Los maestros de la Coordinadora, la disidencia dentro del Sindicato Nacional de Maestros, le hicieron pasar tres días muy incómodos y molestos al presidente Andrés Manuel López Obrador, y fueron inopinadamente la vitrina de otras carencias de las que adolece su gobierno. Quizás la más grave fue la proyectada en la imagen surrealista del presidente retenido el viernes por más de dos horas y media por maestros en una situación inestable y volátil, mientras que a unas cuantas decenas de metros, su gabinete de seguridad no encontró nada mejor que seguir dando cifras sobre inseguridad.
Si fue un intento por minimizar la retención del presidente, que estaba inerme, lograron lo contrario. Si se quedaron paralizados sin saber que hacer, reflejan el nivel de subordinación ante una jefe que tiene cruzados los conceptos y que son incapaces de salvaguardar por su integridad. En cualquier caso, transpiró la ingobernabilidad.
La forma como el viernes las cuentas asociadas a la Presidencia en las redes sociales trataron de neutralizar el daño, fue enfocar el lado positivo de que eso había sido posible porque ya no existe el Estado Mayor Presidencial, que reprimía, como suelen decirlo. El spin que intentaron no tuvo mayor efecto, y se fueron desmoronando rápidamente con los dichos del presidente, que declaró que permaneció parado en su vehículo como protesta contra los maestros. La realidad es que no pudo avanzar, porque el grupo de amigos de la familia que trabajan en su ayudantía, no está preparado ni para cuidar de su seguridad ni para reaccionar para sacar al presidente de un aprieto.
No pasó a mayores porque los maestros disidentes sólo querían que les cumplieran lo que les ofreció la Secretaría de Educación Pública y el gobierno de Chiapas, nuevas plazas y dinero. López Obrador dijo que no sería rehén de ellos, en un reconocimiento implícito y subconsciente que no es lo mismo estar en la oposición y aliarse contra el gobierno en turno, que ser gobierno y no se puede ser ligero en lo que ofrece. Las promesas sí se hicieron a la Coordinadora, pero la Secretaría de Hacienda las detuvo por falta de dinero. La contradicción entre esos dichos y los hechos no fue lo único que quedó expuesto.
El gabinete de seguridad no actuó para proteger al presidente y rescatarlo de situación incómoda. No se necesitaba reprimir a nadie, ni sacar armas y masacrar, que es la caricatura que siempre utiliza el presidente para decir que antes sí se hacía y ahora no. Se trataba de enviar fuerzas de seguridad para que, con la técnica y los protocolos que tienen, protegieran el vehículo en el que iba y le abrieran el paso. Existe la posibilidad de que, envuelto por un enjambre de maestros, no fuera posible esa acción sin violencia, para lo cual hay otros recursos, como los gases lacrimógenos, a los cuales se resisten usar al máximo para que no los critiquen por usar la fuerza que prometieron jamás emplearían.
Les pareció mejor quedarse paralizados y fingir que no pasaba nada serio, arriesgando a que esa situación inestable se tornara violenta y pusiera en riesgo la integridad física del presidente. ¿Qué habría sucedido en esa hipotética situación? El país y el mundo habría visto a un gabinete de seguridad apanicado mientras atacaban a unos cuantos metros al jefe del Estado Mexicano. Entonces, si el presidente puede ser tomado como rehén en cualquier momento y poner en riesgo su vida, ¿qué se espera del resto de las personas? Si ni con el presidente en peligro actúan, quien realmente manda en este país es el que ejerza más violencia.
La fuerza militar, que no se usó para proteger al presidente, no obstante, sí se empleó para que el presidente cumpliera con lo que le exigieron en Washington, que contuviera a los inmigrantes. De ahí la otra contradicción. ¿Está bien que López Obrador esté en riesgo y lo dejen a su suerte y al ánimo de quienes lo retuvieron, porque la Guardia Nacional sólo se utilizó para golpear migrantes y frenar o tratarles de frenar su paso a Estados Unidos? Acatan las órdenes de la Casa Blanca, sin importar el derrotero del presidente de México. ¿Para quién trabaja el gobierno de México? Sólo quien tiene jefes superiores está dispuesto a sacrificar a su jefe inmediato.
Todo esto, sin embargo, se pudo haber evitado si los servicios de información del gobierno y las autoridades en Chiapas hubieran hecho su trabajo. La justificación en las cuentas asociadas a la Presidencia, también buscando el spin positivo, era que lo que sucedió era una prueba que ya no se espiaba. Es una sandez el argumento, pero fue utilizado como otro control de daños. Existen la inteligencia y el espionaje, en México y en todos lados. La primera se alimenta de la información humana o de lo que recopila mediante herramientas tecnológicas, y la segunda, como en México, busca trapos sucios de opositores para utilizarlos o manipularlos a su conveniencia.
El trabajo de inteligencia debió haber aportado la información sobre el descontento que había y proporcionarla al gobierno federal para que el chiapaneco, que también debió saber de la inconformidad, desactivara la retención del presidente. Por lo que se vio, los reportes del Centro Nacional de Inteligencia, no llegaron o no se procesaron en Palacio Nacional para activar los resortes y obligar al gobernador, Rutilio Escandón, que evitara una protesta de esa naturaleza. En cambio, dejaron con su inacción que el presidente caminara hacia una trampa.
¿De qué tamaño tiene que ser un gobierno para mostrar su incompetencia? Del que vimos durante tres días en Chiapas, donde la disidencia magisterial se le cruzó al presidente sin problema alguno para reclamarle lo mismo. Ni se tomaron medidas preventivas, ni se arregló políticamente la crisis. Fueron tres veces las que los maestros disidentes pararon el vehículo del presidente. Lo que no sucedió, es porque no quisieron, porque tenían al presidente a sus pies.
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