Dícese que los antiguos griegos definían con la palabra “catarsis” la purificación emocional, corporal, mental y espiritual, misma que se experimentaba al observar la representación de una tragedia, naturalmente del ámbito teatral.
Ejercer el voto tiene mucho de catarsis. De una u otra forma el gobernante, sea personalmente o por lo que representa, a lo largo de su periodo genera a veces odios, otras, rencores y también suele ser aceptado y bien apreciado, a veces. Al término de su ciclo las miradas se enfocan mas que en el fin, en el comienzo de uno nuevo.
Así pues la etapa electoral abre el telón y la expectativa; se habilita el ring y comienzan las luchas preliminares con descontones en el primer asalto a los novatos, a los aficionados; el combate entre las figuras, las que llegarán a la estelar, ya está arreglado, pueden arañarse o darse uno que otro trompón, pero nada de heridas serias porque competir es su modo de vida y al día siguiente se presentarán en otra plaza, que en la vida de la real política es otro partido, otro puesto de elección o aunque sea de “Godinez” en lo que se repone, así que al rostro no, por favor. Mientras que los contrincantes arman su escena comenzando con rounds de sombra, entre el respetable público se cruzan las apuestas y si ya se la traían jurada, cuando se encuentran en la taquilla o en la casilla, se confirma que no le van al mismo gallo y por lo tanto uno caerá en el pantano de la derrota. Y así fue como los compadres, amigos, vecinos y hasta familiares se agarraron de la greña, se arrancaron mechones y se tumbaron dientes, mientras que en el ring los contrincantes se levantan la mano uno a otro, o sea, reconoce su derrota y lo respeta y ambos, triunfador y derrotado se vuelven a encontrar en el mismo autobús rumbo a la siguiente plaza. Los fanáticos terminan en la Cruz Roja, golpeados pero desahogados, purificados, descargados de las tensiones acumuladas.
Con más o menos furor transcurre la puesta en escena electoral, el elector triunfa con el ganador, confirma que tuvo razón, se enorgullece de haber estado de su lado, guardará su foto, el mandil y la gorra y nada más…vuelve el pobre a su pobreza, el rico a su riqueza y el señor cura a su misa, dice Serrat; el ganador lo seguirá siendo mientras ostente el poder y el elector o espectador, aunque quede chimuelo en la contienda, no volverá a ver al que defendió, a menos que asista la noche del grito patrio y desde el lugar del pueblo, lo vea de lejos en su balcón.
Muy poco es el bien que puede hacer el del poder aunque se lo proponga y mucho el mal, aunque no se lo proponga, sentenció Octavio Paz, pero la catarsis vivida por el votante en la cúspide de la jornada electoral, parece ser necesaria para volver a creer, para volver a empezar. Al tiempo.