Andrés es una de esas contadas personas que, cuando se mueren, no se mueren solas, se llevan un pedazo de nuestra vida. A pesar de que alguna vez competimos, sosteniendo proyectos políticos diferentes, superamos lo que finalmente resultó anecdótico y forjamos una amistad abierta y sincera. Hace unas semanas escribió un artículo sobre mi madre cuando fue elegida como la primera reina de las fiestas navideñas. Con afecto y agradecimiento le escribí para reconocer su deferencia y me respondió con su sencillez y afecto invariables.
Andrés se esforzó desde su juventud por ser una referencia obligada en todas las esferas de la vida pública en las que participó. Lo fue en la academia, como especialista de derecho constitucional; es obligado leerlo y citarlo en sus textos sobre la historia y cultura de Querétaro. Sin duda el más serio y acucioso cronista que ha tenido nuestra ciudad.
Andrés fue un hombre del Renacimiento, su curiosidad intelectual abarcó todo tipo de conocimientos, fue maestro y misionero de lo trascendente y de la trivia. En la teoría y en la acción fue tan creativo como intenso. Combinaba su profundidad y sapiencia con expresiones juguetonas y vaciladoras, reflejo de su horror a la solemnidad y su vocación por difundir ampliamente el conocimiento.
En la convivencia amistosa reflejaba toda su capacidad intelectual, lúdica y bohemia. Como podía reflexionar sobre una de sus obsesiones, las sirenas, mismas que extraviaban a los viajeros con sus cantos y sensualidad, que con el mismo talante y erudición podía analizar a Querétaro como capital de la República y del Imperio.
De pronto se cansaba de exprimir su neurona y su inaudita memoria, bebedor de larga rienda, cantaba con entusiasmo como en sus viejos tiempos en la estudiantina de la universidad. Ya de madrugada se ofrecía generosamente a acompañar a llevar gallo a la novia de quien se lo requiriera o lo siguieran a cantar a su esposa Conchita. Como queretano de tiempo completo le gustaba el chisme, Nunca desbordó la infidencia por malquerencia o perversidad, simplemente para dar sabrosura a la conversación.
Andrés Garrido estudió y ayudó a conocer y comprender nuestro pasado, la Constitución y la cultura queretana, por todas sus aportaciones merece un lugar en la historia de Querétaro. Para mí y para muchos otros queretanos fue un compañero inolvidable e imprescindible de viaje; enriqueció nuestra existencia con su curiosidad, con ideas y con su gusto por la vida.
Mi estimado Andrés, me resulta difícil desearte que descanses en paz, pues fuiste un trabajador y un gozador, porfiado e incansable, por eso me atrevo a hacerte una última sugerencia. En el cielo déjate seducir por los cantos de todas las sirenas que te encuentres. ¡Salud!
Un llamado a la Universidad Autónoma de Querétaro, a la Facultad de Derecho, a los cronistas, al gobierno estatal y municipal, y al periódico Plaza de Armas. El mejor homenaje que se le puede rendir a Andrés es publicar su rica obra editorial.