Los cambios recientes en la nomenclatura urbana y la nueva interpretación de leyendas históricas o historias legendarias, como se quiera ver, no obedece de ninguna manera a un intento serio de historiografía sino a una forma elocuente y casi cotidiana de lagotear al Palacio Nacional. Y no necesariamente al presidente de la República.
Todos sabemos de donde vienen estas fallidas reescrituras –con la calidad de una Prepa Popular o una escuela Normal Rural–, de los hechos lejanos.
De esa misma forma sabemos a quien le metió en la cabeza al jefe del Estado hacer el ridículo los españoles de hogaño por los pecados y crímenes de antaño. Una verdadera cursilería, casi tan grande como bajar del pedestal a Cristóbal Colón, en el nombre de las tardías reivindicaciones de los pueblos originarios de los cuales no queda un solo habitante, ni aquí ni en el resto de América.
Por ahora veamos cómo la señora Claudia Sheinbaum, a quien le hemos buscado antecedentes mexicas en la fronda genealógica, sin hallar ningún dato, manosea la nomenclatura de la ciudad para congraciarse con quien a ella le conviene.
Así pues, la calzada de Puente de Alvarado fue renombrada “México-Tenochtitlan”, lo cual es una rotunda idiotez, porque la importancia histórica de esa rúa era su conexión con Azcapotzalco y Tacuba. Al menos le hubieran llamado “Calzada de Tlacopan”.
Es un sinsentido como aquel de Carlos Hank cuando desapareció la calzada de Niño Perdido y le puso el nombre del Tata Cárdenas con su función mecánica de “Eje Central”. Un ridículo.
Pero la justificación no deja de ser peor.
“…Entre los motivos del cambio de nombre (“El financiero”) se encuentra el que este servirá para reivindicar la memoria de los mexicanos “que fueron deliberadamente invisibilizados por las narrativas del sometimiento colonizador”.
¿Reivindicar la memoria? Como dijeron los restos paleontológicos de Santa Lucía: no mamut.
Nombrar a una avenida como México-Tenochtitlán no visibiliza a ningún mexicano ni de hoy ni de antes. Y las narrativas del ”sometimiento colonizador” son de muy poca importancia. Importa más el hecho real –e irreversible—, de la colonización con sus consecuencias culturales vigentes hasta ahora.
Esta caricatura de la historia, apenas y se parece al grotesco desplante del presidente peruano, Pedro Castillo, quien –como si se tratara de Los Pinos–, decidió abandonar el palacio de Pizarro, para “romper con los símbolos coloniales, para acabar con las ataduras de dominación que se han mantenido vigentes por tantos años”.
La verdad sería una maravilla romper con las ataduras de la dominación nada más por convertir un edificio administrativo en museo, pero ya de una vez podría Don Pedro Castillo cambiar de apellido, para evitar reminiscencias monárquicas y feudales.
También debería llamarse de cualquier modo menos Pedro, porque ese es un atavismo eclesiástico y la iglesia fue cómplice en la dominación virreinal de los incas, quechuas y demás andinos.
Pero si algo hacia falta en este desfile de caricaturas de la historia, la Regenta nos regala otro cambio: la Noche Triste ( cuando los indios furiosos les dieron una severa madriza a los cortesianos, la única, última e ineficaz, según se sabe), ahora se llama la Noche Victoriosa, con todo y árbol, sin árbol.
Como se sabe en junio de 1520 Hernán Cortés estuvo a punto de sucumbir con todo y tropas. Los indígenas mexicas y sus escasos aliados, persiguieron y mataron a muchos en el trayecto, precisamente por la calzada entre Tenochtilán y Popotla.
Fue una victoria. Se dice de un general mexica, quien a tamborazos de huehétl le comunicó a Moctezuma, cómo “las macanas nacionales se han cubierto de gloria”.
Por desgracia para los mexicas, un año después los invasores tomarían preso a Cuauhtémoc –Don Moctezuma ya era cadáver–, y le pondrían fin al sanguinario imperio azteca, para poner en su lugar al sanguinario imperio español. Fue, como vemos, una gran victoria.