El reciente y trágico accidente múltiple en la carretera México- Cuernavaca, la favorita de los motociclistas lúdicos de fin de semana, ha generado una enorme cantidad de teorías y preguntas. Tan ociosas las primeras como las segundas.
Ha habido quien le atribuya las causas de esa desgracia a la ausencia de “filtros” de la Guardia Nacional (como si su función fuera vigilar los límites de velocidad en los caminos); a las condiciones del pavimento, al trazo de la ruta y hasta las consecuencias del clima.
Pero nadie ha dicho la verdad: sólo un imbécil circula a 180 o 200 kilómetros por hora en una carretera llena de tráileres, autobuses, automóviles de fin de semana y en abierta confusión entre el transporte, el deporte y la diversión extrema.
Debajo de la chamarra de cuero (¿dónde estás, Marlon Brando, ¿mi salvaje favorito?) y los guantes con baquelita, cada uno de estos intrépidos irresponsables hay un eterno adolescente cuya inspiración pudo ser Evel Knievel). Y esas son las consecuencias. Los levantan del asfalto, con pala.
La revista “Moto” editorializó en enero del 2020:
“Cada vez somos más, pero no más responsables”
“El crecimiento constante del mercado de las motocicletas en el mundo es un hecho. Cada vez somos más, pero no somos cada vez más responsables. Las cifras oficiales del INEGI dicen que en México hay 4 millones 83 mil 422 motocicletas registradas, el 8.54 por ciento del parque vehicular, y que su número alcanza un crecimiento anual de entre un 10 y un 20 por ciento.
“De acuerdo con el INEGI, la cantidad de motos en circulación en México se incrementó sustancialmente a partir de 2013 y logró un crecimiento exponencial muy importante. Sirva esta cifra: en 2013 las motos registradas no llegaban a los 2 millones; hoy superan los 4 millones”
Hoy en México los accidentes de motocicleta suman el 23 por ciento de los percances graves en este país.
Sin embargo, una constante en los adictos a la motocicleta (no quienes reparten mercancías en biciclos motorizados de baja cilindrada), es su prolongada supervivencia y la limpieza de su historia de ruta.
–A mí nunca me ha pasado nada, dicen con aire de superioridad. Pero ignoran lo invencible del adverbio:
Todavía.
Hace 40 años, en una columna de otro diario, escribí esto:
“Uno los mira los sábados y en ocasiones los domingos con sus maravillosas máquinas llenas de cromo y lujuria motorizada.
“Son los motociclistas quienes hacen de la ciudad su campo de exhibición. Cuando se es adolescente se juega a muchas cosas; cuando se es un adulto rico e inmaduro, se juega a la motocicleta,el casco, a los guantes de cuero.
“No es este el momento de hablar de los errores personales de los más conspicuos personajes del biciclo; tampoco lo será para descifrar atrocidades sicoanalíticas de aquellos que confuden las dos ruedas y la flecha con la vida.
“Pero sí es momento –y a ver quien responde–, de decir públicamente que los niños crecidos que pasaron del triciclo a la moto, son –finalmente– una lástima urbana.
“Se comportan como si este planeta no tuviera mayor dimensión. que el diámetro de sus ruedas o la presteza de sus paseos dominicales (“roddas”) por la avenida Insurgentes o el Periférico. No les importan ni la velocidad ni el deporte; les importa ser vistos, admirados a veces, reconocidos como brillantes compradores de refulgentes aparatos cuya sola existencia atenta contra varias leyes.
“Y por ahí se van con su estrépito y sus caras de vencedores; sus trajes de motonautas o chapulines colorados; sus féminas abrazadas como pulpos rumbo a cualquier carretera de donde –de cuando en cuando–, alguna ambulancia los levanta hechos pedazos”.
“Allá ellos.”
–¿Cuántos irresponsables estúpidos han muerto desde entonces y a cuánta gente han puesto en peligro?
Demasiados. Pero no serviràn ni como ejemplo ni como escarmiento en casco ajeno.