“Una de las molestias del Marqués era la aparición constante de sibilas y hechiceros a la obra de construcción de lo que aún solo se tiene en planos y trazas con cal”
Juan Antonio de Urrutia aún tiene en su memoria —cuando niño— de aquellos consejos que el presbítero Jacinto Garay le aleccionaba en los pocos ocho meses que estuvo en el colegio, aunque su padre no sabía leer ni escribir, ese tiempo le permitió hacerse de lo que tuviera para poder defenderse en la vida. Un real al mes para los que quisieran aprender a leer y dos reales a quienes también desearan escribir, si ya también querías aprender a cantar ¡serían tres! En aquella desvencijada escuela del Valle de Gordejuela.
La voz del presbítero resonaba:
—¡Que de jumento jamás deberás ser tildado Juan Antonio! Lo poco que has sacado de provecho te servirá para toda tu vida, sin embargo, los tiempos que se viven son más para esperar hacer de comercio en ultramar, en la Nueva España, a donde raudo deberás de partir ¡no esperéis!
—¿Cómo comenzaré los negocios? No tengo un real por la mitad.
—¡Con la divina providencia Juan Antonio! ¡la divina providencia!
1726, llano de la hondonada entre el cerro de las sibilas —donde se construyó el Convento de Propaganda Fide franciscano— y el castellum aquae que construyó el Marqués Juan Antonio de Urrutia, como primeras obras de captación del agua para lograr un acueducto.
Una de las molestias del Marqués era la aparición constante de sibilas y hechiceros a la obra de construcción de lo que aún solo se tiene en planos y trazas con cal. Los adivinadores argumentan que es útil para tal obra magnánima realizar algunos sacrificios de animales como gatos, huexólotes o perros, de no hacerlo así las inclemencias de la construcción se verían afectadas, la obra atraviesa campo santo —por la siembra— en cual se debía respetar.
Uno de los hechiceros de más fama que vive dentro de la ciudad de indios, de lo que llaman el barrio de la salida o de San Francisquito, es Ojo de Jaguar —ocelotl tezcaixe— un fino y delgado brujo que vaticina el futuro —o lo que se espera de él— tiene un dibujo en su pecho con el rostro del antiguo Tláloc —deidad de estas tierras— tiene un ojo de color azul y el otro café, dicen los cercanos que es el vigía de las tierras de la madre Tlaltecuhtli —ahora tierras por donde pasará la obra del Marqués—.
—Señor excelentísimo Marqués un visitante desea hablar con usted
—¿De quién se trata? ¿algún hombre de trabajo para la obra?
—¡No mi señor! es un hechicero del barrio de junto al colegio franciscano Fide.
—¡No hablo con chamanes! Dile que no deseo en mi voluntad hacerme de sus confianzas.
Cuando recibió el mensaje del interlocutor, Ojo de Jaguar miró afiladamente al Marqués y le hizo una señal con su dedo índice colocado en su ojo de color agua y luego señaló al cielo:
—¡No habrá día de sol para tu obra! día y noche pertinaz lluvia de mi señor Tláloc ¡no verás tu obra terminada! — le sentenció el brujo.
El capataz lo recriminó y le dio un fuetazo en la espalda —castigo común a los hechiceros— y le indicó que no se pare por la obra.
El comienzo de la obra no será en variante sencillo, los hombres que han cavado la reja principal para hacer el castellum aquae no dan pie de la fuerza con que llega el agua, el nivelador natural —la pendiente— no permite domar la fuerza y se corre el riesgo de reventar, el trazo llevó varios meses hacerlo y determinar la base cuadrada de cada uno de los pilares que sostienen el canal principal de la hondonada, será una verdadera obra titánica, si de tiempo y necesidad se requiere. Los maderos cortados de los bosques que circundan el sitio apenas y dan por lo más alto que se mire dos varas y media, que al conjunto de hacer los andamios resulta imposible, árboles como el llamado “palo xixote” o “cedrón del monte” no le dan el peso y la contundencia que cada arco requiere.
Deberán traer los maderos de más lejos ¡toda una selva de ellos!
Se decidió traer del bosque de oyamel cercano con árboles de pino y abetos, de altura considerable y fuerte madera para sostener cada arco, carretas completas se llegaban con un camino de más de doce días para lograr traer una carga pesada, más de cuarenta carretas fueron las necesarias con seis hombres por cuadrilla, haciendo todo un ejército para lograr tener los implementos ¡tan solo para medir la estructura base del acueducto! El maestro de ordenanza de albañilería designado para este oficio —por el arquitecto Pedro de Arrieta— fue Miguel Custodio Durán, quien a bases de ser alumno aprendiz, que a regañadientes aceptó la invitación del Marqués —debido a que el señor Marqués Juan Antonio de Urrutia había diseñado el propio acueducto— no le consideraba docto en los asuntos de la construcción, por ello dudaba del sostenimiento del acueducto.
«…encontraba de malos humores por designarse tal obra y haberse ordenado obedecer al Marqués de linaje de Ayala, en tal diseño de obra que sin saberse de estudios en el tema, le obligan a participar con el riesgo de volver y caída de tal obra de acueductos y traza de cimientos, en los lares llamadas de Tierra Adentro…»
A regañadientes se presenta ante el Marqués —un hombre alto de buen ver y complexión de fortaleza al tener ejercicios militares de su Caballería de Alcántara— le hace saber de los requerimientos al nuevo maestro de obra, tanto de los materiales como de los hombres a necesitar, la paga y el abono para el comienzo y los materiales previos al comienzo de la obra a lo que el propio Marqués le ha dado ya indicaciones para que en tiempo propio esté comenzando la obra.
—Su excelentísima, tendremos que abrir dos canales a la vez, uno que de por el flujo al castellum aquae, quien deberá soportar el flujo, el otro para que al construirse uno supla al otro en camino cerrado, una vez secado el canal, le colocamos el agua para probar la consistencia del sellado —cal y canto— y así hasta llegar al sitio de la primera casa de recepciones.
—¡No estoy conforme con esa postura! El agua arrecia en varios meses del año, estaremos humedeciendo los cimientos en cada arco y no deseo eso pase, la obra no tendrá recubrimiento y será expuesta la mampostería, la fortaleza es hacerse de livianos materiales —se había pensado en roca de volcán llamada tezontle que era fuerte y no pesaba tanto, porque se temía que el peso de cada pilar se hundiera en el campo de cultivo—.
La molestia del maestro de albañilería Miguel Custodio Durán radicaba en lograr hacer la obra en el tiempo, con las costas y el terreno nada apreciable para el logro de sostenimiento, pareciera imposible de llevarse a cabo, inclusive por las condiciones climáticas que, a paso de tiempo, deterioran las canteras y mampostería expuestas.
Para aquellos años los religiosos eran maestros en la construcción, sus priores tenían conocimiento de la elaboración, no solo de conventos y cuerpos religiosos, sino el de infraestructura hidráulica, debido a que ninguno de los conjuntos religiosos podía quedarse sin el agua, de razón la importancia de lograr que el acueducto para la ciudad de Tierra Adentro fuera fundamental su construcción.
A bien se hizo llamar al religioso prior franciscano Fray Diego de Montserrat, quien ya se había encargado de varias construcciones hidráulicas para la constitución de fuentes y sistemas de llamamiento de agua hacia las tierras cultivables, mismos tenores que a tiempo estimaban el manejo de grandes cantidades a una altura considerable del arco más alto a casi veintitrés varas.
Su llegada al lugar de comienzo de construcción dejaba al Marqués en un estado de saberse la estrategia a seguir, no era que de un tiro se construyeran del comienzo los canales del ojo de agua del árbol el Capulín —idea del Marqués— por el contrario, Fray Diego buscaba se construyera de inicio al arco que doblaría hacia el colegio Fide, se arrancara a la misma vez desde el canal de la castellum aquae, existiendo un punto de coincidencia —así se construyeron varios acueductos en España, como el del corregimiento de Segovia, que justo su arco de mayor altura coincidía con el de estas tierras— se tenían planeados 72 arcos con sus bases, cada uno al cercarse le daría lugar al otro —con el tiempo se creía que el secado sería sencillo pero no resultó así, pertinaces lluvias no dejaban de ceder— así comenzando de un lado cercano a la castellum aquae, y por el otro al colegio Fide, se pretendía juntarse en un arco medio, se requería de un gran cálculo de medición para desarrollar esta proeza.
Al Marqués le parecía era mejor comenzar de tiro y terminar en el colegio franciscano Fide.
1727, casa del Marqués de la Villa de Villar del Águila, cena entre las familias.
El Caballero de la Orden de Alcántara Don Juan Antonio de Urrutia y Arana Pérez Esnauriz, tercer Marqués de la Villa de Villar el Águila tiene a bien dejarse en visita a sus grandes amigos desde el valle del Llanteno, los señores don Juan Bautista de Luiando y Vermeo, Marqués que fue de Salvatierra, y su hermano don Luis Ángel, quienes a tiempo de caballo hicieron desde el Ayuntamiento de México, escarpado camino de más de seis días porque no ha parado de llover por estos lares.
El castigo de la lluvia ya lleva varios meses sin parar, el caudaloso río que parte la ciudad por las mitades —incluso frontera de unos y nativos— no ha dejado de rugir. Los verdes valles que rodean la ciudad española —Tierra de Adentro— y la ciudad de indios —Querétaro— lucen sus tonos de amarillos y caudales verdores oscuros, como los campos de oliva de España.
La tertulia gira en rededor de la construcción del acueductus, el sistema que promete llevar el agua a la ciudad española y a los conjuntos religiosos, a las cajas de agua que ya se diseñaron y a los canales de barro de las fuentes que, alegóricas, buscan dar tenacidad y vida, al llano del centro de la ciudad.
—Decidnos Marqués de estas tierras ¿a dónde con el agua? que de lluvias no ha parado y que parece que el agua es regalo de todos los días ¿Para qué el acueductus? Vemos las terraes aquas de cada casa al tono de tope, se desbordan los caudales del río y las presas naturales no dan abasto ¡se inunda por todas partes!
La tristeza del Marqués no radicaba en el agua —que no paraba en pertinaz lluvia— sino de acordarse de aquel hechicero Ojo de Jaguar que le indicó que había que respetar las tierras o de lo contrario no habrá tregua alguna, con tiempo y cuidado de no caer en blasfemia —penada con severidad por el Santo Oficio— hacerse de una idea tal le cimbraba.
—A sus mercedes queridos amigos ¿podría darles a cuenta una idea que me tiene abrumado del corazón?
—Decid amigo ¡Nos espantáis! ¿Qué de pena de muerte nos previenes? ¿Acaso los males de negro te han alcanzado? Deciros ¿Acaso el sol de una piel lozana resplandece tus amoríos?
—Que deciros que me abruma comentarles, que de sí no sea dicho a otra persona o por ello mi cabeza caería ¡Qué por Dios que no creo! Pero sé que está pasando, que mi esposa no me deja en velos dormir y que camino toda la noche mandando hacer novenarios cada mismo tiempo, que no tengo a resfrío miedo ¡Pero he osado blasfemar!
¡Los amigos cayeron en cara de asombro tal!
—¡Cuidado con lo que dirás! He sabido que las paredes escuchan y los sirvientes arrecían ante el santo oficio.
—¡Que me confieso creyente de la hechicería!
¡Soltaron las copas! las manos se las llevaron a la cabeza en señal de maldición, los ojos asombrados de tal noticia no hacían más que detener una afrenta.
—¡Inverosímil decirlo amigo Marqués! ¡qué de no creerse! ¿Deciros cómo podremos salvar tu alma? Que de juntos y a lozanías podremos hacedlo ¡os prometo!
El Marqués les contó el episodio de cuando el hechicero Ojo de Jaguar se acercó y le fue vaticinado una lluvia sin freno ¡que se ha cumplido a cabalidad! desde aquel día hasta el propio.
—¡Satán mismo! — dijo Don Juan Bautista de Luiando y Vermeo, Marqués que fue de Salvatierra — ¡Qué a bien Marqués démosle muerte y termina el hechizo! ¡Qué se compruebe la existencia del averno! —.
—¡Hagámoslo! Que por la vida que no he parado de sufrir — mencionó el Caballero de la Orden de Alcántara Don Juan Antonio de Urrutia y Arana Pérez Esnauriz, tercer Marqués de la Villa de Villar el Águila.
Continuará…