A la ciudad de Querétaro y su zona conurbada se accede principalmente en vehículos automotores y con la bendición divina. Uno, dos, tres y así hasta cien y así hasta mil y más, es el número de personas que mueren anualmente a causa de accidentes vehiculares en las carreteras, que al cruzar por zonas urbanas, se vuelven trampa mortal. Un día sí y otro también, trailers medianos y grandes, pipas que trasladan agua, camiones de redilas hasta el tope de pollos, cerdos, verduras, fierro viejo; pipas de gas y toda serie de materiales peligrosos, góndolas repletas de vehículos nuevos y camiones con la tolva disparando arena o grava sobre los parabrisas, entran a la zona urbana desenfrenados, reclamando el paso, rechinando ya sobre la cajuela del asustado automovilista, aventando pedazos de llanta, olor a quemado y frecuentemente arrebatando vidas, dejando otras destrozadas por las heridas y la desconfianza. Uno, dos, tres, se murieron en la carambola ocasionada por un trailer o un camión cualquiera sin frenos, es la noticia fatal de una, dos o tres veces al mes. Y cada una de esas vidas tronchadas por la imprudencia, por el endiosamiento de los conductores, por las drogas o el alcohol, era única, irreemplazable, cada una tenía un caudal de afectos, de amores, tenía dependientes económicos; ellos, hombres, mujeres, padres, madres, jóvenes, niños y hasta recién nacidos, tenían un presente que apagó un chofer trasnochado, empastillado, uno al que le importaba un comino la vida y nomás, por puro placer, salió decidido a aventarse tope donde topare.
Las autoridades que pueden y deben impedir, esto, que ya se ha convertido en una realidad que arrebata mas muertes que la pandemia de moda, se la pasan mandando oficios en los que dicen no poder hacer nada porque son tramos federales, peeero, que si fueran municipales podrían resolverlo, y cuenta la leyenda que después de uno, dos, tres y más oficios de ida y vuelta, cuando al fin se municipalizan las carreteras urbanas, las autoridades se apresuran en poner camellones con pasto, si hay árboles frondosos los quitan, gastan un dineral en alguna escultura y se quiebran la cabeza haciendo accesos a las vías laterales, suicidas y el problema de los múltiples choques y volcaduras también, no se resuelve. En este punto surge una solución que beneficia a algunos aunque fastidiará a la mayoría, semáforos, muchos semáforos principalmente en las laterales y en las calles adyacentes y ya encarrerados, semáforos en toda la ciudad, desplazando la civilidad de ceder el paso, del uno a uno que probó su eficiencia y educó a los renegados. Ante cuántos semáforos se estanca un automovilista diariamente? Cuanto tiempo de su vida personal, de su trabajo, de estudios o incluso de descanso, se pierden diariamente frente a los descontrolados semáforos? Pues esto tampoco resuelve los accidentes vehiculares ni disminuye la pérdida de vidas.
Hasta en alguna página de internet se podrían encontrar soluciones para detener a esos pesados transportes cuyo chofer sobreviviente dice que se quedó sin frenos; hasta cuando algo más efectivo que los “muy atemorizantes e inhibidores” carruseles, que no son más que patrullas lentas que hacen bajar la velocidad a algunos que les tocaron en suerte, porque lo hacen sólo cuando quieren tapar el pozo después de ahogado el niño.
A quién se responsabiliza cuando un armatoste se le va encima de uno, dos, tres o diez indefensos automovilistas? Al chofer que murió o se fugó o se hizo ojo de hormiga o que simplemente no tendrá, ni con salario de diputado para pagar los destrozos? A la compañía dueña del armatoste que tiene a los mejores abogados para evitar indemnizar a los afectados? A las aseguradoras que, tratándose de pagar tienen argumentos mas mañosos que efectivos? A las autoridades gubernamentales que se echan el oficio uno a otro diciendo que no es de su competencia, si no son ni para tapar bien un bache o una coladera, en fin, no hay de otra más que salir habiendo dejado testamento. Al tiempo.