El pasado 28 de julio Pedro Castillo juró como nuevo presidente de Perú después de seis semanas de conteo exhaustivo de los votos. Con ello se puso fin a una campaña caracterizada por la difusión de discursos de odio y denuncias de presunto fraude electoral.
El día de la conmemoración del 200 aniversario de la independencia de la nación, Castillo recibió la banda presidencial de parte de la máxima autoridad del Congreso, María del Carmen Alva. En su mensaje inaugural, señaló que habían llegado para “…gobernar con el pueblo y para construir desde abajo. Es la primera vez que nuestro país será gobernado por un campesino”. El hoy mandatario nació en un distrito de la provincia de Chota, Cajamarca, es profesor rural y fue rondero (integrante de un grupo de autodefensa comunitaria).
La elección del presidente Castillo fue resultado de un ejercicio democrático que puso a prueba a las instituciones peruanas, luego de un resultado tan cerrado y con una sociedad polarizada. La legalidad de esta jornada tuvo como testigos a organizaciones internacionales, que respaldaron los números obtenidos en las urnas. Sin embargo, la candidata opositora Keiko Fujimori hizo una campaña jurídica intensa para desacreditar esa victoria, aunque sin éxito.
La investidura presidencial fue una ceremonia emotiva y llena de símbolos. Pedro Castillo ofreció un cambio social y político a Perú; de hecho, él es un mandatario diferente. Destacan dos componentes de su mensaje de toma de posesión: por un lado, la referencia a las cuentas pendientes con el pasado y la defensa de las minorías y las personas en situación de pobreza y, por otro, algunas propuestas que conducirán su gestión.
Reivindicó a grupos históricamente discriminados y excluidos del poder: los pueblos originarios, la población afroperuana y las personas descendientes de migrantes, “las minorías desposeías del campo y la ciudad”. El mismo presidente se reconoce como parte de esos sectores marginados (“la historia de ese Perú tanto tiempo silenciado es también mi historia”).
En el inicio de su discurso, con el rey Felipe VI de España entre quienes asistieron a la juramentación, condenó los tres siglos de la dominación colonial que estableció las diferencias y castas de Perú. En ese periodo, agregó: “la mano de obra de muchos de nuestros abuelos” fue la base del desarrollo económico de Europa. Y uno de los anuncios que hizo refuerza esta noción: no vivirá en Casa de Pizarro (la casa de gobierno), por considerarla un símbolo de la dominación hispana; este sitio se convertirá en centro de operación de un ministerio nuevo, el de las Culturas.
La promesa de cambio responde a sus votantes de la sierra y el campo. Para concretar este compromiso, el nuevo presidente anunció que llamará a modificar la Constitución por la vía legal: “tendremos que conciliar posiciones con el Congreso, porque será aquí donde se tendrán que aprobar las normas correspondientes”.
Hay coincidencia entre los medios de comunicación respecto a que el mensaje inaugural fue moderado y llamó a la concordia. Pedro Castillo señaló que no arriesgará lo que con tanto esfuerzo han logrado las peruanas y los peruanos, y manifestó que no habrá expropiaciones, sino que se respetarán la propiedad privada y la inversión extranjera, pero que se buscará acabar con los monopolios económicos.
También aseguró que dará prioridad a los intereses de la nación, para construir “un país más próspero, más justo, donde la riqueza y el bienestar se distribuyan de manera más equitativa entre todos los peruanos”. Al referirse a la minería (Perú es el segundo productor de cobre en el mundo), afirmó que los proyectos deberán tener rentabilidad social.
Los retos que enfrenta el presidente Castillo son enormes: unir a una nación polarizada de 32 millones de personas y enfrentar crisis sanitaria y económica. Será necesario negociar y dialogar con la oposición, con quienes defienden a la derecha y se beneficiaron del modelo económico del pasado. Para establecer la nueva Constitución será indispensable tejer acuerdos con el Congreso, ya que Perú Libre, el partido político de izquierda que lo llevó a la Presidencia, no cuenta con mayoría calificada. Tendrá también que hacer frente a los mercados y conversar con el empresariado.
Tras unas horas de turbulencia política por la indefinición del gabinete completo, los nombramientos de Pedro Francke como ministro de Economía y Finanzas, y de Aníbal Torres, de Justicia y Derechos Humanos, dieron señales de acercamiento con sus simpatizantes moderados y tranquilizaron las finanzas.
El presidente Castillo debe negociar además con los de casa, quienes buscan un cambio de izquierda radical y vieron con beneplácito el nombramiento de Guido Bellido como nuevo primer ministro, así como su cercanía con el dirigente del partido, Vladimir Cerrón. El diálogo y la conciliación serán el camino para transitar hacia un nuevo orden, mantener los beneficios económicos logrados y enfrentar las desigualdades históricas del país.
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