1720, Ciudad de México.
Juan Antonio de Urrutia aún tiene en su memoria —cuando niño— de aquellos consejos que el presbítero Jacinto Garay le aleccionaba en los pocos ocho meses que estuvo en el colegio, aunque su padre no sabía leer ni escribir, ese tiempo le permitió hacerse de lo que tuviera para poder defenderse en la vida. Un real al mes para los que quisieran aprender a leer y dos reales a quienes también desearan escribir, si ya también querías aprender a cantar ¡serían tres! En aquella desvencijada escuela del Valle de Gordejuela.
La voz del presbítero resonaba:
—¡Que de jumento jamás deberás ser tildado Juan Antonio! Lo poco que has sacado de provecho te servirá para toda tu vida, sin embargo, los tiempos que se viven son más para esperar hacer de comercio en ultramar, en la Nueva España, a donde raudo deberás de partir ¡no esperéis!
—¿Cómo comenzaré los negocios? No tengo un real por la mitad.
—¡Con la divina providencia Juan Antonio! ¡la divina providencia!
Para 1531, una vez que se ha llevado a cabo el montaje de la lucha entre el ejército peninsular y los chichimecas —en el cerro de las sibilas y hechiceros, para constar el ejercicio de batalla de conquista como dicta la ordenanza— no se logró realizar una fundación con honores de ciudad nobiliaria, quedando solo como un “Pueblo de Indios”, consideración que cambiaría algunas centurias adelante, debido a esta situación de no contar con la venia de la corona, las familias de peninsulares no decidieron fundar sus dominios en estos lares, solo unos pocos lo hicieron, aunque en su mayoría los descendientes —propio Fernando de Tapia y Fray Juan de San Miguel— aprovecharon esta situación para lograr un férreo dominio.
Para lograr hacerla una ciudad nobiliaria peninsular, con todas las prerrogativas que esto conllevaba les llevará mayor tiempo y cumplimiento de ordenanzas, por ende, el establecimiento de nobles es poco visto —improbable incluso— determinando el curso de la ciudad hacia un paso de ser la puerta del gran Camino Real de Tierra Adentro, que si uno seguía no solo llegaba a Zacatecas, sino que inclusive sería la llegada hasta Santa Fe, de dominios protegidos y custodiados por los sanguinarios indios chichimecas, recolectores capaces de deshacerse de la piel de sus adversarios.
¡Sanguinarios nativos! que no se explica aún este pequeño pueblo llamado Tlachco —cancha de pelota— el trato entre Cónin y el capitán español Bocanegra.
La ciudad de Indios de Queréndaro se pobló de infinidad de nativos y no nativos, que surgieron de la necesidad de traer obrajes para las diferentes actividades que se realizan en estas tierras, la llegada de las órdenes religiosas —ciudad trazada desde el frontispicio de conjunto conventual de los hermanos frailes franciscanos— tiene a los habitantes en constante trabajo de tierras, animales, custodiando el crecimiento y desarrollo de esta ciudad.
Como es de espera, la distancia que separan a los conjuntos conventuales y religiosos son en extremo espacios amplios, bien conjuntados, dejando grandes parcelas de tierra entre un conjunto religioso y otro, haciendo de esta ciudad el mote de los carretones que llevan conservas y alimentos a la gran Ciudad de México, entre los lugareños y encargados de haciendas se le conoce a este lugar como Querétaro ciudad de indios y religiosos —que son quienes ocupan de más la población— dejando a pocos peninsulares su presencia, o dotar de tener casa habitación y vivir en la gran ciudad.
Los caciques, alguaciles, encargados de barrios o gobernadores, mayordomos y priores de conjuntos religiosos le dan a esta pequeña ciudad —chimuela le dicen, por sus grandes espacios entre un conjunto religioso y otro— un aire de ser solo un paso de camino, no se mira una estructura aún con alta población peninsular, a considerar como una población en crecimiento y con dones de virtud en las cosechas, pero el orden se obtiene por la sana convivencia de las personas que le habitan, quienes se alinean la estructura de ordenanza de la corona.
¡Todos los barrios sin precepto pagarán a la corona el tributo! Mercedes por el agua y gozarán de gratitudes por correspondencia de sus trabajos, no podrán ser esclavos —para eso coexisten negros y mulatos— todos los indígenas son mano de obra y obraje mismo de las haciendas de las órdenes religiosas, criollos y de los pocos peninsulares que habitan en esta recién fundada más como una villa, que como una ciudad en toda la regla, destaca la presencia de majestuosos conjuntos religiosos que se proveen de todo lo necesario por el medio de sus propias haciendas de ganado y siembra.
En 1541 el Virrey Antonio de Mendoza, aplica la ordenanza de la congregación de indios y naturales para la proporción de obraje y trabajo en esta ciudad de Puerta de Tierra Adentro, para el beneficio de los habitantes —igual en otras ciudades importantes del reino de ultramar, dotando ya de jerarquía a estas tierras— de todos los pueblos nativos que circundan bajaron indios para las labores, realizando una migración considerable que se refleja en la fe de bautizos de las órdenes religiosas.
Ya en este Tlachco la repoblación de indios se llevó acabo hasta 1548, cuando comenzaron a repartir parcelas y solares a las familias de nativos que llegaban, el gobernador indígena Fernando de Tapia creó gran indignación por primero repartir los solares y milpas de mayor tamaño a sus familias, a gran parte del ejército creado por él mismo para defender a la pequeña población, con el convencimiento a sus naturales que desde las orillas podrán defender mejor el casco inicial de la pequeña tierra, que aún miraba grandes espacios de solares.
El reparto aún causó mayor indignación cuando al darse cuenta el gobernador del enojo de sus nativos, sus quejas y desatinos de voz a quienes se les repartió la milpa, él mismo les aleccionó dejándolos como simples maceguales y las tierras tuvieran un señorío. Para 1566 el virrey Gastón de Peralta y Bosquet marqués de Falces, marqués de Peralta, conde de Santisteban de Lerín con su ordenanza prohibió que los indígenas pagaran tributo a los gobernadores de los pueblos de indios —incluyendo a Tlachco y a Fernando de Tapia— porque ahora los gobernadores son “obraje” de la corona y reciben un pago mensual por sus actividades, que si alguno de ellos deseara tener mayor cauda para las obras necesarias, fueran ellos mismos los encargados de cobrar impuestos a sus maceguales, dejando dentro el propio diezmo a las órdenes religiosas.
Su recentísima majestad Virrey III de la Nueva España, Gastón de Peralta, aplicó de misma forma la ordenanza de obligatoria la desaparición de los pueblos pequeños que rodeen las ciudades de indios y habiten en los barrios designados —lo cual causó en extremo problemas por la variedad de habitantes de distintas creencias y tradiciones— con esto, los gobernadores podrán recaudar mayores tributos a la corona.
¿Cómo sabrán de qué pueblos debían llegar a residir al pueblo de indios? Cuando haciendo sonar las campanas de los templos, si se alcanzan a escuchar, deben obligadamente acentuarse en esta ciudad de Tlachco, si no se escuchaban las campanadas no era obligación llegar a habitar, así quedaron fuera de esta ordenanza los pueblos de Amazcala, Hueymilpan. Para 1576 la epidemia de cocoliztli —mueren por sangrado— disminuyó la población de cada cinco nativos mueren tres, dejando sus milpas fuera del registro, para estos tiempos algunos españoles exigieron sus tierras y solares, a proprio fueron escuchados y se les concedió.
Para 1590 la ciudad de Tlachco quedó asentada en estos barrios: Espíritu Santo, al bajo meridional de la traza de San Francisco; San Pedro, en lo conocido como gran cañada; Mexica , al septentrional alto de la traza de San Francisco; De Negros, en la alta septentrional de la traza de San Francisco; Nativos o Nativitas, en la parte oeste de la traza, pero sin lograrse, debido a que desean estar unidos al de gran cañada; esto se tuvo a bien pararlo con la ordenanza del rey Felipe II quien dejó la venta de solares y milpas, en exclusivo a peninsulares, los cabildos no tendrán ya esta potestad.
…a punto y exactitud esta fue la relación leída al Caballero de la Orden de Alcántara Don Juan Antonio de Urrutia y Arana Pérez Esnauriz, tercer Marqués de la Villa de Villar el Águila, cuando decide escudriñar los comienzos de esta ciudad de indios, que para hace algunos no tantos años detrás, se ha convertido en la primera lustre e insigne Ciudad de Tierra Adentro —aunque aún le apodan “La Puerta”— con ello la búsqueda incansable de su escriba Don Juan de Soler de la Orden de Alcántara, quien ha sido suscrito a investigar que órdenes religiosas pagan merced de agua a la corona y desde que tiempo, llevándose sorpresas nada agradables entre lo buscado.
“El que busca encuentra y no a ocasión lo que se esperaba” comentaba el Marqués al escriba.
—Su excelentísima, hemos dejado claro que la merced de pago de agua a la corona no es la justa y cuenta, por un lado, que las órdenes religiosas no se encontraban en tenor de hacerse del agua, a tanto por considerar que el flujo de necesidad se establece el río como único medio de tenencia.
Al escriba Don Juan de Soler le extrañaba una herida que aún latía de rojo carmín las ropas del Marqués —¡un raspón quizá! O lastimadura de caballo…— pero por la premura el tiempo no se atinaba a preguntarle.
—Con lo visto y atendiendo a sus indicaciones Sr Marqués, es de provisto que en toda la ciudad de indios y de Puerta de Tierra Adentro, hemos de considerar que el pago de la merced por agua fue saldada, pero no fue cumplida, la última enfermedad que desoló el valle, es menester de que los deudores de seguro fenecieron.
—¿Cuántos hemos de considerar bajo esta consideración Sr escriba?
—Si revisamos bien… —atinaba a buscar la hoja— de cada cinco indios murieron tres, sin contar las tierras que les fueron quitadas y la orden de nuestra majestad el Rey… ¡unos sesenta predios y solares están en esta condición! Desde los que rodean hasta los de interiores, siendo los más los cercanos a la casa de su señora esposa, La Marquesa, y los predios que rodean a las Clarisas Capuchinas.
—¿A qué razón da el cabildo con estos predios?
—Fueron asignados a los peninsulares de varias familias mi señor, entre ellos varios de familia noble de su mismo linaje… su excelentísima —a nervio la contestación—.
—¡Mostradme!
Barrio de las sibilas y hechiceros, el de Negros, en alta septentrional de la traza de San Francisco.
Al descubrirse los jinetes que bajaron de los bridones ¡el de mayor ímpetu y enojo era el Marqués de la Villa de Villar! quien a despojo de su capa busca lugar por hogar, a su pensamiento de obsesión: ¡el brujo Ojo de Jaguar! quien en un diabólico hechizo le ha hecho que la lluvia no pare de caer —ya casi desde un año detrás del comienzo de la obra, esto ha dificultado y no apremia que por algunos meses más, pare de llover— la gente está enfermando de tanta agua, los males de los pies y de las humedades en los conjuntos y casonas de la ciudad suenan a derrumbes continuos ¡es una catástrofe!
—¡Andad por aquí! — gritó el Marqués de Salvatierra Juan Bautista de Luiando —¡que le he mirado!
Todos se apresuraron para no dejar ir a la presa, por sus mentes pasa que deben terminar con él o de lo contrario la lluvia no cesará ¡debe parar! O no se verá la obra del acueducto de rendir sus frutos.
—¡Voto a la gracia! Que le he encontrado.
Agazapado en un rincón del cuarto de mayor pestilencia del conjunto donde se sacrifican gallinas —que se observan huesos de jumento— abrazando un monolito de adoración —aquellos de los mexicas de la ciudad de los grandes lagos— Ojo de Jaguar se mira endiablado por algún hechizo propio o ¡por la posesión misma del demonio!
—¡Vade retro satán! — amenazaba el Marqués —¡termina con esta pertinaz lluvia! O de lo contrario tendré que partirte en dos ¡no esperaré juicio alguno! ¡andad!
El Marqués de la Villa de Villar del Águila asestó directo de su espada de caballería de manufactura Toledana con todas sus fuerzas para atravesar al desnudo torso de Ojo de Jaguar ¡quien de un salto! Pasó por encima del Marqués y con una daga de filos transparentes ¡atestó el brazo del Marqués! haciendo una herida profunda… cuando Ojo de Jaguar postró sus pies en el piso sintió como un filo helado le atravesaba desde su abdomen bajo hasta la garganta, observando como había sido traspasado por el filoso florín del Marqués de Salvatierra Juan Bautista de Luiando.
¡Las miradas de los heridos se encontraron! No hubo más respiro… sintió solo como el filo helado del florín tomaba calidez y un hondo suspiro lo envió a los brazos de la Mictlantecuhtli… ¡su gran señora!
Continuará…