Frecuentemente se escucha a personas de estratos sociales económicamente altos y medios, decir a modo de queja o reproche, que el discurso presidencial nos ha polarizado, pero hay muchos motivos para percibir que en nuestra honrable y gloriosa sociedad mexicana siempre lo hemos estado. El principio del siglo pasado es escenario de polos opuestos como pobres y ricos, mujeres y hombres, blancos y morenos, morenos y prietos, hacendados y peones y al final del mismo siglo apenas hace veinte años y aun ahora, en los extremos siguen los mismos actores, sumándose señoras y sirvientas, patrones y empleados, los que hablan y los que obedecen, empresarios y obreros y quienes se consideran ser de derecha y de izquierda, entre muchos otros.
Riesgoso afirmar que algo o alguien nos polariza, México es un país libre en el que cada quien toma el rumbo que quiere; aunque a algunos los empuja el destino o la mala o buena suerte o víctimas de las circunstancias se ven obligados a aceptar su derrotero, a pesar de ello se tiene la libertad de elegir, tan es así, que paradójicamente esa libertad de la que gozamos, entrando al terreno del dinero, polariza. Mientras millones de familias tratan de vivir con dos o tres salarios mínimos, en este país de desiguales, hay tiendas establecidas o en línea que ofrecen productos a precios estratosféricos, por ejemplo ofrecen un bolso de mano en casi 350 mil pesos, un vestido de fiesta, sencillito, por cierto, en más de 264 mil, igual de sencillos, es decir no elegantes, zapatos de 63 mil pesos, pantalón de 95 mil, falda de 98 mil o un chaleco de 70 mil, entre decenas de prendas así, simples pero de cientos de miles de pesos. Aquí mismo en Querétaro se construyen edificios cuyos departamentos o casas independientes cuestan, las económicas, pero de relumbrón, de tres a cuatro millones y se ofertan autos de más de un millón de pesos.
Para los de medio pelo parecen desorbitantes estos precios, con lo que cuesta un bolso de mano se podría comprar un buen coche o construirle otro piso a la casa, con lo que cuesta un departamento con baños de mármol y vigilante que baje y suba la pluma y se cuadre ante su patrón, se podrían comprar tres o cuatro casas normalitas, y no se diga lo imposible, incluso para los asalariados y profesionistas, que es reunir esas cantidades, a la mayoría se le va la vida sin posibilidad de ahorrar nada, sin embargo, el hecho de que alguien venda sus productos e inmuebles a esos precios, evidencia que hay una clase privilegiada e inconsciente que los adquiere. En los polos están a quienes les sobra, quienes pueden pagar un cuarto de millón de pesos sin pudor por un vestido para una puesta y en el otro a los que les falta todo, desde la barda de su casa, un enganche para dejar de rentar alguna vez, una bicicleta aunque sea, para dejar de amontonarse en los paraderos de los ineficientes autobuses urbanos; los que enferman y mueren por no poder comprar una ampolleta de penicilina o rentar un tanque de oxígeno; los que no tienen oportunidad de estudiar y apenas garabatean su nombre, niños desnutridos, adultos que se abastecen de ropa en los tianguis, de la usada de paca y que no conocen más que su barrio y a lo mucho, alguna vez fueron con otros cuarenta en excursión a Fresnillo a ver al Niño de Atocha o a San Juan de los Lagos.
La forma en que se usa el dinero polariza, indigna, enoja, genera odios y deseos de revancha, también incita a ganarlo a como de lugar, sin escrúpulos ni remordimientos, todo para llegar al extremo en que la vida parece, solamente parece dar felicidad. Las consecuencias AL TIEMPO.