Diana Baillères
Con México 1968, los Juegos Olímpicos se convirtieron para mi, en el paradigma de los deportes de todo el mundo, en el paradigma de la convergencia para competir en un ambiente de paz. A mucha gente de mi generación nos llaman la atención y se nos graban los nombres de algunos triunfadores de las disciplinas más difíciles, como la gimnasia o las más sencillas, como el atletismo en su versión de maratón o simple caminata. Así, yo recuerdo con cierto afecto a Vera Caslavska, entonces la reina de la gimnasia olímpica, que además se casó aquí, en la catedral Metropolitana; una mujer joven pero no tan joven como las niñas que compiten encarnizadamente con Simone Bale. Lo mismo, se ha permitido la competencia entre veteranes y menores de edad, punto que muestra las desigualdades que se dan entre países. Del mismo modo, los juegos nos recuerdan las lágrimas del Tibio Muñoz en el pódium o el gesto de cansancio del Sargento Pedraza en la caminata o a Queta Basilio, la encargada de encender el pebetero olímpico del estadio universitario; del mismo modo, nos dejaron un recuerdo imborrable dos atletas afronorteamericanos que levantaron el puño en protesta por la guerra de Vietnam.
Ahora el espíritu de Tokio 2020, no tiene mucho de aquél que le infundieron los griegos en las diversas ciudades donde se pusieron en práctica. Las mujeres estaban excluidas de los juegos. Ni siquiera podían ser espectadoras. Puedo imaginar la belleza de aquellos cuerpos forzados y delineados en la disciplina, por su reflejo en las obras del arte helénico; aquellos cuerpos que aún sirven de modelo al arte y a la ciencia, pues la máxima griega: “Mente sana en cuerpo sano” tiene vigencia en nuestro tiempo como entonces.
Japón no tiene una filosofía que lo aproxime a los ideales de aquella cultura mediterránea, nada de lo nuestro se parece a lo suyo; nada suyo se parece a lo nuestro. Pero el desarrollo de su capitalismo, después de su derrota en 1945, su proceso de desidentidad –término que puede parecer extraño- desde la llegada de los primeros barcos de occidente, les ha permitido insertarse en esta lógica, por la cual se han podido colar por tercera vez a la organización de unos juegos olímpicos en los que, el país que lo hace, tiene que hacer un gasto mayúsculo. Pero, Japón tiene con qué; tiene para dar y prestar; de eso no hay duda. No importa con qué identidad se coloque y presente, Japón se adaptó a los tiempos, con el sacrificio de muchas tradiciones que su pueblo parece ha dejado atrás y por las cuales, Yukio Mishima, un samurái de corazón, cuerpo y alma, temeroso de las consecuencias de la transformación del Japón de la posguerra, se inmoló públicamente. No obstante, en Belleza neurótica: un extranjero observa Japón, (Sexto piso, 2017), Morris Berman cita a Jack Seward quien en The Japanese, escribe: “debajo de la superficie cambiante del carácter nacional japonés hay una base constante y difícil de transformar en cuyo núcleo está la devoción por su propia cultura y sus valores”. Algo que podríamos aprender.
Como todo, los juegos olímpicos también tienen sus matices oscuros, en una época en la que el capitalismo le da a pocos mucho y a muchos poco. Así, las desigualdades son visibles en las justas, en los combates. Una mexicana sobresaliente por sus apenas 168 centímetros tiene que enfrentarse con una francesa de 190, que no le da oportunidad de colocarle un puntapié mas arriba del torso, con lo que no hay posibilidad de calificar en tai-kwon-do. La desigualdad es muy visible cuando en otros países, no mencionaré cuáles para no quedarme corta, los atletas de cualquier disciplina son los consentidos que reciben becas con las cuales estudian en excelentes instituciones, tienen gimnasios de primera calidad y entrenadores calificados y si no los tienen, se los traen de cualquier parte del mundo. Ese es el ambiente de los atletas de primer mundo con los que se miden los olímpicos.picos. Desde que del DreamTeam dde basket-ball califics que se miden los ol sino por el simple placer de jugar y jugar limpio. V
Qué puede esperar un deportista de un país como el nuestro, donde los primeros que lucen sus resentimientos son los propios deportistas ahora convertidos a políticos como sobresalió la semana pasada en las redes sociales una deportista querida y respetada que más valía por su silencio. Ahora convertidos en políticos, esos deportistas no han hecho nada sobresaliente por estructurar y mejorar el programa del deporte a nivel nacional. Persiste mi pregunta. Un deportista de alto rendimiento podrá convertirse en olímpico casi siempre con el apoyo de su familia, con sacrificios para asistir a competencias internacionales donde se mide física y mentalmente con mejores o peores; esos jóvenes medallistas comienzan desde niños su entrenamiento físico y mental. Que lo digan Nadia Comaneci o Michael Phelps. Entonces, con qué derecho se critican las fallas de nuestros deportistas. Mucho hacen ya con haber calificado para una Olimpiada. No es cualquier cosa. Me alegran siempre los jóvenes futbolistas olímpicos, los de la sub 17 y 18. Son los más auténticos, los que siempre nos hacen un gol en el alma. No lo hacen por dinero sino por el simple placer de jugar y jugar limpio. Veo sus miradas, siempre limpias.
No se puede aspirar a más medallas si no hay apoyo real y expedito para la juventud; si no hay una política deportiva que le brinde a los niños y adolescentes de este país los campos, gimnasios, albercas, alimentación sana, necesarios para su desarrollo y un ethos que lo vuelva sanamente competitivo en todos los ámbitos de su vida; un ethos que lo aleje de bulear a sus compañeros, que lo distancie de la chatarra televisiva y del videogame, con lo que el país, México, dejaría de estar en ranking mundial de primeros lugares en obesidad infantil y por ende de cáncer. Los deportistas convertidos en funcionarios dejaron de ser deportistas y sólo han mirado por sus propios intereses. Me dan pena, porque terminarán sus días inflados los egos, la cartera y sus cuerpos. Bien por los deportistas que nos representan como país en Tokio 2020. Un aplauso para las hermosas perdedoras del equipo de soft ball a las que apoyan más en el otro lado, las mexicoamericanas. Bravo por Alejandra Valencia y Luis Álvarez. Han ido por sus méritos y muchos con sus propios recursos. También hay ejemplos de que no todo es bello en ese mundo como lo ha puesto en claro, Simone Bale al renunciar a continuar en el juego, en aras de su salud mental. ¡Salud por ella! Para nosotros, los Juegos Olímpicos nos reflejan en el espejo, el país que no podemos dejar atrás.