con cierta indiferencia, sí es el gobernador de Tabasco, amigo y paisano del presidente.
Y hasta ahí. Nada más había en su biografía.
Sí, hace unos cuantos días, antes de producirse el milagro de su consagración cardenalicia, antes de murmurarse en los pasillos de la cábala sucesoria su nombre y su nuevo cargo como secretario de gobernación, no habrían perseguido a Adán Augusto López los cíclopes de la televisión, ni los ruidos interminables de los obturadores de cientos de máquinas fotográficas o de celulares ubicuos y oportunos.
No le habrían acosado los reporteros, aunque posiblemente alguno le preguntara alguna nimiedad; porque los gobernadores son planetoides en el sistema solar donde nada más brilla el sol presidencial o el resplandor a veces imaginario de una adivinanza sucesoria.
Adán (“el rojo Adán del paraíso”, menciona Borges, quien nunca leyó “A la mitad del camino”), fue durante algunas horas, la figura de San Lázaro.
Ayer, bueno, mi señor, cómo se arremolinaban en derredor suyo, cómo ansiaban frotarse –gatunos–, en su traje gris, cómo miraban con ojos casi devotos, su corbata de pálido guinda rojizo y su camisa blanca, cómo extendían las manos para saludarlo, sin conocerlo mientras lo sofocaban los empellones y los guardias extendían los brazos como la “x” de un molino protector enfrente suyo, poco a poco por la plataforma vestibular del Palacio Legislativo; paso a paso, con la lentitud obligada por la muchedumbre, por los hibernados búfalos, súbitamente despiertos para galopar en tropel y tocarlo como si fuera una extensión de la imagen poderosa de su amigo, como si el poder se contagiara por contacto.
Y tal curiosidad, morbo o intento vano de inútil cercanía en la fugacidad de un saludo o una pregunta vana de reportero urgido, no obedecía solamente a la estatura del secretario “carnal”, del amigo, consejero, compañero, camarada de la juventud y los años de las ilusiones, cuando todo era nuevo y el desafío era tan amplio como son las aguas del Usumacinta o el Grijalva y la vida era como los versos de Carlos Pellicer:
“Los hombres de un tiempo del río
la frente se hacían en talud;
y el resplandor terrestre de sus avíos,
les dio una honda gracia de juventud…”
Nadie puede asegurar si los amigos López tuvieron gracia pelliceriana en su juventud, pero no falta quien diga, ¿te acuerdas?; por esa misma puerta por donde ahora ingresa Adán Augusto a cumplir su primera encomienda oficial como Secretario de Gobernación, penetró Andrés Manuel en el lejano 2005, a defenderse del aleve desafuero propuesto y mal ejecutado por Vicente Fox, en aquella tarde cenital del tabasqueño, cuando lanzó el furibundo yo acuso, sin nadie para responderle.
Pero no son iguales lo mesmo y lo mismo, ni es igual atrás o en ancas. Adán Augusto iba a otra cosa mucho menos heroica: iba a cumplir con un encargo, pues.
Y al subir a la ”más alta tribuna de la nación”, después de tantos empellones y sofocones admirados y bufalescos, el secretario de Gobernación después de saludar al cuerpo directivo del Honorable (siempre es honorable), Congreso de la Unión, incluyendo a la presidenta de la mesa directiva del Senado, su antecesora doña Olga Sánchez Cordero, muy puesta en su papel de legisladora, dijo con solemnidad, vengo por instrucciones y en representación del presidente Andrés Manuel López Obrador, en cumplimiento del artículo 69 constitucional a hacer entrega del informe que guarda la administración nacional (o algo así, porque la taquigrafía se mojó con la lluvia y la grabadora se desajustó y cito de memoria), lo cual resulta de alta cortesía, porque la constitución en el ya dicho artículo obliga al presidente a presentar el Informe ya aludido, pero nunca a nadie a llevar un paquete con el documento y entregarlo en la presidencia o en la oficialía de partes, como si fuera el Santo Grial o el Penacho de Moctezuma o cualquier otro objeto de valor simbólico o histórico.
Pero ahí lo puso Adán Augusto, junto al argentino tintero de plata zacatecana, en la presidencia de la representación nacional. Un par de gordos tomos encuadernados con decoro republicano y letras doradas.
Y ante tal muestra de cortés cumplimiento constitucional, el presidente de la mesa directiva, Don Sergio Gutiérrez Luna lo da por recibido y le otorga la seguridad de un recibo. Antes, cuando ese mismo documento se entregaba en el Salón del Protocolo y no en el gran salón de sesiones del Congreso General, nadie había hablado de un comprobante de recepción.
Pero los tiempos cambian, todo cambia.
Nadie, o al menos no lo sabe este redactor, sabe si ya a bordo de su camioneta el secretario de Gobernación con todo y el séquito de seguridad inherente a su alto cargo, se habrá comunicado con su a igomaoara decirle, “…ya ejtuvo, prejidente Andrej, ya les dejé el paquete , todos te mandan saludos.”
Quien sabe si eso dijo el señor, pero su misión fue un éxito absoluto, casi tanto como el efecto de soltar el borrego de la renuncia de Julio Scherer Ibarra, quien vacunado del cese llegó muy serio al Palacio Nacional cuando el presidente (todavía su jefe), les regaló am los mexicanos, un mensaje maravilloso lleno de revelaciones sobre la maravilla del progreso nacional, para aprendizaje de los neoliberales, corruptos, racistas y clasistas.
Tengan pa’ que aprendan (aplausos)
Pero ya habrá tiempo para otras cosas. Por ejemplo, para comentar mañana la sanción impuesta por el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación al gobernador de Oaxaca, Alejandro Murat, quien cometió la falta (al parecer cosa grave, dicen), de dar a conocer un video informativo sobre una reunión privada, lo cual movió los engranes de la justicia, ante la cual el señor Murat se allanó de toda plenitud, no sin antes inconformarse verbalmente, pero ajustando su conducta al mandato judicial porque como él mismo dijo: se debe cumplir no sólo la ley, sino la aplicación de la ley y las decisiones y sentencias de los tribunales, lo cual no implica aceptarlo todo porque (dice él), es necesaria una reforma del sistema electoral como, lo ha dicho en repetidas ocasiones el presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador con quien Murat está de acuerdo en este sentido.
En fin, ayer fue el informe. Bendito sea Dios.