Para este ensayo me baso en esa gran obra del mismo nombre elaborada por los enormes investigadores Manuel Suárez Muñoz y Juan Ricardo Jiménez Gómez y que es un conjunto de documentos inéditos sobre los acontecimientos bélicos registrados por la Comandancia de la Octava Brigada del Ejército realista, la que excedió el territorio del Corregimiento de Querétaro y de la Alcaldía Mayor de Cadereyta llegando hasta poblaciones del actual estado de Hidalgo.
La ciudad de Querétaro nunca cayó en manos de los insurgentes por las armas sino que fue por la persuasión y hasta 1821 en que ya Iturbide había cambiado de bando. México país surrealista, cuya conquista la hicieron los indígenas y su independencia los del partido español con tal de que no se les aplicara la liberal Constitución de Cádiz.
Querétaro ya contaba con fuerzas realistas, de regulares y milicianos, antes de que surgiera el movimiento armado de 1810. Ya con la gesta independentista incendiando El Bajío, los jefes insurgentes originales como Hidalgo o Allende nunca se aproximaron siquiera a los muros exteriores de la ciudad de Querétaro, la que estaba fortificada desde el Cerro de Las Campanas hasta La Cruz, aunque sus fortificaciones hayan sido construidas con adobe y por ello de mala calidad. Se dejaron exclusivamente cuatro accesos en la gran ciudad de ocho que existían. Los vecinos fueron exhortados a permanecer en sus hogares rogando a Dios por el éxito de la defensa y, a los que vivían cerca de las murallas citadinas, hacer acopio de piedras en sus azoteas para lanzarlas al enemigo cuando éste se acercara. El vecindario se sintió amenazado en los primeros meses de la lucha, atizándose el temor con delaciones –ciertas o no- como la que se hizo contra el padre Felipe Luna que supuestamente iba a levantarse en armas el 6 de abril de 1811 con toda la guarnición del convento de San Francisco.
El Ayuntamiento de Querétaro, con don Miguel Domínguez a la cabeza, se esforzó por exonerar a la ciudad y a los queretanos de haber sido el foco de la insurrección, cosa que ahora es nuestra gloria. ¡Y luego porqué al triunfo de la Independencia llamaron a Querétaro “ciudad maldita”!
Se notaba cierta debilidad moral en las tropas realistas a grado tal que sus jefes tuvieron que pagarles un peso diario para devolverles el ánimo, cifra estratosférica para aquellos tiempos.
Por el lado insurgente, sus jefes eran solamente regionales y no tenían jerarquía más allá de sus territorios. Los únicos insurgentes bien equipados y uniformados en la región de influencia queretana eran los de Huichapan al mando de Julián y Francisco “Chito” Villagrán. Estos insurgentes recibían despachos desde la Junta de Zitácuaro pero Juan Ricardo Jiménez y Manuel Suárez creen que más bien estos comunicados eran una forma de la Junta Suprema de querer legitimarse que un mando real y mucho menos efectivo sobre los insurgentes queretanos.
El 5 de octubre de 1810 se da la batalla de Puerto de Carrozas en las cercanías de Santa Rosa Jáuregui, la que provocó más efectos psicológicos que peligro real de invasión a la ciudad de Querétaro porque se trataba de tropas mal armadas y que fueron derrotadas fácilmente por los realistas. Para Suárez Muñoz y Jiménez Gómez esta acción tuvo más eco del que se merecía. Para celebrar esta victoria, el gobierno queretano mandó construir en la que hoy es la frontera de La Cañada con Hércules, el mal llamado “Monumento a la Fundación” o “Pan de Azúcar”. Aquí nace la anécdota de que los insurrectos tapaban inocentemente la boca de los cañones con sus sombreros.
No hubo grandes batallas en territorio queretano, sólo guerra de guerrillas, pero la batalla más importante fue en el cerro de El Moro, allá entre Atongo y La Esperanza del actual municipio de El Marqués, el 30 de septiembre de 1811. En cambio los insurgentes si tomaron San Juan del Río en julio de 1811 y derrotaron a los realistas en La Noria, Jofre, Jalpan y San José Casas Viejas –hoy San José Iturbide-.
Los pueblos indios se volcaron al bando rebelde y toda la Sierra Gorda se declaró insurgente, sobre todo en San Miguel, San Pablo y San Pedro Tolimán, además de establecer el “Palacio Nacional de América” en la comunidad de Chavarrías, Cadereyta. El componente básico de las fuerzas insurgentes queretanas fue gente del campo, entre indios y vaqueros o rancheros, lo que las configuraba como fuerzas improvisadas aunque a veces contaran con alguna instrucción militar por parte de algunos alférez y sargentos que desertaban del bando realista.
Cabe destacar la gran capacidad de movilización de las tropas rebeldes; su formación militar descansaba en la caballería y a la infantería la sacrificaban a la hora de huir en las derrotas, generalmente indios de a pie que pagaban los platos rotos. En cambio, los del bando contrario usaban primero la infantería a paso redoblado y la caballería quedaba como reserva. Las haciendas se utilizaron como fuente de financiamiento de los insurgentes.
Al principio de la guerra, en 1810, los realistas menospreciaban a los insurrectos, pero luego pasaron al asombro, ya que aquéllos no seguían los cánones de las guerrillas europeas. Los afectos al rey sufrieron muchas penalidades en territorio queretano por el clima, por falta de alimentos, espinosa vegetación, noches sin dormir, pólvora inadecuada y cartuchos malos, desnudos, descalzos y largos recorridos sin desmontar. Sólo se les daban uniformes una vez al año, no traían buenas botas y lo que es el colmo: se llamaban oficialmente “Dragones” y no traían caballo.
Por su parte, el Ejército realista iba demoliendo y quemando pueblos enteros, mandaban a los pobladores al paredón o eran pasados a cuchillo, enviaban a los sobrevivientes a trabajar forzadamente en pueblos y haciendas para las obras de fortificación de éstos y se abusó de la leva con el pretexto de que se trataba de “vagos y mal entretenidos”. Impusieron castigos generales a la población entera de la villa de Cadereyta y del pueblo de San Juan del Río porque los vecinos de estos lugares no tomaban las armas para contener a los insurgentes. Las causas para fusilar eran: “por vil sospecha”, andar trasnochados, descaminados o por sorprendérseles con cargas ocultas de comestibles.
En enero de 1818 llegaron doscientos insurrectos hasta la Otra Banda queretana y el 8 de febrero se atrevieron a entrar por Santa Ana hasta las calles de Verdolagas y de Palacio. Ese año la Sierra Gorda estaba incendiada de insurgentes, a tal grado de que el gobierno virreinal pensó en conquistarla de nuevo con acciones idénticas a las del siglo XVIII.
Para 1820 se consideró que el territorio queretano estaba pacificado, ya que hubo colaboración de jefes rebeldes que capitularon en favor del gobierno, como fue el caso de Magos y de Cristóbal Mejía, padre de Tomás Mejía. Pero el último tramo de la independencia en Querétaro corrió a cargo de los que habían sido antiguos realistas, atraídos por la fama de Iturbide. Ahora que la resistencia de antiguos insurgentes estaba casi vencida había que vérselas el Ejército oficial con antiguos compañeros de carrera y tropas regulares.
No hay que confundir las banderías de las élites locales con las preferencias que pudo abrazar la población en general. La ciudad de Querétaro estuvo controlada los once años por las tropas del rey aunque toda la provincia quedó devastada. El principal temor de los jefes militares de la ciudad de Querétaro era que las partidas que merodeaban por los alrededores se uniesen y así engrosaran sus fuerzas para tomarla. Los rebeldes siempre carecieron de unidad de mando. Cada guerrilla actuaba por su cuenta sin aceptar subordinación a ningún jefe, aunque sí existiera correspondencia con los jefes nacionales.
Luego de lograr la rendición de Valladolid –hoy Morelia- el 20 de mayo de 1821, el objetivo de Ejército Trigarante era ganar para la causa la estratégica ciudad de Querétaro, por su ubicación y cercanía con la capital del virreinato. A principios de junio estuvo en la villa de El Pueblito y en las afueras del rancho de Arroyo Hondo libró ante los realistas la célebre batalla “Treinta contra Cuatrocientos”; luego pasó a San Juan del Río y después se trasladó a la hacienda de El Colorado, donde instaló su cuartel general y planeó el sitio a la ciudad de Querétaro, escriben Lauro Jiménez, Dulce Ardón y Ubaldo Neftaly Sáenz.
Pero antes mandó contener una importante fuerza realista procedente de San Luis Potosí y durante el mes de junio fue incesante el paso de las tropas trigarantes por La Cañada y las haciendas de Amascala y Chichimequillas, ubicadas en el actual municipio de El Marqués; así como en las de Montenegro, Jofre, Alvarado y Casa Blanca en el de Querétaro.
Iturbide entró a la ciudad de Querétaro el 27 de junio; de manera simultánea lo hicieron las tropas establecidas en las haciendas de El Colorado y Casa Blanca. Finalmente, lograron la rendición de la guarnición que protegía la ciudad, la cual se había replegado al convento de la Santa Cruz y al día siguiente ambos bandos firmaron la Capitulación en el convento crucífero, lo que puso fin a casi tres siglos de dominio español en Querétaro. Domingo Luaces firmó por los realistas e Iturbide por los trigarantes.
Iturbide estuvo cuarenta días en total en tierras queretanas, alojándose lo mismo en la Casa Samaniego en Plaza de Armas que en la Casa de la Marquesa y la Fábrica de Tabacos de San Fernando, en la calzada de Belén, donde inclusive nació su hijo Ángel Agustín de Iturbide Huarte.