Tuvo razón ayer el gerente de Morena, Mario Delgado: la consulta –a pesar de su anemia– fue un éxito para los fines propagandísticos (él no lo dijo así, es una explicación mía).
El triunfo no fue el resultado, previsible en ambos sentidos, su volumen y su orientación del experimento “democrático”, sino haber hecho la consulta, con lo cual se inaugura oficial y constitucionalmente en México, el procedimiento favorito de la imposición simulada.
Los mecanismos activados por la propaganda fueron eficaces para sus fines. Mientras menos electores acudieran a las casillas, más se iba a presentar como cierta la calumnia contra el Instituto Nacional Electoral cuya gestión fue tan buena o tan mala como se quiera ver. Y desde el lado de donde se mire. El color del cristal o la orilla del río.
Para el gobierno el papel de la autoridad electoral fue una excitativa al desgano motivada por su real condición antidemocrática de camarilla al servicio de los poderes neoliberales y sus herencias malditas.
Para muchos ciudadanos esta jornada inútil, fue una monserga más para echarles a perder un domingo de reposo. Para Morena una ocasión de calibrar la potencia de su acarreo (de bastante bajo calibre en esta ocasión) y para los observadores una inexplicable caída de la capacidad de convocatoria presidencial: si por él votaron treinta millones de ilusos; por sus ideas, ayer, no voto nadie. Eso de nadie es una generalización, porque hasta mañana sabremos las cifras oficiales.
Sin embargo, el porcentaje es risible comparada con el ferrocarril del 2018.Por eso se insistía tanto en hacer esta enorme carpa, el mismo día de las elecciones intermedias. Por fortuna ese intento se paró a tiempo, aunque pronto veremos. Nuevos intentos de empatar consultas vagas, con cargos precisos.
Ahora comprobamos cómo no es igual atrás que en ancas, ni son iguales lo gordo y lo hinchado. Tampoco es lo mismo una pregunta simple cuya respuesta es tan simple como el. Sí o el no, a estos galimatías cortesanos (en ambos sentidos) cuya redacción le dejo lugar al linchamiento en anuncios, roba planas de primeras planas, millones de mensajes de redes sociales; bardas injuriosas y declaraciones tronantes.
Pero ni así.
Obviamente cuando esto se escribió no había comenzado la “mañanera”. EL presidente había sido amonestado de no jugar al vivillo ofreciendo su voto (va mi voto en prenda, voy por él), desde las tierras nayaritas, pues sólo se puede acudir a la urna predeterminada por el domicilio para luego llamarse –una vez más– víctima de la maldad antidemocrática del INE perverso, pero no se necesita ser clarividente para adivinar las piezas del monocorde discurso presidencial de este día.
La consulta, para fines prácticos, tendrá para la propaganda presidencial y su enorme coro, el valor de una muestra representativa del sentir popular con cuyo impulso se van a generar “comisiones de la verdad” (mientras no se las encarguen a Alejandro Encinas, quizá sirvan para algo), cuyo trabajo será generar condiciones para el resarcimiento de los derechos de las víctimas.
Algún día se detallarán los agravios y la especificidad de estos. Por lo pronto, todos somos víctimas del pasado.
Obviamente quienes se prestaron a la maniobra presidencial (desde Juanito en Iztapalapa no se le veía desplegar tanto talento para deformar la voluntad general), entonan un canto triunfal.
Pero la meta legal (si la ley le importara a alguien), para vincular la opinión expresada con la posibilidad de judicializar esa idea, no se alcanzó. Pero así haya sido de una minoría, se logró la mayoría.
Ese es el discurso del ganador perdidoso.
Para el gobierno fue un éxito. La mayoría evidente de quienes fueron a la urbe, lo hizo para pedir cristianos en el circo.
Por otra parte es simple decirlo: quienes no fueron a expresar su opinión fue por desinterés en la materia del asunto consultado; es decir, los reacios a tragarse el bulo, el camelo o el anzuelo, dijeron no a todo.
Pero esos no cuentan.